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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El terrorismo también veranea

LA SUGERENCIA de que el medio más eficaz de acabar con el terrorismo sería prohibir cualquier forma de publicidad de los crímenes, secuestros y atentados que nutren la sangrienta y monótona historia de la impugnación, de la estabilidad de las, sociedades democráticas occidentales, no sólo atenta contra uno de los valores supremos de las instituciones atacadas, sino que además pertenece al mundo de las recetas mágicas. Y, sin embargo, la nueva página en esa saga de cobardía y de vileza que han escrito, en el día de ayer, los comandos que han asesinado a cuatro agentes del orden público, en Mondragón, Santiago de Compostela, Barcelona y Fuenterrabía muestra hasta qué punto ese cruel exterminio de vidas humanas toma en consideración a la opinión pública a la hora de señalar los objetivos y ejecutarlos crímenes. Parecería como si, tras el atentado perpetrado el día en que el Pleno del Congreso se disponía a aprobar el proyecto constitucional, los terroristas hubieran llegado a la conclusión de que las. vacaciones veraniegas privaban de la adecuada resonancia a sus provocaciones y hubieran decidido dejar en suspenso su actividad hasta tanto el regreso a la normalidad ciudadana garantizara una adecuada recepción, en la sensibilidad y los temores de los ciudadanos a su escalada de la violencia.La coincidencia en el día de los cuatro atentados, y la circunstancia de que los distintos escenarios estén localizados en las tres «nacionalidades históricas» que antes del carnaval preautonómico organizado por el Gobierno se diferenciaban del resto del país por sus definidas aspiraciones a estatutos de autonomía, dan fuerza a la conjetura de que se trata de una operación concebida e instrumentada desde un solo centro. Probablemente las jactancias y los delirios que suelen componer la trama de los comunicados de los terroristas se encargarán de poner de relieve el presunto parentesco de las reivindicaciones vascas, gallegas y catalanas, con el evidente propósito de intentar desviar hacia el cauce de la violencia, desgraciadamente real en Euskadi, las reivindicaciones que en Galicia son todavía minoritarias o latentes y que en Cataluña constituyen un poderoso y masivo movimiento expresado en formas pacíficas y negociadoras. Se trata, en cualquier caso, de una estrategia dirigida tanto a obstaculizar que la progresiva tendencia al aislamiento de terrorismo en el País Vasco prosiga su curso (pues una extensión de los métodos violentos a los territorios catalán y gallego podría dificultar que el cerco político a ETA se cerrara definitivamente) como de ensayar las mismas tácticas desestabilizadoras en las otras dos comunidades.

A la vez, sigue en marcha la campaña de exasperar a las Fuerzas de Orden Público y, en consecuencia, a las Fuerzas Armadas. El diseño de la operación resulta fácilmente visible: asociar, en la mentalidad dé algunos sectores de los cuerpos de seguridad y de la propia milicia, esos crímenes con las instituciones democráticas que les servirían presuntamente de caldo de cultivo. A medida que esta nueva forma de criminalidad política arraiga en España y se extiende por la Europa democrática, se hace cada vez más difícil saber cuáles son las fuerzas que dirigen, financian y protegen a los secuestradores de Aldo Moro o a los asesinos de mandos militares o agentes del orden en España.

Pero, a la vez, se perfila con creciente claridad que, sea cual sea el origen de esa escalada, son las instituciones democráticas, los derechos y las libertades de los ciudadanos, los valores y las prácticas del pluralismo político e ideológico, el objetivo final que se halla en la punta de mira de los asesinos. Poco importa ya, como no sea para la localización y detención de los ejecutores de los crímenes y de sus inspiradores, que el móvil ideológico de sus tristes hazañas sea la implantación en Europa de la dictadura del proletariado o la regresión al milenio hitleriano.

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La única forma de impedir que se produzca el deterioro de la moral de las Fuerzas de Orden Público, con sus negativas repercusiones para las instituciones democráticas, es precisamente que se arroje luz sobre la oscuridad, que a muchos parece artificial, que rodea a esa criminalidad impune.

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