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CRÓNICAS PARLAMENTARIAS
Tribuna
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El dilema de las autonomías

Manuel Vicent

El tema de las autonomías es el problema histórico del momento, lo que fue la cuestión religiosa en las constituyentes de 1931. El debate comenzó ayer. El asunto es tan grave que Fraga, en plena espiral marina, pidió ayuda a Demóstenes, a Cicerón, a Vicente Ferrer, a Castelar y a no se qué apóstol para formar la gran gárgara patriótica con todos ellos. Pero, sin duda, estos personajes no llegaron en su auxilio porque Fraga dijo lo mismo de siempre, entre el tópico y la ira, sin que se le iluminara ninguna vena: sólo el tono de los días de fiesta y esa forma de ponerse de perfil a la historia, pespunteado por el taquígrafo.

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Fraga es un pequeño Maura sin suerte, un patricio lanzallamas que siempre va en directa, un político con mucha tensión dramática que conoce a la perfección los resortes del parlamentarismo. En esta Cámara llena de penenes y de líderes callados, Fraga es la gran figura que se arroja diariamente a la zarza ardiente. Con los argumentos sobados de la alta derecha monta en seguida un clima de gran acción. aunque sus más bellos momentos los consigue en las réplicas, porque es un prócer con el callo muy sensible y la cólera le oscurece bellamente la escolástica que lleva dentro y le ilumina esa cosa de celta ciego. Ayer hubo algo de eso.

El dilema de las autonomías consiste en que puede romper el voto de la Constitución por parte de Alianza Popular o de los nacionalistas vascos, según quien tire más de la cuerda. Estas dos fuerzas contradictorias, con el chantaje político puesto, inauguraron aver el debate con un enfrentamiento bastante rudo. Fraga atacó las nacionalidades con el acompañamiento del trombón de varas, todos esos presagios de esencias rotas, ontologías echadas a perder y patrias partidas que forman la música del pesimismo, algo que oyes y se te pone la carne de gallina. Txiqui Benegas, socialista vasco, en el otro extremo de la dialéctica, trató de rebatir los argumentos de Alianza Popular con moderación en el tono, pero con una agresividad enfrascada. Y así estaban ellos: uno con que el título VIII de la Constitución es el fin de la unidad de la patria: el otro con que precisamente el reconocimiento de diversas nacionalidad es el principio de la verdadera unidad de España. Uno con la tesis, otro con la antítesis, mientras la verdadera síntesis se confecciona sobre el menú de un restaurante en una acción paralela de última hora. Txiqui Benegas ha aludido a las mejoras que se estaban negociando.

También ha aludido el cadáver de Fraga en relación con la ikurriña. Nunca lo hiciera. Porque el Júpiter de Villalba se ha desprendido del escaño echando azufre y en la réplica le ha dejado seco. El clima se ha puesto a trescientos grados. Y al resplandor de esta hoguera los grupos políticos en el hemiciclo han comenzado a hablar de las autonomías. mientras en el sótano frenéticamente se trata de llegar a un acuerelo entre UCD. el PSOE y el Partido Nacionalista Vasco. Pero Fraga, ajeno a este pacto realizado a sus espaldas, sólo está interesado en extraer del hemiciclo todo su efecto dramático hasta exhibirse como un espectáculo público en plan bonzo salvador de la derecha que se presenta con su lata de gasolina todos los días en la oficina.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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