Relaciones Washington-Moscú: una difícil recuperación
Comentarista político del «New York Times»Especialistas norteamericanos en asuntos soviéticos no prevén un rápido fin al ritmo descendente por el que atraviesan desde hace meses las relaciones entre Washington y Moscú.
Recientemente, las relaciones han pasado de un desacuerdo sobre los grandes principios relativos al desarme, expresado en moderados tonos diplomáticos, a graves acusaciones sobre lo que ocurrió en Shaba y a un amplio intercambio de denuncias sobre espionaje.
La discusión sobre la implicación cubana en la invasión de Shaba ha pasado de la simple declaración del ministro soviético de Asuntos Exteriores, Andrei Gromiko, sobre que el presidente Carter estaba mal informado, a las acusaciones directas de Fidel Castro desde La Habana contra el consejero norteamericano de Seguridad, Zbignew Brzezinski.
Pero han sido las acusaciones sobre espionaje las que han llegado a un nivel tal que han eclipsado lo que funcionarios de Washington consideran como el más importante tema de las relaciones soviético-norteamericanas. Punto que incluye no solamente el desarme, sino también un intento de mantener un nivel de discusión normal sobre todo el conjunto de contactos, ya sean políticos o económicos.
Funcionarios norteamericanos se sienten preocupados por el hecho de que el último incidente, la detención el lunes en Moscú de un hombre de negocios norteamericano, Francis Jay Crawfrod, pueda significar la decisión soviética de iniciar un deliberado desquite.
Dos ciudadanos soviéticos, Valdik Enger y Rudolf Chernayev, han sido procesados en Nueva Jersey acusados de espionaje. El Gobierno norteamericano podría querer cambiarlos por ciudadanos americanos detenidos en la Unión Soviética.
Pero incluso una tal solución no significaría necesariamente el final del ritmo descendente de las relaciones. En Washington están esperando verlo que el Kremlin decide acerca de los disidentes Alexander Ginsburg y Anatoly Slicharansky, pendientes de juicio.
Estados Unidos ha advertido que un proceso en base a acusaciones que son consideradas como política causaría un empeoramiento mayor en las relaciones bilaterales. Pero, después de una advertencia similar, un tribunal soviético condenó recientemente a Yuri Orlov por su intento de denunciar el incumplimiento en la Unión Soviética de los acuerdos de Helsinki. Un paso atrás en los casos de Ginsburg y Shcharansky parece poco probable a los responsables norteamericanos, por lo que el proceso de deterioro de las relaciones probablemente aún no haya concluido. Y cuando esta fase finalmente desaparezca por sí misma, la restauración de unas relaciones diplomáticas normales llevará tiempo.
Los diplomáticos disponen de pocos ejemplos sobre repercusiones específicas en los contactos entre los dos países. Uno es la cancelación de algunas visitas norteamericanas de carácter cultural y científico tras la condena de Orlov. Pero muchas otras cosas siguen adelante normalmente.
Sin embargo, como ha declarado repetidamente Carter, el envenenamiento de la atmósfera hace difícil que los norteamericanos acepten nuevos acuerdos con la Unión Soviética en temas tales como las SALT II sobre limitación de armas estratégicas. Incluso si hay muchos aspectos de las relaciones que no han sido alterados, un fuerte clima de sospecha se ha establecido.
Encuestas de opinión han mostrado recientemente una creciente preocupación en Estados Unidos acerca de las relaciones militares entre Norteamérica y la Unión Soviética. Ahora, el creciente enrarecimiento de la atmósfera ha hecho aumentar la sospecha acerca de las intenciones de los rusos, alejando cada vez más a la opinión pública de una interpretación optimista de la distensión.
Portavoces soviéticos han tomado la delantera alegando que es Estados Unidos quien está poniendo en peligro la distensión. Pero la definición soviética sobre lo que debe ser unas mejores relaciones entre las dos superpotencias están siendo rechazadas cada vez más abiertamente por algunos funcionarios norteamericanos. Brzezinski se ha convertido en la figura central de este rechazo.
Se trata de una resistencia a una interpretación soviética de la distensión que permite al Kremlin ayudar a sus amigos en lugares como Etiopía y Angola, mientras afirma que un endurecimiento norteamericano contra esa ayuda corre el riesgo de provocar una tercera guerra mundial. Algunos funcionarios se muestran disgustados por el hecho de que los puntos de vista soviéticos hayan encontrado algún eco dentro de Estados Unidos, pero lo cierto es que ellos se han mostrado remisos a la hora de ofrecer explicaciones públicas sobre esos temas.
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