El ingreso de España en la OTAN
ARTURO MOYA MORENOLa segunda guerra mundial produjo resultados contrarios a los previstas en primera instancia por las naciones vencedoras. Cierto que de ahí emergió como primera superpotencia la Unión norteamericana, cuyo brazo disponía del terrorífico ingenio nuclear, pero de hecho la ventaja formidable del demoledor invento -en régimen de monopolio- no fue aprovechada en la partida como era menester, y de esta suerte el reparto bélico y la consiguiente ventaja política fue desproporcionada en beneficio directo de la Unión Soviética.Tal fue el signo fatídico de la Conferencia de Yalta. consignado por los observadores más solventes y perspicaces en aquella hora decisiva, y reconocido expresamente por alguno de los protagonistas occidentales cuando comprobaron la realidad ominosa producida en toda la Europa del Este, sacrificada casi de inmediato al yugo implacable del comunismo.
Diputado de UCD por Granada
Miembro de la Comisión de Defensa
De este doble fenómeno conexo, es decir, de la consolidación de un imperio totalitario a caballo entre Europa y Asia -Ortega decía que el ruso era un chino más joven, pero, a mi juicio, la sentencia tiene más gracia que veracidad-, un imperio de nuevo signo sustentado desde el punto de vista ideológico en las tesis del marxismo-leninismo, surgió una verdadera revolución en el mundo, traducida en el plano militar por la necesidad de atajar las apetencias de un gigante insaciable y soberbio, seguro del triunfo, apoyado en la plataforma de todo un continente, frente a una Europa desquiciada y en ruinas, protegido además por una barrera de víctimas propiciatorias -los países del telón de acero, frase originaria de Goebbels y no de Churchill, como hemos creído hasta ahora- que hacían más inexpugnable el reducto sacro de los antiguos zares.
Esto quiere decir que después de la segunda guerra mundial la política de defensa sufre modificaciones sustanciales en virtud de la dimensión territorial lograda por la URSS en Europa, y del poderío bélico conseguido por rusos y norteamericanos, ya que aquéllos supieron enjugar pronto la desventaja mortal de las armas atómicas.
A partir de entonces la lucha se plantea entre continentes -careciendo de entidad las simples proclamas nacionalistas- con referencia ineludible a las fuerzas nucleares, sin cuyo poder las afirmaciones soberanas aparecen sensiblemente menguadas, por no decir irrelevantes, ya que en rigor sólo es dueño de sus destinos aquel país que puede declarar y afrontar la guerra absoluta contra cualquier enemigo.
De esa realidad ineluctable nace, pues, la OTAN, concebida como organización mancomunada para la defensa de los países libres de Europa, bajo el poder disuasorio de Estados Unidos; únicos, se quiera o no, capacitados en aquella hora crucial para contener las apetencias imperialistas de la Unión Soviética y su cohorte de potencias feudatarias.
Aunque luego se superara el concepto estricto de guerra fría, adentrándonos en una nueva época presidida por la distensión, lo cierto es que la vieja realidad de los bloques surgida como secuela directa de la segunda guerra subsiste aún, pese a la introducción de algunas modificaciones importantes en el panorama político y estratégico del planeta, como la disidencia china, el tercermundismo, la proliferación nuclear, que no transforman sustancialmente por ahora el mapa del poder, si bien pueden caniblarlo a fondo en el próximo futuro.
Esto quiere decir que Estados Unidos sigue encabezando el bloque de los países libres y democráticos del Occidente y que la OTAN no ha perdido su razón de ser, en virtud de la persistente amenaza soviética, puesta de relieve en la invasión de Checoslovaquia (1968).
A estas alturas, sólo las dos superpotencias tienen capacidad bélica para decidir con autonomía su destino. Y aun así, este mismo dato frena sus tendencias exterminadoras, pues ambas poseen la fuerza necesaria para responder en forma contundente al contrincante que se aventure por el camino de la sorpresa...
De ahí que, bajo la suprema amenaza de la aniquilación atómica, la guerra adquiera en nuestro tiempo una dimensión nueva, que combina sutilmente los factores termonucleares con la lucha convencional «controlada» y la guerra subversiva en sitios estratégicos, de suerte que la ventaja militar y política proviene frecuentemente de elementos sociales y psicológicos, astutamente explotados por auténticos profesionales que recurren a toda clase de artilugios con objeto de conseguir la victoria, incluyendo, por supuesto, como recurso letal, el arma infamante del terrorismo y del sabotaje, considerados por el general Close como medios capaces de coadyuvar a la parálisis de la respuesta europea en caso de invasión por parte de la Unión Soviética.
¿Qué hacer en este contexto sombrío y amenazador, cuyas consecuencias están ya a la vista en dos casos vitales como son el País Vasco y las islas Canarias, parte irrenunciable de nuestra nación, donde se interfieren poderosos intereses extranacionales? Ante todo, debemos optar por la integración dé pleno derecho en el sistema de defensa occidental y debemos hacerlo cuanto antes no sólo por la adecuación lógica de la situación estratégica y política de la España democrática al marco defensivo del mundo libre, sino también por sentido de la oportunidad histórica que cruza ante nosotros y que nos permitiría asegurar la integridad de la patria en sus dimensiones actuales, recuperando, por fin, la soberanía sobre la Roca de Calpe.
Considero, por consiguiente, que entre las alternativas posibles, la más adecuada para España consiste en que ingresemos en la OTAN, siempre que se cumplan las condiciones políticas apuntadas en elpárrafo anterior. Esto facilitaría, además, la modernización efectiva de nuestras Fuerzas Armadas, sin que suponga -como alegan los abogados de un supuesto neutralismo, que en verdad sólo beneficiaría al Pacto de Varsovia, cuyos miembros nos aconsejan con énfasis esta postura- un aumento insoportable del presupuesto de defensa -la cantidad estimada por los expertos se cifra en ¡sesenta millones de dólares!-, convergiendo en cualquier caso sobre una necesidad que debe ser atendida pronto si queremos de veras un ejército bien dotado en todos los aspectos para cumplir las altas funciones que son propias.
En este sentido, resulta muy fácil culpar a los militares cuando la batalla está perdida o no puede plantearse como debiera por imposibilidad material de hacerla. Azaña resaltó en su hora un ejemplo asombroso: ¡las huestes del cabileño Abd el Krim disponían en el combate contra los españoles de los más modernos cañones que existían entonces en Europa, cuyo alcance era de catorce kilómetros, mientras nuestros soldados utilizaban un armamento vetusto, apto para conseguir un disparo máximo de ¡siete kilómetros!, esto es, la mitad... Y luego nos quejamos de Annual... por no aludir a ejemplos más próximos que, mutalis mulandis, denotan la precaria situación de nuestro equipo bélico, muy por debajo de las exigencias derivadas de nuestra posición geopolítica.
En consecuencia, y sin prejuzgar la política militar que se adopte en el inmediato futuro, el punto clave radica en la modernización de nuestras Fuerzas Armadas, sea cual fuere la alternativa, reforma tanto más necesaria y costosa si triunfa la tesis contraria a la OTAN, ya que ahora ser neutrales en serio comporta algo más que palabras... e innumerables riesgos.
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