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Tribuna
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Valeriano Bozal y "La construcción de la vanguardia"

«No se trata de una crítica, sino de un exabrupto. Esos juicios pretendidamente críticos, que carecen de análisis, información o referencia alguna, resultan sonrojantes para quien los hace. Pienso que, una vez más, esa crítica no ha leído el libro, de lo contrario no entiendo cómo pueden hacerse afirmaciones como la de que reduzco la variedad y riqueza de la vanguardia a dos posiciones. Basta echar una ojeada al índice para ver que esto no es así. Me parece una manifestación de impotencia, pues el insulto es el arma de los impotentes. Pero desde luego no voy a entrar en un expediente de agravios. En esas condiciones creo que el diálogo entre el autor y el crítico es inútil, estéril e imposible.Por otra parte, no me extraña que el libro suscite esas iras. El ámbito en que se mueve enlaza los problemas de la imagen con los de su producción, lo que no suele ser del agrado de críticos dedicados a cubrir con barnices culturales, con avales culturales, actividades y productos netamente mercantiles.»

El profesor Valeriano Bozal replica al comentario sobre su libro El arte del siglo XX

La construcción de la vanguardia 1850-1939, realizado por nuestro colaborador Francisco Calvo Serraller, que con el título Vanguardia artística y vanguardia pollítica fue publicado el pasado domingo en la página de arte de EL PAIS, Arte y Pensamiento.

Manuales y simplificación

«Es indudable que un libro de este tipo tiene altibajos y desigualdades -lo que yo no oculto en el texto mismo, mis fobias y mis gustos resultan, además, bastante patentes-, pero me parece que por ahora son libros necesarios. En el terreno cultural las cosas no han cambiado excesivamente desde los recientes años de la dictadura, la vida cultural sigue todavía anquilosada y el nivel de información es lamentablemente bajo; entre todos debemos elevarlo.

Hay que elevar el nivel de información, pero también «limpiar» la mirada, lograr que el teórico no cierre ese espacio en que mirada e imagen se articulan. Por el contrario, el papel del teórico consiste precisamente en mantener ese espacio abierto y contribuir a crearlo cuando no existe. Ese es el empeño de La construcción de la vanguardia, y es el lector quien tiene la última palabra a este respecto. Desde luego yo no desearía que fuese leído como un conjunto de dogmas y verdades, por eso he introducido en el texto una complejidad que Intenta esclarecer los nexos de unión entre el ámbito socio-cultural, los medios técnicos y las imágenes, sin prescindir de ninguno de esos factores.»

Sobre el método marxista

«El pensamiento marxista se encuentra en un momento crucial, y el campo de la estética y la crítica de la cultura no es, en este sentido, una excepción. Me parece posible decir que el marxismo ha analizado de forma coherente el medio material en que se producen las obras de arte y, por otro lado, ha estudiado con agudeza algunas obras y momentos concretos -pienso ahora en autores, por otras razones tan diversos, como Benjamín, Lukacs o Della Volpe-, pero, desde mi punto de vista, no ha aclarado todavía con suficiente precisión las relaciones entre el medio material y el «lenguaje». Sus incursiones en el campo de la lingüística y, en general, la semiótica -realizadas también por autores tan diferentes como, por ejemplo, Rossi Landí y Lotman- no me parecen definitivas. Estas, como tantas otras. son cosas que se están haciendo y que se están haciendo a dos niveles: en el del estudio histórico concreto -en el que sitúo mi libro- yen el de la investigación teórica pura (por emplear esta desagradable palabra). Son dos niveles complementarlos e inseparables.»

El papel de la crítica

« No puede hablarse de la crítica como de un todo homogéneo. Existen med ios muy, diversos y niveles muy diferentes. No hay punto de comparación entre un periódico. pongamos por caso, y una revista trimestral. No hay tampoco punto de comparación entre una crítica ligada a las galerías y una crítica independiente.

En el nivel del periódico, que es en el que estamos, me parece Imprescindible que exista información y que losjuicios de valor estén documentados y apoyados adecuadamente. De lo contrario, el crítico se convierte en un mandarín que ejerce su poder desde la tribuna que le prestan las páginas del periódico. El ejercicio del mandarinazgo ha sido una práctica habitual de la dictadura y, por lo que veo, lo continúa siendo todavía hoy. Sólo si suprimimos a los pequeños dictadorzuelos podemos empezara hablar de cultura.»

El artista «funcionario»

«El funcionario en el campo del arte es una especie a extinguir y, desde luego, en el arte contemporáneo no ha producido obras de provecho. Pero las personas, artistas, profesionales o trabajadores manuales, que tienen el carnet de un partido -el que sea- no son automáticamente funcionarios. Son ciudadanos que se insertan en la vida sociopolítica a través de unos canales muy concretos. Y pueden ser artistas buenos o malos, profesionales buenos o malos. El carnet no es garantía de nada -y el no carnet, tampoco- Hay que terminar con esa actitud reaccionaria que se dedica a marcar en nombre del carnet o del no carnet. El visceralismo partidario y el visceralísmo antipartidario son las dos caras de la misma moneda.

Por eso pienso que la relación entre la cultura y la sociedad no se lleva a cabo de una forma espontánea, natural o milagrosa, sino a través de una determinada organización de la cultura -bien distinta en nuestra época a la dominante en el siglo XII, por ejemplo y de las mismas clases, pues una cosa y otra son interdependientes. Ese es el espacio en el que trabaja el artista, y una de las grandes enseñanzas de la vanguardia contemporánea consiste en poner de manifiesto que ese trabajo es ya, en sí mismo, un factor de cambio de tal organización, que produce tensiones y conflictos.

El funcionario y el mandarín pretenden secuestrar esa realidad. Por eso me opongo a ambos en la teoría y en la práctica cotidiana.»

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