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Tribuna
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Castilla y León, un Villalar interminable

Fundador del Instituto Regional Castellano-LeonésLa impresión generalizada es que la preautonomía ha venido sin que nadie sepa cómo ha sido. La libertad de decidir -en determinadas cosas- les fue arrancada a los castellano-leoneses a sangre y fuego por el emperador, en 1521, quedando como testigo de ello Villalar. No es descubrir nada a nadie el decir que los castellano-leoneses valoran muy justamente lo que se les ha dado, a ellos y a sus parlamentarios, desde Madrid.

Para empezar, se les da el tratamiento de región, olvidando que, históricamente, Villalar sólo ha existido una. Quiere decir que quienes lucharon contra la primera fuerza del mundo de entonces -el emperador Carlos- tenían un sentimiento nacional que no demostraron otros al serles suprimidas sus libertades. Aunque las comparaciones son siempre odiosas, hay ocasiones en que es de justicia hacerlas, y tan nación es Castilla-León como lo son Euskadi o Cataluña. Comuneros, hermandiños y germanados responden al mismo injusto tratamiento en Castilla, en Galicia y en el País Valenciano. Ahora sorprende verse segregados y tratados como han pretendido determinados nacionalistas periféricos, presentándonos siempre como unos autoritarios carpetovetónicos, inventores de la Inquisición, de las fuerzas represivas y del orgullo que desprecia lo que ignora, lo que merece, por lo visto, un tratamiento de segunda.

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Lo que nadie quiere ver es que las fuerzas represivas de la dictadura no son tanto unos uniformes como lo es la emigración, la sangría humana, la disposición de nuestro ahorro, la expropiación de nuestra energía y un largo etcétera que ha dejado a Castilla en los últimos veinte años del mandato franquista en peor estado que cien derrotas de Villalar, seguidas. Creo que es hora de que recordemos la nacionalidad de los ministros franquistas de Industria y de Economía, creo que es hora de recordar de dónde salieron los más afamados chiquitos opusdeístas que ayudaron al catalán López Rodó a desposeernos por los cuatro costados, mientras las sutiles fuerzas represivas de las oligarquías financiaban la incultura y la emigración, y atornillaban a los castellanos viejos a los desvencijados pueblos, que serán y han sido sus silenciosas tumbas.

Cuando uno es débil debe ser humilde. Bien. Que nos regalen la autonomía, porque no hay fuerzas suficientes como para tomarla. Nuestra juventud se la han llevado para crear plusvalías allí donde a los franquistas opusdeístas del desarrollo les interesó. Pero que nadie se intente escudar en el proceso autonómico para . perpetuar un injusto que ha provocado unos tremendos desequilibrios nacionales dentro del Estado español.

Que llegue la autonomía para Castilla y León, aunque sea de la mano de nuestros parlamentarios -la inmensa mayoría madrileños-, pero que llegue hasta aquí. Y con la autonomía, que llegue la posibilidad de decidir sobre nuestra energía, nuestras comunicaciones, nuestro dinero y sobre nosotros mismos. A ver si por ser región van a seguir decidiendo sobre esto las otras nacionalidades.

A los parlamentarios habrá que recordarles que las multirregionales de la energía se llevan fuera el 85 % de la que producimos, y que los caraduras, encima, quieren colocarnos centrales nucleares; que nuestra incorporación al Mercado Común la están llevando a cabo los discípulos dilectos de las escuelas opusdeístas -que representan los intereses industriales y financieros-, y que va a ser la agricultura (lo único que ha quedado aquí, porque aún no se inventó cómo llevársela) la que va a pagar el sacrificio que la industria nacional va a tener que hacer después de estos años de monopolio autocrático. En fin, recordar también -como explico en mi libro La alternativa de Castilla-León- que la integración en la Comunidad Europea de España y Portugal va a traernos la sorpresa de que el Duero va a correr sin fronteras hasta el Atlánticó, que esta perspectiva la han soñado siempre los utópicos federalistas como una -la única- solución para dar sentido a todo ese valle del Duero encerrado entre las montañas y esta frontera, y que hoy, los portugueses del Duero, estarán encantados de comenzar a hablar de utopías.

Este creo que es el mejor sentido que podemos dar a la autonomía: comenzar a mirar hacia el futuro en vez de hacia el pasado, e invitar a ese millón y medio de paisanos a volver a casa, a trabajar a gusto. El Gobierno autonómico tiene ahora la palabra.

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