¿En que va a consistir el milenario?
Ha pasado ya tiempo desde la inauguración solemne del milenario de la lengua castellana. Se ha explicado por muchos que no se trata, en rigor, del milenario ni de la lengua castellana: en el acto inaugural mismo lo hizo constar Emilio Alarcos. Y continuamos sin saber por qué y para qué se ha organizado esta conmemoración, que, de momento, va dejando sólo un rastro de conferencias y de artículos de prensa. Algo es, pero menos de lo que cabría esperar de ella como oportunidad para considerar seriamente los problemas que acucian a nuestro idioma. No es hora de loas, sino de reflexión y de acción. Sin embargo, quienes deben impulsar la reflexión y actuar continúan indiferentes ante estas cuestiones, que figuran entre las más graves que tenemos planteadas.El castellano -su estima.como idioma común, identificado en el mundo como «español»- ha salido muy mal parado de la situación política anterior. ¿Bastará un artículo de la Constitución para ponerlo a salvo de recelos y malquerencias? Quizá sólo unos años de efectivo ejercicio de la libertad lingüística, de palpable protección al cultivo de las restantes lenguas, puedan llevar en los territorios que las poseen a una auténtica situación de bilingüismo que supere la actual diglosía (en la cual no es siempre el castellano la lengua privilegiada), y que neutralice satisfactoriamente las tensiones. Pero, de momento, nadie da los pasos precisos para que ese objetivo se alcance cuanto antes. ¿No sería oportuno que, en el marco del milenario, se convocara una reunión de parlamentarios, filólogos y sociólogos, capaces de llegar a un «consenso» sobre las líneas maestras que deben orientar la política idiomática en España?
Ese es uno de los problemas, pero hay otros. Así, el progresivo deterioro de la capacidad lingüística de los españoles. No acusemos a los medios de comunicación social, que se limitan a reflejar lo que es un empobrecimiento colectivo. El cual, salvo en casos aislados, no obedece a una consciente rebelión contra la norma, sino a una inculpable ignorancia que desearían superar cuantos la padecen. Son muchos quienes demandan de la Academia Española una ,intervención más eficaz (esa Academia de la lengua «central» que -se halla en una situación económica insostenible, imposibilitada casi de cumplir con sus deberes más perentorios). Pero no es justo exigir a dicho instituto esa misión, que, en todos los países, corresponde por completo al sistema docente. Es en éste en el que hay que actuar para que se produzcan efectos apreciables, capaces de lograr una nivelación por arriba y, con ello, una ruptura de las barreras idiomáticas, que constituyen un factor de :desigualdad social más insidioso que los económicos.
Temo que no se piense demasiado en tal necesidad, que los partidos políticos estén muy lejos aún de inscribir la educación idiomática igualitaria entre sus reivindicaciones. Hace más de un año publiqué aquí mismo un par de artículos informando de la ley francesa de defensa de la lengua y de los debates que precedieron a su promulgación en la Asamblea y en el Senado. Y fueron los partidos de izquierda los que exigieron un esfuerzo pedagógico mayor para que aquella riqueza fuera repartida con mayor equidad. La demanda sigue manifestándose; en un número reciente de la revista racionalista La Pensée se afirma: «La situación de hecho es, en Francia, esencialmente, que la igualdad de oportunidades lingüísticas está por conquistar». Y es que la constitución de una sociedad más homogénea económicamente sólo puede lograrse mediante una homogeneización cultural. La mayor parte de los países desarrollados lo ha comprendido así. Refiriéndose a Alemania Federal, por ejemplo, ha escrito B. Sclilieben-Lange: «Es cierto que la igualdad de oportunidades ( ... ) siempre se halla obstaculizada por la lengua ( ... ); la política educativa deberá centrarse en el debate de las barreras lingüísticas.»
De ahí procede la reciente incorporación de la pedagogía y de la didáctica a las actividades universitarias en gran parte del mundo (aquí se copió con los ices: ¿con qué objetivos verdaderamente útiles?). Ambas actividades, desprestigiadas antes, reducida su acción a los ámbitos de la enseñanza primaria y armadas hoy con un notable aparato técnico, se orienta hacia esa misión social de incorporar grandes masas estudiantiles procedentes de medios familiares pobres, al aprendizaje de ciencias y técnicas reservadas hasta hace poco a las clases superiores.-Y ese aprendizaje tiene como mediador necesario el idioma, que no es sólo «organon» para la expresión, sino instrumento de averiguación y de conocimiento. Las técnicas de la educación lingüística están experimentando una rápida transformación, motivada por el hecho de que también los educandos han cambiado. Si antes accedían casi sólo a las enseñanzas media y universitaria alumnos que, en sus casas, aprendían y practicaban un tipo de lengua suficiente en principio para la comprensión de las materias objeto de estudió, hoy acuden a las aulas millares de muchachos que no cuentan con ese respaldo y que chocan violentamente con el idioma del profesor y de los libros, hasta el punto de resultar vencidos en proporciones alarmantes. Los fracasos escolares, a cuyo incremento estamos asistiendo sin poner remedio, se deben en un porcentaje elevadísimo a la imposibilidad que muchos estudiantes tienen de entender ese lenguaje tan radicalmente distinto del que les sirve como simple medio de relación.
La queja del profesorado es unánime en todos los niveles, desde el básico al superior, acerca de la incompetencia lingüística de los escolares. Cunde el desaliento entre todos; me escriben o me hablan a veces antiguos alumnos, ahora profesores, lamentándose de lo mismo, y a todos respondo que el lamento no sirve, que no hay que cargar las culpas al nivel educativo anterior, y que hay que empezar. Alguna vez, y en algún punto, habrá que empezar. ¿No podría servir también el milenario para planear de otro modo la enseñanza del idioma, y para que el pueblo español adquiriera la certidumbre de que en ello se juega buena parte de su futuro? Hay que cambiar los planes de estudio y los métodos didácticos; se hace preciso destruir los prejuicios con que una formación política desorientada desprestigia la necesidad de hablar bien y de escribir bien (¡que no es expresarse « académicamente », como muchos creen!), porque ello no debe constituir un atributo de clase, sino un medio fundamental de emancipación. No habrá democracia mientras unos sepan expresarse satisfactoriamente y otros no; mientras unos comprendan y otros no; mientras el eslogan pueda sustituir al razonamiento articulado que se somete a ciudadanos verdaderamente libres porque tienen adiestrado, el espíritu para entender y hacerse entender.
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