Alemania se juega la estabilidad en un mundo convulso
Friedrich Merz se perfila como ganador este domingo en unas elecciones cuyas grandes incógnitas son qué partidos gobernarán con la CDU y cómo de fortalecida saldrá la extrema derecha
Los alemanes no están acostumbrados a votar en pleno invierno. La tradición manda que las elecciones se celebren en septiembre. Luego, el ganador reflexiona con quién quiere, o puede, formar una coalición que dé estabilidad al país durante cuatro años. Es lo que ha ocurrido en las tres últimas décadas. Pero estos no son tiempos normales. El primer Gobierno tripartito en la historia de la República Federal explotó por las peleas internas y el canciller Olaf Scholz adelantó las elecciones al 23 de febrero. En estos tiempos convulsos en los que ninguna certeza puede darse por segura, en los que Estados Unidos ya no es un socio fiable, Europa necesita más que nunca que el país más poblado y rico del continente adopte una dirección clara. Pero nada garantiza que los comicios de este domingo ofrezcan esa certidumbre.
Una cosa sí parece segura: Friedrich Merz, candidato de la Unión Cristianodemócrata (CDU) y de su partido hermano CSU, será el vencedor. Lo contrario sería una sorpresa mayúscula a la que ninguna encuesta concede verosimilitud. Pero eso no significa que el camino esté expedito. Porque los democristianos necesitarán un socio, que pueden ser los socialdemócratas del SPD, Los Verdes o, en el peor de los casos, los dos. Los liberales podrían sumarse si entran en el Parlamento. Merz, eso sí lo ha dejado claro, descarta gobernar en minoría.
La segunda incertidumbre de estas elecciones es hasta dónde puede crecer la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD). Todo apunta a que quedará en segundo lugar. Se colocaría así en una posición inmejorable para hacer una oposición brutal a cualquier decisión del canciller Merz y sus ministros. Desde ahí, podrá calentar el debate migratorio en un momento especialmente sensible en el que se reproducen los ataques protagonizados por demandantes de asilo, como el del viernes en Berlín en el que resultó herido un turista español.
“Veo las amenazas para nuestra democracia. Miren a América, una de las patrias de las democracias”, dijo el jueves Merz en un mitin en Berlín. “Por eso es importante que en Europa y nosotros en Alemania mantengamos la estabilidad política. Y esto es lo que se decide este domingo”. Los democristianos creen que la primera garantía de esta estabilidad es un resultado para la CDU/CSU mayor que el 30% que le dan los sondeos, lo que le permita negociar la futura coalición rápido y en posición de fuerza.
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Los analistas coinciden estos días en una idea: Alemania —y, por tanto, Europa— necesitan estabilidad. La revolución de Donald Trump amenaza con dar la vuelta como un calcetín a las relaciones trasatlánticas. Preocupa sobre todo el acercamiento al Kremlin. Que el presidente de EE UU alabe al ruso Vladímir Putin y critique al ucranio Volodímir Zelenski y a varios gobiernos europeos es una pésima señal no solo para la seguridad europea sino para todos los que creen que las fronteras del mundo no deben redibujarse por la fuerza. Los aranceles de Trump amenazan con provocar grandes daños a Europa en un momento en el que su mayor economía ya encadena dos años de recesión. El apoyo del magnate trumpiano Elon Musk a AfD, y las críticas del vicepresidente J. D. Vance a la democracia alemana, han desubicado al campo de los moderados y han dado una inyección de euforia a la extrema derecha.
“Esta ha sido una campaña en la que la derecha radical crece y gana influencia”, decía esta semana, en un coloquio sobre las elecciones, Jeremy Cliffe, del laboratorio de ideas European Council on Foreign Relations en Berlín. “Están bajo presión los pilares del sistema alemán que han dado los gobiernos cooperativos y estables de los que Alemania, en general, ha disfrutado. Y creo que esto es algo que debería preocuparnos, desde el punto de vista de una Europa que necesita una Alemania que tenga un gobierno estable, capaz y con una mirada al mundo, y a la altura de los desafíos”.
Alemania vota, además, en un momento en el que el presidente francés, Emmanuel Macron, parece más débil que nunca y la Italia de Giorgia Meloni juega con la idea de tener una relación especial con Washington. El liderazgo de Berlín es, en estas circunstancias, indispensable. Y es que lo que promete Merz, de amplia trayectoria europeísta y atlantista. El primer obstáculo será negociar la coalición. El candidato democristiano, si gana, quiere hacerlo rápido, y en su favor juega la expectativa en Europa y el mundo para que en Alemania se colme el vacío de los últimos meses. En contra, la complejidad del rompecabezas de las coaliciones, que nunca son fáciles de componer, pero menos ahora que nunca. La presencia de una extrema derecha a la que el cordón sanitario excluye de cualquier negociación reduce el número de combinaciones.
“La situación en Alemania se ha vuelto más compleja y difícil”, dice al teléfono el politólogo Uwe Jun, profesor en la Universidad de Tréveris. “Y se explica por el hecho de que un partido populista de derechas como AfD se haya hecho tan fuerte, y sea un partido con el que no se pueden hacer coaliciones. La fortaleza de AfD y las dificultades que, en consecuencia, habrá para formar gobierno apuntan hacia una mayor inestabilidad”.
El futuro Gobierno dependerá en cierta medida de lo que ocurra con un puñado de pequeños partidos. Porque tanto los liberales del FDP como la nueva formación de izquierda populista de Sahra Wagenknecht rondan el 5% de votos necesario para entrar en el Parlamento. La Izquierda, partido del que se escindió Wagenknecht, ha dado un sorprendente salto en las últimas semanas y su representación parlamentaria parece ahora garantizada. Si estas fuerzas logran colarse en el Bundestag, se reducen las posibilidades de que Merz pueda gobernar con un único socio. Y la experiencia de tres años y medio de la llamada coalición semáforo, formada por socialdemócratas, verdes y liberales, sugiere que los gobiernos con tres socios no son una buena idea. Un tripartito, además, requeriría más tiempo para su gestación, lo que alargaría la parálisis de Alemania en un momento en el que nadie desea vacíos de poder. Y un Gobierno en minoría adentraría al país por excelencia de la estabilidad y el consenso en un terreno inexplorado. Hoy nadie lo contempla.
Que la coalición puede negociarse sin mayores demoras y Alemania tenga un gobierno efectivo y con capacidad para durar dependerá en gran parte de la “capacidad de consenso y compromisos de los partidos del centro”, según el politólogo Jun. El problema es que, en esta campaña, Merz, con sus propuestas para endurecer las leyes de inmigración y asilo, y en menor medida Scholz, han jugado la carta de la polarización, aunque supieran que probablemente sus partidos estén condenados a entenderse. En estas elecciones se pone a prueba la resistencia del disminuido centro moderado —el espectro, todavía amplio, que incluye a socialdemócratas, verdes, democristianos y liberales— ante la pujanza de la extrema derecha. “Un Gobierno estable y con capacidad para actuar sería necesario”, apunta Jun, “teniendo en cuenta la gravedad de los cambios internacionales que estamos viendo y de la situación económica en Alemania”.
Cuando echó a andar la coalición semáforo, Scholz justificaba la alianza de los tres partidos con el argumento de que los tres querían modernizar el país. Pero el experimento ha fracasado. Del 52% de los votos que sumaron socialdemócratas, verdes y liberales, las encuestas anticipan que el domingo obtendrán en torno al 33%. Solo los ecologistas logran salvar los muebles.
“Tenemos una responsabilidad hacia Europa”, decía, a la salida del mitin de Merz en Berlín, Margarethe Gaweleck, militante local de 43 años. “Mire lo que ocurre en Francia, en Italia, en Austria. Hay un giro a la derecha en Europa. Debemos lograr que Alemania siga siendo estable”.
En Dortmund, este viernes, Scholz trataba de elevar el ánimo de sus camaradas, que se ven ante la tesitura de sufrir la humillación de obtener un raquítico 15%, por detrás de democristianos y ultraderecha. En el último acto de campaña del canciller, los socialdemócratas planteaban estos comicios como una elección entre dos tipos de carácter: entre un hombre de fiar, poco dado a la política espectáculo, o entre alguien temperamental, del que nunca se sabe por dónde va a salir. Por supuesto, el primero era Scholz y el segundo Merz.
Por esa línea de la falta de credibilidad de Merz atacó Scholz: “Conmigo no habrá colaboración de ningún tipo con la extrema derecha, algo que habíamos acordado los partidos democráticos después de la dictadura nazi”. Se refería, por supuesto, a la norma migratoria que los democristianos votaron en enero con el apoyo de AfD. “Es importante mantener la palabra. Y el presidente de la CDU, al que le gusta la moralina, había dado su palabra en el Bundestag”, añadió el socialdemócrata, logrando uno de los mayores aplausos del mitin.
La polémica personalidad de Merz y la política migratoria pueden ser los huesos más duros de roer en la negociación. Pero al abandonar el recinto del mitin en Dortmund, preguntando a los asistentes, incluso los más críticos con el candidato democristiano se resignaban a la posibilidad de que no les quedara otra opción que entrar como socios minoritarios en un Gobierno liderado por él. La verdadera campaña —la que determinará la formación del próximo Gobierno alemán y su programa— empieza la noche del domingo.
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