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Reportaje:Navidades negras en las dictaduras latinoamericanas / 1

Chile: además del terror policíaco, la crisis económica

Cuatro años después del derrocamiento de Salvador Allende y de la instalación de una de las más sangrientas dictaduras que se recuerdan, la Junta Militar que preside Augusto Pinochet no podrá evitar que los chilenos piensen en esta Navidad como una de las más tristes de su historia. El país, empobrecido por la crisis económica, y enlutado por los centenares de desaparecidos, detenidos y exiliados, no ve salida a la oscura situación nacida al amparo de los fusiles en septiembre de 1973.Las violaciones de los derechos humanos, el miedo a la repentina aparición de la policía casi ya no son la preocupación fundamental de los chilenos. Ahora lo es la miseria, el desempleo, el hambre.

Hay quienes piensan que la única posibilidad de que el régimen de Pinochet desaparezca es que la situación económica se continúe deteriorando al mismo ritmo que hasta ahora, lo que producirá un definitivo colapso. El precio, de cualquier manera, será muy alto.

Los datos del hambre

Hace pocas semanas, los diarios revelaron el caso de una familia entera gravemente intoxicada: los médicos descubrieron que los miembros de esa familia se alimentaban con los desperdicios recogidos de los cubos de basura en la parte alta de la capital chilena, donde viven las personas más pudientes. La revista Mensaje, que editan los jesuitas, realizó en su último número una encuesta entre endocrinólogos. Los resultados fueron elocuentes: más del 60% de la población está desnutrida, la mortalidad infantil aumentó el 50% desde la instalación de la Junta Militar.

Una familia de cuatro miembros necesita 4.000 pesos mensuales (unas 12.000 pesetas) para vivir. Sin embargo, la mayoría de los obreros no cualificados perciben sueldos de ochocientos o novecientos pesos. Un empleado administrativo gana 2.200 pesos. Más de 150.000 personas, adscritas al demagógico programa de empleo mínimo establecido por el Gobierno, obtienen un sueldo mensual de 750 pesos, sin derecho a ningún tipo de prestación social.

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La tasa de desempleo alcanza casi el 20% de la población laboral, mucho más del doble de lo que era considerado normal. La renta «per cápita» ha descendido en estos últimos años. En 1970 era de 850 dólares anuales y ahora es de 742. La deuda externa suma 500.0 00 millones de pesetas, sólo en intereses Chile deberá pagar casi 100.000 millones en 1978.

Los economistas de la «Escuela de Chicago», cuyos postulados ultraconservadores han seguido al pie de la letra los planificadores de la Junta, reconocen que los chilenos han ido mucho más allá de las teorías del propio Milton Freedman.

La «estabilización a cualquier precio» ha conseguido, sí, reducir la inflación, que este año «solamente» será del 80%. Pero el precio es un terrible endeudamiento, quiebra de empresas, aumento del desempleo y, en fin, depauperización de grandes masas de población.

Desde que el Gobierno de Pinochet decidió rebajar los aranceles aduaneros y otorgar toda clase de facilidades a la inversión extranjera, la avalancha de artículos importados ha sido enorme. Licores, automóviles, caviar, están al alcance de los pocos privilegiados a los que la situación actual ha enriquecido. La libre importación y la falta de dinero de las clases media y trabajadora han originado el cierre de muchas fábricas, que no tienen mercado para sus productos. Sirva un dato: la floreciente industria textil, que ocupaba a más de 100.000 personas, sólo da trabajo ahora a 60.000 trabajadores.

Descontento laboral

La grave situación económica ha provocado los primeros desórdenes laborales desde 1973. A principios de noviembre, mineros de la explotación cuprífera El Teniente, al sur de Santiago, se declararon en huelga, en demanda de mejoras salariales. Cincuenta obreros fueron despedidos y siete dirigentes sindicales fueron detenidos y desterrados a un lugar apartado, en el norte del país. En Valparaíso, los obreros portuarios trabajan a ritmo lento por idénticos motivos. Los obreros del cobre y de los puertos, que produjeron graves dolores de cabeza al Gobierno de Unidad Popular, ahora se vuelven contra Pinochet, que responde dirigiéndose a los trabajadores: «No me vengan con indisciplina laboral, porque ahí se me acaba la paciencia.»

El aparato de gobierno chileno es absolutamente hermético. Muy poco se conoce de su funcionamiento interno, y de si se producen o no tensiones en su seno. A pesar de ello algunos observadores han creído detectar algunas diferencias de planteamiento entre los miembros de las fuerzas armadas. Los últimos cambios efectuados por la Junta en la cúspide del escalafón militar, con el pase a la reserva de varios generales y el ascenso de otros tantos coroneles menos comprometidos con el golpe de Estado que derribó a Salvador Allende, parecen responder a este hecho. Pero no se piense que tal circunstancia corresponde a una pérdida del poder de Pinochet o de un deseo de las fuerzas armadas de retraer su participación en la gobernación de Chile. Lo que se detecta es una corriente de progresiva influencia de militares-tecnócratas, que tratarían de seguir los pasos políticos dados por sus colegas brasileños.

Los partidos despiertan

Si en el seno de las fuerzas armadas se detectan apenas imperceptibles señales de cambio, los partidos políticos parecen haber salido del marasmo en que inicialmente les sumó el golpe de 1973 y la ola represiva subsiguiente. Ultimamente abundan los comunicados, las propuestas, los llamamientos hechos en el interior y desde el exterior contra la Junta Militar chilena. Los partidos realizan actividades clandestinas y algunos de sus líderes aparecen e intervienen públicamente, por supuesto a título personal.

El Partido Socialista ha propuesto la formulación de un frente que agrupe a todas las fuerzas democráticas contra la dictadura. Unidad Popular y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) mantienen contactos para unificar sus criterios. Los demócratas cristianos, por primera vez desde 1973 (que de alguna manera propiciaron y apoyaron), han condenado expresamente al régimen de Pinochet en un documento llamado «Una patria para todos», y han sugerido la creación de un «Movimiento de Restauración Democrática» que fuerce a Pinochet a la gradual liberalización política hasta el total restablecimiento de las estructuras demócráticas.

Derechos humanos

La miseria ha teñido con tintes aún más sombríos el drama chileno, provocado por la represión de la Junta Militar y la permanente violación de los derechos humanos, trágica actividad en la que no descansa la policía chilena.

Los episodios en este sentido son constantes. Así lo denunciaron las Naciones Unidas el pasado día 8, en una resolución que reiteraba la profunda indignación, porque «el pueblo chileno sigue estando sujeto a constantes y flagrantes violaciones de los derechos humanos y las libertades fundamentales».

La única concesión chilena a las presiones que en esta materia produjo la llegada a la Casa Blanca de Jimmy Carter y la formulación de su política de derechos humanos fue la disolución de la fatídica DINA, sustituida por un aparato prácticamente igual, al que simplemente se le cambió el nombre por el de CNI (Central Nacional de Informaciones).

Es cierto que el número de desapariciones ha descendido, y también el de detenciones. Este año «sólo» han desaparecido ocho personas, cifra alentadora si se compara con las cerca de 2.000 producidas desde septiembre de 1973.

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