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Reportaje:Farmacéuticos y Seguridad Social / 1

Profesionales sin profesión

Felix Lobo

La polémica entre farmacéuticos y Seguridad Social, vieja de muchos años, está de nuevo en un punto álgido. No puede extrañar que así sea. En una sociedad capitalista como es la nuestra y en una época de acelerada inflación como la actual, lo normal es que los distintos grupos luchen por apropiarse de la mayor porción posible del producto social y por mantenerse en las posiciones conquistadas.En esta lucha, subyacente a la batalla política que nos ofrece la España de 1977, las posiciones ocupadas por los farmacéuticos -como grupo bien distinto del gran capitalismo industrial farmacéutico- son verdaderamente comprometidas. Por sus conocimientos, profesión y vocación, esto es, portodo lo que justifica su existencia como tal grupo social, los farmacéuticos pertenecen al universo de la sanidad. Un universo todavía en formación en todos los países y que en el nuestro está muy lejos de ser un sistema y muy cerca del caos. Por la función económica que la mayoría de los farmacéuticos cumplen de hecho actualmente (expender medicamentos en sus oficinas), se integran en el sector comercial o de la distribución. Y los servicios de distribución están tan anquilosados, en relación con lo que se ha movido el sistema productivo español desde 1960, que constituyen uno de los principales estrangulamientos de nuestra economía. Por último, los farmacéuticos tienen como cliente pagador ya caso único de sus servicios a la Seguridad Social. Ese monstruo de ineficiencia y de derroche en que el régimen franquista convirtió un embrión progresivo y esperanzador.

Profesor encargado de Estructura Económica de la Universidad Complutense

Novillos de Lupi, bien presentados y nobles, Curro Méndez: Salida al tercio. Silencio. Tomás Campuzano: Vuelta. Oreja. Paco Valera: Oreja. Aviso.

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Para enfocar con la adecuada perspectiva este triángulo en el que se inscriben los problemas de los profesionales farmacéuticos hay que resaltar un hecho fundamental. A saber, que las exigencias de la evolución del capitalismo monopolista minaron hace ya mucho las bases que en la época, preindustrial o artesanal de este sector permitían a los boticarios desempeñar simultáneamente y con eficacia social la función sanitaria y la de distribuidor comerciante. Hoy, el farmacéutico, el verdadero experto en drogas, el conocedor de los fármacos y de su inmensa complejidad, sólo de forma muy marginal cumple la importantísima función sanitaria para la que está preparado. Ha sido desplazado de ella por los llamados, con horrible eufemismo, «visitadores médicos»; extraños centauros que bajo las directrices extravagantes de los departamentos de ventas de los grandes laboratorios pretenden, según la muy interesada opinión de estos últimos, y en el mejor de los casos, la cuadratura del círculo: vender el producto que representan y, además, informar sobre sus virtudes y limitaciones terapéuticas. Falta, pues, a los médicos, al equipo sanitario, como guía de actuación en los complejísimos problemas farmacológicos, la voz de la ciencia, la voz del experto en drogas, del farmacéutico. Sólo oyen la voz del fabricante, la voz del mercader.

En este oscuro horizonte se encuadra la actual negociación farmacéuticos-Seguridad Social. En ella -forzoso es decirlo- ni de un lado ni de otro se ha suscitado el tema sanitario. Lamentable discusión es, pues, ésta en la que sólo se trata el problema económico y se olvida la ineludible necesidad de mejorar la calidad de la asístencia sanitaria en España, que necesariamente pasa por la racionalización del disparatado, enloquecido, letal, consumo farmacéutico.

Pero puestos a hablar de economía habrá que recordar que el dinero de la Seguridad Social hoy proviene, por vía de cuotas claramente regresivas, de los trabajadores o de la generalidad de los consumidores. Mañana, si se lleva a cabo la reforma fiscal, quizá provenga en buena parte de los estratos de renta más favorecidos por vía de impuestos estatales. Pero ni en un caso ni en otro hay razón alguna para derrocharlo ni emplearlo de forma ineficiente.

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