¿"Delincuentes" o rehenes?
No se sabe cuántos presos políticos existen en la Unión Soviética. Probablemente, no tantos como en la época de Stalin, pero, en cualquier caso, demasiados. «Un solo preso político en cualquier parte del mundo -dice Sakjarov, amigo de Bukovsky- es siempre excesivo para la conciencia universal.»Sakjarov fue ayer el primero que anunció en Moscú la liberación de su colega. Al parecer, el señor Brejnev ha querido proporcionarle esa satisfacción al crítico más agudo, no sólo de su régimen, sino de la sociedad totalitaria. Quizás el señor Brejnev ha querido también así hacer las cosas a la chita callando. Porque lo cierto es que el régimen, que ha condenado, a un científico distinguido a siete años de presidio por el solo delito de pensar, no se atrevió, en primera instancia, a informar oficialmente a su pueblo de la liberación de un disidente. Prefirió que fuera otro disidente el primero en hablar, como si todo fuese una cuestión de disidencia, casi de subversión.
Naturalmente, Moscú tiene sus buenos motivos para tal conducta. El régimen chileno del general Pinochet dijo el mes pasado que liberaría al líder comunista Luis Corvalán si la URSS soltaba, precisamente, a Bukovsky. Como es lógico -y justo-, la propuesta fue interpretada en todo el mundo como una provocación. No cabe duda de que la iniciativa soviética también lo es. Tal vez, el mariscal Brejnev y el general Pinochet pongan en marcha de esta manera una nueva suerte de «derecho» internacional, por encima de todo derecho conocido, incluso el de gentes, merced al cual ciertos Estados, igual que los grupos terroristas o de gangsters, puedan intercambiarse a sus respectivos prisioneros al margen del código penal. Aparentemente, ni Moscú ni Santiago de Chile perciben que con esta clase de manejos no hacen más que reconocer un hecho: que Bukovsky y Corvalán no son «delincuentes» -como tantas veces lo afirmaron-, sino rehenes. Se explica así que el ministro del Interior chileno, Raúl Benavides, haya "declarado ayer que su Gobierno «no tiene nada que declarar». Claro está, también, que sin más, se limitó a abrirle la puerta de la cárcel a Corvalán, es decir, a cumplir el trato estipulado por el nuevo derecho; lo que necesariamente ha de satisfacer a un jefe de Estado que, como Brejnev, se está haciendo condecorar por todos sus compañeros del Este, sólo porque cumple setenta años. Bukovsky, en Suiza, lo ayudará ahora, mejor que en una cárcel soviética, a apagar sus velital en paz. Y el general Pinochet puede ir perfectamente a Moscú para soplar a su lado.
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