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Tribuna
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Una permanente reflexión sobre el arte

Testigo de los principales conflictos de una época caracterizada a su vez por unas tensiones históricas extraordinarias, Malraux es el prototipo del intelectual contemporáneo volcado a la acción. Por esta voluntad de involucrarse, sin mediación alguna, en los acontecimientos, Malraux se hace aventurero y político, buscando siempre, en un caso, la afirmación del hombre ante la acción individual, en el otro, la afirmación colectiva de la humanidad mediante la acción social revolucionaria, pero en ambos casos se pone en evidencia que sólo por la capacidad de «intervenir» en el destino por el desafío a las leyes que impone la realidad, consigue el hombre su realización más alta, porque sólo ton ella y en ella obtiene su razón de ser. Una vez más vemos repetirse el viejo arquetipo occidental del hombre fáustico, y una vez más presenciamos la tragedia de una insatisfacción. Malraux llega al arte por obra y desencanto de la acción o, si se quiere con la consciencia de que quizá en el arte se halle la acción absoluta que todo hombre debe afrontar: sustraerse a la muerte.En este sentido, resulta más que significativo el que las primeras obras dedicadas por Malraux al tema de la reflexión sobre el arte, se produzcan en el período en el que sus empresas individuales y colectivas le han llevado a un límite de desencanto: aventuras arqueológicas en el Lejano Oriente, intervención militar en la guerra española, militancia política revolucionaria..., biográficamente la acción se complica y se amplía hasta llevarle, como a muchos otros intelectuales de su generación, a la adhesión incondicional al marxismo, filosofía en la que la actividad y la transforción lleva a Malraux a enfrentarse con la acción absoluta, aquella acción verdaderamente universal, fuera del, tiempo, aquella acción que redime al hombre de la muerte.

«El mayor misterio no es que hayamos sido arrojados azarosamente sobre esta tierra

.. sino que, en esta prisión podamos extraer de nosotros mismos imágenes tan poderosas que nos permitan negar nuestra nada.»(André Malraux)

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André Malraux, 1901-1976

Pero entender este interés de Malraux por el arte, como una mera «evasión» es casi un error tan grave corno querer precisar con sabiduría de erudito los fallos de interpretación que muchas veces comete con la historia del arte: el espacio que requiere la creación es para Malraux el espacio de la mayor rebeldía, aquel lugar en el que todas las leyes de la realidad se contravienen, en el que las leyes de la existencia pierden, por una vez, su firmeza. Por ello Blanchot puede decir: «De ahí que la sangre, la angustia, la muerte, sean en Goya el trabajo del arte. De ahí también que el niño, que ignora casi el mundo y el loco, que casi lo ha perdido, sean "naturalmente" artistas.»

Desde que Malraux publicara sus primeras meditaciones estéticas, Las voces del silencio (1952), ha seguido paciente, incansablemente, una labor de reflexión sobre el arte, que se jalona en una serie, de ciclos que se han ido titulando de la siguiente manera: El museo imaginario, (1955), y finalmente La metamorfosis de los dioses (1957), obras a las que hay que añadir El universo de las formas, y sobre todo el importante ensayo Saturno, dedicado al comentario de Goya. Quizá para resumir la razón de ser de un proyecto tan amplio haya que acudir a aquellas palabras que el propio Malraux escribiera como prólogo a sus Voces del silencio y que significativamente volviera él mismo a citar en aquel otro prólogo de Lo irreal, uno de los últimos volúmenes de La metamorfosis de los dioses, publicado en la cercana fecha de 1974: « He intentado hacer inteligible el mundo, victorioso por primera vez del tiempo, el mundo de las imágenes que la creación humana ha opuesto al tiempo. Y el poder, quizá tan antiguo como la invención del fuego o la de la tumba, al cual debe la existencia. Este libro no tiene por objeto ni una historia del arte, ni una estética; sino, sobre todo, la significación que se presenta como una eterna respuesta a la interrogación que plantea al hombre su parte de eternidad.»

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