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Tribuna
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Historia de España

Problema primero de una izquierda cultural, es evidentemente, y según adelantábamos el último día, el de la realidad histórica de España, en cuanto a su unidad o su pluralidad. Se trata, en efecto, de un verdadero problema que ya el famoso editorial de EL PAIS del 1 de septiembre mostraba no reconocer cuando aconsejaba "repasar algunas nociones del bachillerato"; y que su contradictor, Josep Benet, minimizaba cuando, en su réplica del día 4 en este mismo diario, creía encontrar la fuente de la ignorancia de los hechos diferenciales "precisamente en los manuales del desgraciado bachillerato español" y hasta "en los textos de la asignatura llamada Formación del espíritu nacional".

Ojalá las cosas fueran tan sencillas. Mas la verdad es que en la citada asignatura no se hacía más que caricaturizar grotescamente, sin querer, y en los libros de bachillerato exponer, con mayor o menor fortuna, según los casos, una concepción histórica de orígenes intelectualmente muy respetables, por erróneos que nos parezcan hoy a los catalanes y a algunos de nosotros. Y el franquismo, aquí aparte segregar mala retórica patrioteril, lo que ha hecho es, impidiendo un tratamiento crítico-pedagógico de la cuestión, ceder palabra a la cultura establecida antes de él, es decir, a la concepción histórico-cultural que para entendernos, llamaremos castellanista.

Esta, por no remontarnos a precedentes históricos lejanos, procede, como actitud de la institución libre de enseñanza y de la generación del 98, y en su formulación de Menéndez Pidal, por edad y formación tan afín a ésta, de su escuela y de Ortega y Gasset. Actitud de exaltación de lo castellano generalmente por no castellanos- de los campos de Castilla, de los pueblos y ciudades castellanas y de sus nombres, "descubrimiento", poetización y literaturización de Castilla. Y junto a ellas, formulación, tras la astur-leonesa, de una historia castellana de España. Historia montada sobre la poesía épica, sobre la mitificación del Cid, del conde Fernán González, también -y aquí sí que ha jugado un importante papel la mentalidad propia de Fiesta de la Raza -de la reina Isabel la Católica, y en suma, mitificación de Castilla. Reparemos en los títulos de dos obras ingentes de Menéndez Pidal. Una, La España del Cid. ¿No habría sido más adecuado decir "La Castilla del Cid"? Otra, Orígenes del español. ¿Del español o del castellano? ¿No es, por de pronto, un poco paradójico que se denomine nuestra lengua, y nos llamemos nosotros, con una palabra -recordemos a Américo Castro, heterodoxo de la escuela, pero nunca en el punto que aquí nos importa- de origen no castellano y ni siquiera catalán, aunque, evidentemente más cerca de éste que de aquel?

La concepcion castellana de España es constante en la escuela y don Ramón vio en la España romana una prefiguración del Imperio español. Ortega no fue menos castellanista. Para él Castilla "inventora de grandes empresas incitantes", ha sido la elaboradora de nuestro "gigantesco proyecto de vida común". Recuérdese esta famosa -y muy grave- afirmación suya: "Porque no se le dé vueltas: España es una cosa hecha por Castilla y hay razonas para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral".

Opóngase ahora a esta concepción histórica de España propia de la cultura establecida por las más eminentes autoridades académicas desde Madrid, mucho antes del franquismo, la concepción vigente en Cataluña, procedente de Pierre Vilar y Vicens Vives y que, frente a los estudios de Menéndez Pidal sobre la significación épico-histórica del Poema del Mio Cid, puede invocar las investigaciones de los mejores hispanistas ingleses actuales. Sobre la base de dos opuestas interpretaciones históricas de España, son dos culturas diferentes las que se levantan: una genuinamente catalana, otra que no sé si es justo llamar castellana o más bien producto de un centralismo cultural (con el que particularmente Castilla la Vieja ha tenido en la época moderna muy poco que ver), paralelo al centralismo político de los Austrias y los Borbones. En cualquier caso y proceda o no distinguir hoy entre la cultura castellana (en la acepción antropológico-cultural de la palabra y la superestructura "cultural" centralista que sobre aquella se monta, de lo que a mi juicio no hay duda es del hecho cultural diferencial catalán (y asimismo de otros hechos diferenciales dentro de "las Españas". Ahora bien, estas culturas diferentes ¿son compatibles dentro de un mismo Estado español? A mi juicio sí, siempre que se consiga superar la visión castellanista-centralista de España ¿Llevamos camino de eso? Lo dudo. Está a punto de aparecer en las librerías un librito del distinguido periodista catalán Joaquin Ventalló, Los intelectuales castellanos y Cataluña, que lleva un prólogo mío. En él hago notar que los actos de solidaridad con Cataluña de 1924, 1927 y 1930, que relata, tuvieron un carácter demasiado vago, confusivo y condescendiente para haber podido llegar a ser culturalmente eficaces. Y el advenimiento de la República, quemando las etapas que no se cumplieron a su tiempo, y politizándolo todo, impuso un Estatuto que, perfectamente moderado en sí mismo, fue socialmente recibido como la realización y materialización del desmembramiento de España. Hoy está a punto de repetirse la historia. La tarea de una comprensión diferente, nueva y antigua, plural de España, es rigurosamente cultural e incumbe a los intelectuales, historiadores y teóricos de la cultura, de las culturas. Hace poco me escribía un amigo a otro propósito, es verdad, pero extensible a éste, que es menester "un lento proceso de convencimiento". El franquismo, que no pudo impedir como veremos el próximo día, la desacralización de la historia de España, hizo imposible el convencimiento social de que el centralismo reposa sobre la gran mixtificación de un rígido unitarismo. Y ahora nos encontramos con que la cuestión, demasiado importante para ser confiada a los chalaneos de los políticos, está cayendo en manos de estos.

Una palabra para terminar. He tratado, únicamente del aspecto histórico-cultural del problema catalán. Evidentemente, hay otros aspectos, así el del grado mayor o menor de aculturación catalana de "los otros catalanes". Así, también, el del agudo contraste, dentro del Estado español, entre áreas de gran desarrollo, como la catalana, y otras de tremenda depresión económica. Ambos están en relación directa con el objetivo final de la implantación de una auténtica democracia en España.

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