Falla y Lorca: teatro de titeres
Desde niño, Manuel de Falla gustó de los teatros de títeres, acaso por haber vivido muy intensamente la tradición gaditana del guiñol de la Tía Norica. Para su teatrillo casero inventó el niño Falla piezas, de cuyo texto y música era autor, para después convertirse, también en escenógrafo, director y actor, todo en una pieza. No tenía Federico García Lorca menor entusiasmo por este género representativo, al que aportaría obras originales que han quedado como modelo, si no han desaparecido, tal es el caso de La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón.Pero no intentamos hoy el que sería largo tema de la relación musical Falla-Lorca, ni siquiera ciñéndola a la parcela del teatro popular, sino evocar una representación habida en Granada el día de Reyes de 1923. Los programas, impresos graciosa y toscamente, en papel de aleluyas de diversos colores, fueron redactados por Federico y, a modo de pregón, invitan a los espectadores.
«Oigan señores el programa de esta fiesta para niños, que yo pregono desde la ventanita del guiñol, ante la frente del mundo.» A continuación se explica con detalle, el contenido de la representación, iniciada con el entremés de Cervantes -«de nuestro Cervantes», como dice Lorca- titulado «Los dos habladores», con la aparición final del pícaro «Cristobica». Sirvió a los organizadores con música ilustrativa la versión para trío (clarinete, violín y «cello») de algunos números de «La historia del soldado», de Strawinsky, tal como la «Danza del diablo» y el «Vals».
A continuación, Federico anuncia «el viejo cuento andaluz, en tres estampadas y un cromo, La niña que llega la Albahaca y el príncipe preguntón, dialogado y adaptado al Teatro Cachiporra Andaluz por Federico García Lorca, cuyo original no ha sido hallado hasta la fecha, si es que su autor llegó a escribirlo formalmente. Sonó como música incidental para ilustrar la pieza Serenata de la muñeca, de Claudio Debussy, y La Vega de Granada, de Albéniz, interpretadas al piano; la «berceuse» de Ravel, tocada al viólin y piano y una adaptación para clave y violín, clarinete y laud de la «Españoleta», recogida por Pedrell en su «Cancionero».
Para cerrar la función, Lorca anuncia desde sus programas -verdes, rojos, amarillos, malvas-: «Atención, ahora viene lo grande: vamos a representar el Misterio de los Reyes Magos, siglo XIII (teatro planista). La mano de Falla se ve aquí en la elección de la «música de escena» que, en cada caso, como había hecho con la «Españoleta», adaptó convenientemente en preciosas versiones, que se conservan y que, posteriormente, han sido utilizadas en alguna versión radiofónica del auto. La cantiga de Alfonso X, el Sabio «Ave et Eva», transcrita por Pedrell; dos invitatorios del «Llibre Vermell» montserratino y el villancico de los tres Reyes de Oriente, según la armonización de Lluis Romeu.
La nómina de los intérpretes constituye toda una evocacion del círculo granadino, en el que Falla y Lorca se movían. Pintó las decoraciones Hermenegildo Lanz e intervino como pianista y clavecinista, nada menos que Manuel de Falla, asistido en las piezas de conjunto por el laudista José Molina, el clarinetista, Alfredo Baldrés y el violinista José Gómez. Dos niñas cantaron villancicos e invitatorios: Isabelita García Lorca, hermana de Federico, y Laurita de los Ríos Giner, hija de Fernando de los Ríos, uno de los más profundos amigos de Manuel y García Lorca, y con el que el compositor mantuvo una apasionante correspondencia sobre temas religiosos. Federico trabajó, también, como pintor al idear y realizar las decoraciones de su pieza original, La niña que riega la albahaca.
De estos y otros juegos dejaron testimonios obras tan trascendentales como todo el teatro de «Títeres de Cachiporra» (para el que más tarde escribió Jesús Leoz ilustraciones, entre las que fíguran las breves melodías del «Tríptico») y «El Retablo de maese Pedro», de Falla, al que rindieran homenaje Rodríguez Marín o Salvador de Madariaga. Y es que, en el fondo, se trata de una parcela del «folklore» y de nuestra tradición sentida muy hondamente, tanto por el poeta granadino como por el músico gaditano. De ahí la emoción que se desprende de esos programas volanderos, multicolores como las cuartillas en las que el joven Ramón Gómez de la Serna leía sus conferencias, cargadas ayer de poesía y hoy de intensa fuerza evocadora.
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