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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El sexo de los ángeles

El cine español, como los angeles, no tiene sexo. Quien quiera comprobarlo no tiene más que asomarse, siquiera sea de paso, a la vida de esta Fulanita y sus menganos, a la vida de esta chica de alterne, de sus amigos y favorecedores. Hace años, tal tipo de historias solía buscar asilo y forma en las llamadas comedias de bulevar. Hoy tales comedias no existen ni tampoco los bulevares famosos, calles amplias por lo general, destinadas al paseo, a saludarse, a criticar, es decir, en cierto modo, a conocerse. Hoy la vida, como las calles, se hace aprisa y la mayoría de las veces con materiales de desecho. Así las comedias que la representan, así esta absurda historia, contada a trompicones a través de situaciones que quieren ser graciosas, diálogos trasnochados y vagas reminiscencias de Jardiel Poncela.Se supone que la protagonista vive de su cuerpo. Da igual; lo mismo podría vender cualquier otra mercancía igualmente írivisible, intocable, fantasmal o anecdótica. Si cualquier menor de diez y ocho años llegara a conocer este filme, cosa improbable si es verdad lo que dicen los jóvenes, seguramente se preguntaría por qué razón no puede ver en una sala de espectáculos lo que puede comprar en portadas de revistas, «posters» o simples ilustraciones, a precios infinitamente más modestos. Se dirá que el cine es otra cosa. El cine puede ser, pero tales remedos del amor o el sexo producen un efecto más bien anafrodisíaco.

Fulanita y sus menganos

Guión de José María Palacios, basado en la novela de Alvaro de Laiglesia. Fotografía, Ballesteros. Música, García Abril. Dirección: Pedro Lazaga. Intérpretes: Victoria Vera, Julia Gutiérrez Caba, Manuel Gómez Bur, AIberto de Mendoza, Antonio Vilar, Pedro Osinaga, Elisa Montes, Manuel Zarzo, Luis Barbero. Locales de Zarzo, Luis Barbero, Tomás Pico. Comedia. Española. Locales de estreno: Lope de Vega y Roxy B.

Antonioni afirmó cierta vez que en las escenas de amor, siempre sobraba un brazo: en las escenas del amor a la española, se diría que sobra el cuerpo entero. tan incómodo parece, tan difícil y artificioso, como una operación quirúrgica a la vez fatigosa y complicada. Puede que nuestro cine no se haya acostumbrado a tales trances y necesite un período de rodaje. Tal vez lo necesite el público, capaz de asimilar historias como éstas, arropadas por absurdos orgullos nacionales. En ella, Victoria Vera, pionera en la olimpíada del desnudo, como una transformista consumada, cambia de peluca y vestido como de cama tan asiduamente que, al final, no sabemos cuál es su verdadero rostro. Pone cara de lista, tonta, asombrada o ingenua según las circunstancias. Hay que ver lo mal que la visten cuando quieren vestirla bien. Hay que ver, cuando quieren vestirla mal, lo mal que la disfrazan. Las demás razones de su éxito, prodigadas en escenarios, «posters» y portadas, quedan inéditas aquí, encubiertas por lejanas penumbras, cabellos propios y sábanas hábilmente manejadas, no se sabe tampoco si por aquello del pecado o por evitar comprobaciones visuales enojosas y a todas luces innecesarias. Con su historia, con su viaje a París, para un congreso de profesionales, viene a consumirse una etapa más de nuestro cine, nacido, crecido y multiplicado no en el amor, sino asexuado como los espíritus celestiales, creado y mantenido, no a imagen y semejanza de la pareja humana, sino al margen de la vida que, como nadie ignora, comienza en el amor, aunque algunos se empeñen en demostrarnos lo contrario.

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