En final del "boom"
En mi reciente viaje a España me vi sorprendido por el inusitado interés que existe allí por el boom literario latinoamericano. Quieren conocer su origen, estudiar su desarrollo, analizar sus consecuencias. Considero legítima esta curiosidad en un país y en un medio intelectual que toma con la debida seriedad cuanto pueda significar una aportación a la narrativa en nuestro idioma. Consagré al tema dos conferencias y un frondoso reportaje para Mundo Hispánico. Expresé en síntesis, que ni en la Argentina ni en el resto de la América Latina se habla ya del boom. Dije que sus beneficiarios tampoco quieren recordar que todo nació de una especie de alianza político -comercial y que esa erupción literaria no tenía bases estéticas ni éticas. La crítica literaria latinoamericana se consagró a su exaltación de modo absorbente y, ahora, pasados trece años, ha olvidado el tema como una medida atiséptica inevitable.Las obras que cimentaron el nacimiento del boom se publicaron rodeadas de tina publicidad que no había tenidio hasta entonces ningún autor de esta parte del mundo. La ciudad de los perros, de Vargas Llosa, fue publicada en España en 1962, y La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, en el mismo año en México. RayueIa, de Julio Cortázar, apareció en una editorial de Buenos Aires en 1963, y Cien años de soledad, de García Márquez, en 1967. con el mismo sello porteño. Los autores de estos cuatro libros vivían lejos de sus países natales, preferentemente en Europa. A estos cuatro nombres se agregaban, cuando así convenía, algunos otros: Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos, Joao Gimaraes Rosa, Alejo Carpentier. Pero estos autores no integraban el boom propiamente dicho. Eran el coro de la tragedia griega. Estaban ahí para que los dioses pudieran descargar sus conciencias culpables y para subrayar la imparcialidad de un movimiente impuesto compulsivamente a la atención del lector hispanoamericano. Las obras sobre las que se enfocaba la atención del lector estaban firmadas por los cuatro autores mencionados en primer térmiro. ¿Quién los unió? ¿Para qué se unieron?
Todos empezamos a leerlos con avidez. Los que éramos novelistas también suspendimos nuestraa modestas empresas de creación para dedicar todas las energías a aprender de estos libertadores de la literatura latinoamericana. Gracias a ellos la literatura de este continente tomaba la delantera en mundo y obtenía un triunfo rotundo, frente a una Europa hedonista y a unos Estados Unidos dominados por conflictos internos y externos.
Apología organizada
El boom estalló como una atómica latinoamericana. Todo lo escrito hasta entonces nada significaba frente a cuatro nombres que habían conseguido monopolizar la atención universal. Fotógrafos, camarógrafos y hasta visitantes de las antipodas corrían con sus cámaras al hombro hacia los centros europeos donde los cuatro yoguis meditaban acerca de la novela latinoamericana y les arrancaban confesiones emancipadoras para el destino subdesarrollado de estas tierras. Los indígenas y los que ya estamos definitivamente asimilados bebíamos sus palabras como revelaciones del Tibet; ellos habían encontrado el secreto de expresar a América (latina) desde dentro sin necesidad de soportar sus climas tórridos y sus clásicas revoluciones.
Eran geniales y además generosos hablaban unos de otros con solemne suficiencia y con términos elogiosos como si realmente se tratara del hermano fraterno. Tenían a su disposición todos los recursos modernos de la publicidad y los utilizaban en servicio exclusivo, en forma recíproca. Cuando alguno de ellos publicaba un libro, el lector recibía simultáneamente en las revistas de su preferencia la recomendación de los otros tres ponderando la obra que acababa de aparecer. Todo estaba admirablemente organizado. Los semanarios de noticias argentinos iniciaron una campaña de elogios que se repitieron en todas las ciudades de la, América hispana. Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez y Carlos Fuentes eran el boom, y sus apologistas sólo se permitían salpicar con alguna mención -nunca elogio- a muy pocos autores más. Para orientarse en este laberinto de la apología organizada acababa de publicarse Los nuestros, de Luis Harss (casi 500 páginas), en que sólo aparecen Cortázar y el inomitible Borges entre los argentinos. El sistema fracasó con Lezama Lima porque el talento de este autor es tan superior al espíritu del hombre actual. que sólo un elegido como Cortázar ha podido comprenderlo. ,Quién organizó esta forma de terrorismo literario en América latina?
En 1967 visité a Carlos Coccioli en su hotel de Buenos Aires. «En América Latina -me dijo- existe la mafia literaria: se infla a determinados escritores hasta que estallan en el aire como lobos. Es lo que ocurrió recientemente en México con Carlos Fuentes, hombre mundano y excelente escritor. En un, revista literaria se publicaron en un número diecisiete fotos suyas. ¡Ni María Félix! Pues bien, Carlos Fuentes publicó recientemente Zona sagrada y demostró la gratuidad de su posición y la frivolidad de su espíritu. Esa novela no es nada después de haber querido se. algo sensacional» (La Nación Buenos Aires, 18-IX-67).
Coccioli desarrolló a continuación una atrayente teoría sobre la mafia literaria y se detuvo especialmente en los semanarios porteños mencionados y en el Mundo Nuevo, que dirigía en París Emir Rodríguez Moneguai. «Todas coinciden en la ponderación y en la omisión.» Coccioli sostuvo entonces que la mafia literaria era el resultado de una alianza político-comercial entre ese grupo de escritores con ciertos editores de España y de la Argentina, con el visto bueno de la Casa de las Américas de La Habana. (Aquí residía e matiz político.) Posteriormente (16 de junio de 1971) el escritor italo-franco-mexicano publicó una página polémica en Le Figaro Littéraire, concluyente prueba di la existencia de la mafia que desembocó después en el boom literario latinoamericano. Allí explicaba que la honorable sociedaa estaba al servicio de los cuatro nombres mencionados.
«En la literatura latinoamericana contemporánea, mafia es la amistad puesta al servicio de interés recíproco», dice Coccioli. Agrega el autor de El cielo y la tierra que esta mafia, como su antecesora siciliana, «es dura, agresiva y sin piedad para los otros, y sus miembros nunca revelan públicamente sus fines. Esta mafia aterroriza hoy a la literatura latinoamericana». Después de expresar que los beneficiarios de la mafia proceden todos de la burguesía, Coccioli explica ciertos métodos que emplea la institución: «Si Perico de los Palotes, un simple peón, venezolano de la mafia, publica treinta versos en Caracas, Octavio Paz, el gran maestro, proclama gentilmente en México o en la Rive-Gauche que esos treinta versos son una cateIral».
Literatura y política
Coccioll pasa revista a las ideas políticas de los mafiosos y se expresa sobre ellas en estos términos: «¿Cuál es el signo distintivo de estos escritores, de los que no se puede hablar con imparcialidad porque ellos no hablan más que de sí mismos? Puede asegurarse que cualquier página escrita por ellos detine claramente las caracteristicas de todos: palabras grandilocuentes contra el imperialismo, el capitalismo, el Pentágono, la guerra del Vietnam. los militares gorilas y en favor del castrismo. Pero en esta posición política esta precisamente la falla más visible de esta literatura. Porque sus tutores no en ningún país del Este europeo ni siquiera en Cuba: viven en París, Londres, Barcelona, o en las universidades norteamericanas. siempre tan benignas con ellos a pesar de, que ellos aseguran que detestan a los Estados Unidos». Coccloli concluye su documentada protesta denunciando la «vocinglería asfixiante» del aparato publicitario del boom, elogia el discreto silencio de Rulfo y exalta la maestría de Borges, a quien llama «el Incomparable».
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