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Del dormitorio al estrellato: Rusowsky estrena ‘Daisy’ con un Movistar Arena abarrotado

15.000 personas confirman en Madrid que el artista de Fuenlabrada, junto con su colectivo Rusia-IDK, es el nuevo ídolo de la Generación Z

El bedroom pop ha llenado un Movistar Arena. Este género musical (traducido al español como “pop de dormitorio”) que se puso de moda durante el confinamiento por su estética precaria y sus recursos improvisados, ha trascendido el cuarto de estar para presentarse ante 15.000 personas.

Rusowsky, su adalid en España, presentó anoche, en primicia, su álbum de debut Daisy, publicado el pasado mes de mayo. El concierto se anunció un par de meses antes del lanzamiento, y las entradas llevan agotadas bastante tiempo: de momento, y pese a ser el nuevo fenómeno musical entre la Generación Z, solo tiene (con esta) tres fechas anunciadas en nuestro país, todas en recintos de gran aforo.

El éxito de Ruslán Mediavilla (26 años), nombre real de Rusowsky, se entiende mejor con un poco de retrospectiva. En 2020, y debido al tedio a causa del confinamiento por la Covid-19, Rusowsky empezó a producir. A Mediavilla siempre se le había dado bien eso de la música y, si no hubiera sido por la pandemia, habría estudiado el conservatorio superior de piano. Aunque publicó algunas canciones antes del Covid, (como su archiconocida so so, que ayer no faltó), en los meses posteriores a marzo de 2020 su vida cambió por completo: asociado a los bajos recursos, el impacto de los artistas que hacían bedroom pop conectó de lleno con una generación que, aislada en casa, encontraba refugio y comunidad en Internet.

Esa filosofía explica, también, por qué el concierto de anoche pudo resultar desconcertante para cualquiera ajeno a la generación ziennial. El público, en su mayoría veinteañero y vestido de amarillo chillón (el color de la portada de Daisy), asistió a un espectáculo plagado de códigos juveniles. En las pantallas se sucedieron imágenes propias del post-humor digital: desde videos de gatitos hasta el fenómeno italiano Brainrot, pasando por el célebre clip de Britney Spears bailando con cuchillos o gorilas generados con IA, en alusión a la portada del disco. No eran meras ocurrencias: son referencias que circulan a diario en TikTok y que construyen un lenguaje común para una generación acostumbrada a procesar todo en clave irónica, fragmentada y sobreestimulante. En última instancia, esa mezcla de producción casera y cultura digital define el pop de dormitorio que el artista ha convertido en fenómeno masivo.

Así, Rusowsky conjugó su formación de conservatorio con un directo ecléctico, atravesado por bases electrónicas y un humor posmoderno que convirtió el Movistar Arena en un estallido colectivo. Sobre el escenario, rodeado de una banda de doce músicos, apareció con una peluca pelirroja y un traje blanco lleno de destellos ochenteros, con la palabra Daisy brillando en la espalda. Pasó de la guitarra de doce cuerdas en una íntima versión de Altagama al teclado en (ecco) (su pieza para el canal Colors), o al piano de cola en mwah :3. Entre una y otra, entretejía capas de techno, house, jungle, bachata o cumbia, como si cada género fuera un juguete más entre sus manos. Cuando no tocaba, caminaba con algo de timidez y no demasiado carisma, recordando que detrás de todo ese despliegue de medios seguía estando el mismo chico que, hace apenas unos años, grababa canciones en su cuarto con un ordenador viejo y un micrófono barato.

En realidad, el ascenso de Rusowsky en el último año no se explica solo por su talento individual. Su primer gran impulso llegó en 2020, cuando C. Tangana le pidió producir Bien: el pop de dormitorio estaba tan en boga que hasta los artistas con más medios buscaban sonar caseros. Pero otra parte fundamental de su éxito se debe al colectivo Rusia-IDK, fundado por él mismo e integrado por otros grandes músicos del nuevo pop vanguardista: antes de Daisy, por ejemplo, Ralphie Choo ya había publicado Supernova y colaborado con Rosalía, haciendo de altavoz para el resto del conglomerado.

Durante el concierto, Mediavilla no dejó de subrayar el papel del grupo y del sello como la levadura que hizo crecer su carrera: Tristán! subió a cantar Cell, el nombre de mori apareció proyectado en varias pantallas y Drummie lo acompaña con flauta travesera y teclados en la gira. El momento más celebrado fue, sin embargo, la presencia de Ralphie Choo, que salió varias veces al escenario para interpretar Gata, Lo siento Bby y Valentino Rossi, con la que se cerró la noche. Poco antes del desenlace, un video proyectaba imágenes de todo el colectivo como si el concierto fuera, en realidad, una celebración compartida de todo el grupo de amigos.

No fueron las únicas colaboraciones de la noche. Al escenario también se sumaron Latin Mafia, La Zowi y, para sorpresa del público, Las Ketchup, que entonaron junto a él tanto Johnny Glamour (primer y penúltimo tema del concierto) como el inevitable Aserejé, desatando uno de los momentos más festivos de la velada.

Esa mezcla de electrónica, memes, trap, falsetes y guiños a la cultura pop de los 2000 dibuja con precisión el ADN de la Generación Z: un cruce permanente entre nostalgia y experimentación, ironía y desparpajo. Con este cóctel, Rusowsky se confirma como uno de los epicentros del nuevo pop. Hubo problemas de sonorización, sí, pero ni eso logró empañar el entusiasmo colectivo. Al fin y al cabo, ese desajuste forma parte de la esencia del bedroom pop: imperfecto, cercano y, gracias al de Fuenlabrada, sorprendentemente masivo.

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