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Paseo aéreo sobre Florencia por el pasadizo secreto de los Medici

Los Uffizi han abierto por primera vez al público el corredor construido en 1565 sobre el Ponte Vecchio, que usaban en la potente familia que gobernó la ciudad durante tres siglos para ir del Palazzo Vecchio al Palazzo Pitti sin ser vistos

Vista aérea donde se aprecia el corredor construido por Giorgio Vasari en el siglo XVI en Florencia, que parte del edificio de los Uffizi, va paralelo al río y luego sigue sobre las casas del Ponte Vecchio. Imagen cedida por la Galería de los Uffizi.
Íñigo Domínguez

En la Segunda Guerra Mundial los alemanes volaron todos los puentes de Florencia menos uno, solo quedó en pie el célebre Ponte Vecchio (y aunque parecía que lo respetaron, hace nueve años surgió la tesis de que lo salvó un vecino cortando los cables del explosivo). Pero, aunque los nazis creían tenerlo vigilado, no sabían que había un pasadizo secreto, sobre sus cabezas, que permitía pasar de un lado a otro de la ciudad, según cuenta la película Paisà (1946), obra maestra de Rossellini, un relato de la resistencia en varios lugares de Italia, si bien el propio Hitler se había paseado por el corredor en su visita a la ciudad en 1938. Ese túnel aéreo era el Corredor Vasariano, llamado así por su autor, Giorgio Vasari, que lo construyó en solo nueve meses en 1565 sobre las casas del puente, tras levantar el propio edificio de los Uffizi (las oficinas de los Medici). El pasaje se hizo por orden de Cosimo I de Medici, para unir el Palazzo Vecchio, su centro de poder, con el Palazzo Pitti, que acababa de comprar e iba a ser su residencia. Así podía moverse rápidamente, sin ser visto y, sobre todo, sin riesgo de que le mataran, pues tenía muchos enemigos.

Es esa construcción uniforme de color crema que, al mirar el Ponte Vecchio, pasa por encima de todo el puzle de casas de colores. Nunca antes había estado abierto al público, aunque se permitían visitas, y llevaba ocho años cerrado en restauración. Desde el pasado mes de diciembre se pueden recorrer sus 750 metros, en grupos reducidos y con reserva anticipada (el billete del museo son 25 euros, y con el corredor, 43).

Este pasadizo que hacía invisible, un objetivo también simbólico para contribuir al aura de poder de los Medici, ahora por fin es visible para todo el mundo. Los Medici, que gobernaron tres siglos la ciudad, del XV al XVIII, no tenían origen aristocrático, pero se las ingeniaron muy bien para dotarse de esa grandeza. “Recrearon en Florencia ese modelo de las cortes europeas en el que el mundo del soberano es más cercano al de Dios, a lo divino, vive en una dimensión paralela y el cuerpo del soberano es invisible para los súbditos”, explica Simone Verde, nuevo director del museo desde hace un año y que está rediseñando toda la experiencia de la visita a la pinacoteca más visitada de Italia. “Se acercaron a esa visión teocrática aprovechando la elección del Gran Ducado de Florencia para establecer iconográficamente ese estatus principesco”.

La visita dura unos 45 minutos, se entra por el museo y se sale por una discreta puerta junto a la gruta Buontalenti, en los jardines de Boboli del palacio Pitti. Cuando se construyó el pasaje, Cosimo se acababa de comprar esta monumental residencia como otro gesto de poderío, pues los Pitti, banqueros, habían sido enemigos de su familia, y hacerse con su casa constituyó una revancha definitiva. “Lo compró con el dinero de su mujer española, Eleonora de Toledo, hija del virrey de Nápoles. Se casaron muy jóvenes, él con 19 años y ella con 17, y el palacio entonces estaba fuera de la ciudad, era como una isla en el campo”, explica Simona Pasquinucci, responsable de la División de Conservadores de los Uffizi, durante un paseo por el pasadizo. A Eleonora le gustaba el palacio porque sufría de tuberculosis y quería huir de las callejuelas malolientes de la ciudad. Sin embargo, Cosimo y su esposa se metieron en obras y nunca llegaron a vivir allí. “Tampoco su hijo, Francisco I. El primero que fue a vivir allí fue Ferdinando I”, apunta.

Interior del corredor construido por Giorgio Vasari en el siglo XVI en Florencia. Imagen cedida por la Galería de los Uffizi.

El pasillo se presenta desnudo, vacío, como fue originalmente, pues con el tiempo los Medici comenzaron a usarlo para colocar obras de su vastísima colección. “Los Medici pasaron por aquí desde entonces a lo largo de toda su historia. Hay fuentes de la corte, por ejemplo, que cuenta que en invierno los niños venían aquí a jugar”, relata Pasquinucci.

La visita comienza en un lugar con una huella trágica. La responsable del museo señala un recuadro vacío en la pared de la gran escalinata de acceso a la galería. Al pie del edificio, en la calle Georgofili, desde una ventana del inicio del pasadizo se ve el lugar exacto donde la mafia hizo estallar una bomba en mayo de 1993. Murieron cinco personas y varias obras del museo fueron dañadas. En ese recuadro de la pared estaba la Adoración de los Magos de Gherardo delle Notti, pero la fuerza de la explosión borró el color, la dejó abrasada.

El corredor desciende desde el edificio, va hacia el río y luego gira, paralelo a la orilla, sobre una serie de pórticos, hasta alcanzar el puente. Está flanqueado por ventanas para divisar la ciudad porque se hizo para impresionar, para una boda, la del hijo de Cosimo I, y por eso le encargó a Vasari construirlo rápido. Y así fue: lo hizo en nueve meses, de marzo a diciembre de 1565. El gran duque quería pasmar a sus invitados con una panorámica de la ciudad, sobre todo a la familia de la esposa, Juana de Austria. “Era un momento importante para la Florencia de los Medici, que saldaba relaciones diplomáticas y de sangre de una ciudad, que no era muy grande respecto a los estados de entonces, con la casa de Habsburgo y el emperador”, dice Pasquinucci.

Vistas desde el corredor construido por Giorgio Vasari en el siglo XVI en Florencia. Imagen cedida por la Galería de los Uffizi.

La idea de caminar por los aires, como señal de poder, no salía de la nada, era una moda que comenzó a circular en la Italia del Renacimiento y luego en Europa a imitación del proyecto de Bramante, en el Vaticano, de unir la villa del Belvedere con el palacio apostólico. Que a su vez tomaba inspiración de la Domus Transitoria de Nerón, y por supuesto del Passetto, el corredor sobre el muro que desde el siglo XIII unía el Vaticano con el Castel Sant’Angelo. De su utilidad era muy conocedor el papa Clemente VII, de la familia Medici, pues por ahí salió por piernas, con los lansquenetes pisándole los talones, y se salvó por un pelo en el saqueo de Roma de Carlos I en 1527. En esos años Miguel Ángel también diseñaba en Roma un paso parecido sobre el río Tíber desde el palacio de los Farnese a la villa estival de la familia, justo enfrente al otro lado del río, aunque solo llegó a hacerse un arco, que sigue en pie en Via Giulia.

Todo esto sucedía en Roma, y para los Medici, hacerlo en Florencia, suponía elevar su ciudad a la misma categoría. “El corredor nació como una suerte de mensaje de esplendor y de capacidad de mecenazgo de los Medici, envidiada por toda Europa. Porque esa moda se tomaba con una amplitud sin precedentes, no solo pasaba por el río, sino por los tejados de la ciudad. Y no es casual que, justo entonces, Caterina de Medici pida en París que se amplíe la gran galería del Louvre, para conectar el palacio con las Tullerías, siguiendo el mismo principio de Florencia”, observa Pasquinucci.

Vasari, con prisa y con la carta blanca del gran duque, se apoyó en la hilera de casas torre medievales que había a lo largo del puente, y esa es la razón por la que ya no queda ni una. Se confiscaron y se demolieron. Por eso el paseo por la galería, curioseando por las ventanas para ver el paisaje único de Florencia, transcurre en línea recta. Sin embargo, al llegar al otro lado del río Arno hace un extraño giro, da un rodeo. Se debe a que respeta la torre de Mannelli, la única que quedó en pie. “No era una familia que tuviera particular simpatía por los Medici. Pero se han encontrado documentos que demuestran que hubo una súplica de una mujer de la ciudad al gran duque, para que no se apoderara de ella, y él accedió”, explica la conservadora del museo.

Simone Verde, director  de la Galería de los Uffizi, en la puerta de salida del corredor Vasariano, en el jardín del palacio Pitti. En una imagen cedida por Galería de los Uffizi

Hay otra sorpresa antes de llegar al final del recorrido, pues de pronto, a la izquierda, se abre un espacio que se asoma directamente desde lo alto sobre una gran iglesia, la de Santa Felicita. Este templo llegó a asumir las funciones de capella palatina de Palazzo Pitti, y desde este mirador los Medici podían asistir a misa y bajar a la iglesia.

El Corredor Vasariano es una pieza más en la pequeña revolución que Simone Verde está imprimiendo en los Uffizi, remodelando muchas salas para replicar su identidad histórica más señalada, perdida en sucesivas remodelaciones, como en la sala de escultura antigua de mármol, la de los pintores flamencos o el Ricetto de las inscripciones. “Hay que recordar que los Uffizi fueron el modelo del museo europeo. Queremos subrayar el sentido filosófico de esta primogenitura, recuperando los fastos del Grand Tour, la identidad de algunos espacios que luego se han perdido y olvidado”, razona. Y sobre todo, uno de los anhelos del museo y de toda Florencia es retirar por fin este año la gran grúa que incomprensiblemente lleva en medio de la plaza de los Uffizi desde 2006. Así lo anunció Verde en la inauguración del Corredor Vasariano, su primera promesa al llegar al cargo: “Mi segunda promesa es derribar esa maldita grúa”.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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