La vida migrante de ‘Ceniza en la boca’, del papel a la pantalla: el nuevo proyecto de Diego Luna como director
El actor y cineasta mexicano empieza en Madrid el rodaje de la película en la que adapta la novela de su compatriota Brenda Navarro
Dentro de su fachada de ladrillo expuesto, el olor de las arepas se mezcla con el del chorizo y el de los tacos. Banderas de distintos colores adornan los locales y más de una decena de acentos, que comparten el mismo idioma, recorren los pasillos. Al parcero lo saluda un güey y a la chama un chabón. Y todos parecen sentirse en casa. El mercado Maravillas, con más de 80 años de vida, y que en los últimos ha dependido de la comunidad latinoamericana para sobrevivir, es el epítome de la ciudad que habita: Madrid. La cotidianidad tan folclórica de sus pasillos la rompe un “¡cuidado!, eléctricos en el set”, que anuncia el paso de dos hombres vestidos de negro que cargan con una enorme escalera. Su presencia, aunque llamativa, es tan bien recibida como la del resto de las personas que transitan en el mercado más grande de España y uno de los más grandes de Europa. Es el lugar elegido para el rodaje de Ceniza en la boca, la nueva película dirigida por el mexicano Diego Luna, basada en el libro homónimo de su compatriota Brenda Navarro y que ha iniciado su camino en Madrid la semana pasada, antes de pasar por Barcelona y la Ciudad de México. Una producción méxico-española que aborda las dificultades de los migrantes latinos en España.
“Queríamos empezar aquí porque es un espacio importante para cualquier latinoamericano que haya pisado Madrid”, explica Luna. Los cascos que lleva en el cuello atestiguan su papel en el rodaje. Regresa a la silla, nueve años después, para dirigir su quinta película —la cuarta ficción— y tras una larga etapa de “proyectos de largo aliento”. “Tenía muchas ganas de hacer cine desde hace rato. De contar una historia que se desarrolle en dos horas, con un principio y un final contundentes”, continúa. Su hambre la ha saciado gracias a la historia de Navarro, publicada en 2022 y con la que ganó el premio al mejor libro de ficción de los libreros de Madrid. Una novela que aborda la llegada de dos hermanos mexicanos a España para reunirse con su madre, Isabel, que había emigrado ocho años atrás en busca, como tantos otros, de un futuro mejor. A través del punto de vista de la hermana, la escritora mexicana cuenta la trayectoria sacrificial, de desigualdad, racismo y desamparo que muchos migrantes latinos recorren en tierras españolas. “Un libro maravilloso con la identidad y el no lugar como tema central”, defiende el director de la película, en el que ha encontrado, aunque prefiere no embarcarse en los detalles —”Cuando terminemos el proyecto, echamos un café y te cuento qué experiencias me llevaron a contarla”, dice—, una historia cercana donde “reflexionar sobre la distancia, la ausencia” y su “paternidad”.
Para contarla ha decidido poner un énfasis particular en la relación de la madre y la hija: “Estoy en un momento en mi vida en que me es imposible no centrarme en la relación entre ellas”. Pero más allá de eso, prefiere no adelantarse a nada. “Es muy temprano para decir de qué va a tratar la película. Estamos descubriendo la historia y hasta el final no sabemos en qué terminará la cosa. Partimos de una idea, pero lo más lindo es lo que trae el accidente, lo que pasa en el proceso y a raíz de la colaboración entre tantas personas”. Una colaboración que empezó con Abia Castillo y Diego Rabasa, coguionistas con Luna y que se han unido para la difícil tarea de transcribir el relato de las páginas a la pantalla, aunque sin pretender reflejar fielmente el libro. “Resulta muy ambicioso pensar que un libro cabe en las dos horas de una película”, defiende el director. Rabasa así lo confirma: “Es una nueva historia, con un lenguaje completamente distinto. La intención y el foco son muy distintos a los de la novela. Hay un énfasis en la identidad, el abandono y la lucha de la protagonista por abrirse un espacio en el mundo”.
A Brenda Navarro, la idea de que el filme de su compatriota tome su propio rumbo, lejos de incomodarla, le agrada. “Esta será la historia de Diego Luna al final. Me pasa con las traducciones de mis libros, no termina por ser la misma historia, hay una interpretación de la traductora y palabras distintas”, defiende. Cuando le hablaron del proyecto, su primera reacción fue pensar: “Vaya lío en el que se están metiendo”. “Es que es una novela compleja con muchos temas y que genera un reto audiovisual interesantísimo”, cuenta. Y para el proyecto de Luna, la ha entregado sin limitaciones: “Una escribe para sacar los demonios que tiene dentro, y ver que la historia conecta con otras personas es el mejor regalo. Este trabajo de tantas manos, la mirada de tantos ojos, el trabajo que se va extendiendo y va teniendo más caminos, es un proceso mágico”.
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De la soledad de su escritura, su novela ha pasado a las manos de una treintena de personas y a los rostros de dos actrices de carne y hueso —”Ah, con que esas eran sus cara. Ahora me entero”, bromea la autora—, Anna Díaz —como Lucila, la protagonista— y Adriana Paz —como su madre, Isabel—, que ahora ensayan, en uno de los locales del Maravillas, la primera de las escenas por rodar. Mientras los eléctricos, ya montados en la escalera, colocan una luz en lo alto, Luna conversa con ellas, sonríe, responde dudas y ejemplifica con su cuerpo los movimientos. “Me gusta mucho dirigir actores y actrices, ayudarlos en su proceso y encontrar juntos respuestas. Me encanta la idea de emular esos procesos que como actor me marcaron”, cuenta el experimentado intérprete. Eso que hace ahora con las actrices lo han hecho con él directores como Alfonso Cuarón, Steven Spielberg, Gus Van Sant o Gareth Edwars. “Una de las bondades de mi profesión es que puedo ver el trabajo de los creadores de cerca. Empecé a actuar a los 12 años y siempre he sido muy curioso y me ha interesado el proceso de quién está contando la historia. Por suerte, he tenido la oportunidad de trabajar con una amplia variedad de directores que me han enriquecido mucho”, cuenta Luna.
Vive de la interpretación y reserva sus excursiones como director para cuando se siente “realmente listo”. “Para mí dirigir nace de una experiencia personal, cuando lo hago está directamente relacionado con una revelación. Y las películas que he hecho están relacionadas con algo profundamente importante en mi vida”. Con ellas se ha presentado en festivales de cine como Cannes, Sundance, Berlín, Venecia, San Sebastián o Morelia.
El ensayo termina pronto porque el tiempo en los rodajes apremia. La escena que sucede cuando Luna finalmente grita “¡Acción!” —tan fuerte que se escucha en los casi 9.000 metros cuadrados del lugar— bien podría ser un momento cotidiano del mercado madrileño. Una de esas historias que la lupa del cine engrandece con un poder que pocas herramientas tienen. “Ha sido una casualidad, pero es un momento muy importante para hablar de migración y de la relación entre España y América Latina”, cuenta el mexicano. Lo mismo piensa Navarro, a quien le gustaría que la nueva dimensión de su texto sirva para que los españoles “se sientan orgullosos de tener a los latinos como ciudadanos”. Y aunque todos parecen estar de acuerdo en que la historia no es del todo la misma y la película, como ente vivo que es, forjará su camino con el tiempo, la esencia parece quedar inalterada. “El Madrid que yo amo tiene que ver con nosotros viviendo ahí”, cuenta la escritora. Y esa realidad, la de una cultura permeada por la comunidad latina, encuentra refugio tempranamente en una película a las puertas de un todavía muy largo camino hasta su estreno.
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