Muere a los 70 años la fotógrafa Patricia Allende, hermana de Ouka Leele

“La naturaleza me ha enseñado a ver, a sentir. Por medio de la cámara he podido transmitir y plasmar mis sentimientos y obsesiones”. Así describía Patricia Allende Gil de Biedma dos de sus pasiones: la fotografía y la naturaleza, que logró imbricar en su vida. La otra pasión era su hermana Bárbara, tres años más pequeña, artista que se convirtió en uno de los iconos de la Movida madrileña a finales de los setenta como Ouka Leele. Precisamente, Patricia Allende trabajó hace un par de semanas en una exposición dedicada a su hermana en la librería de fotografía La Hora Azul, en Madrid. Siempre entusiasta a la hora de hablar de su obra fotográfica y de exponerla (participaba actualmente en una colectiva en la localidad abulense de Arévalo), Patricia Allende, que estaba ilusionada por varios proyectos personales, ha fallecido repentinamente a los 70 años en Madrid, según se supo este sábado y confirmaron a EL PAÍS fuentes cercanas a la fotógrafa. Sus restos mortales fueron trasladados al tanatorio de La Paz, en Alcobendas (Madrid).

Allende deja una obra caracterizada por imágenes en las que buscaba, con una gran sensibilidad, la abstracción a partir de diferentes elementos de la naturaleza, en especial, el agua. Esa fascinación por congelar el agua en sus fotos le venía desde que salía a pescar con amigos, como ella contaba. Mientras que ellos echaban la caña, ella se dedicaba a tomar imágenes.

Nacida en Madrid, el 29 de septiembre de 1954, contaba que fue una niña feliz y muy unida siempre a su hermana Bárbara. Fue, precisamente, Bárbara quien la animó a interesarse por la fotografía a mediados de los años ochenta, disciplina a la que se dedicó plenamente pocos años después, a pesar de lo que suponía ser “la hermana de”. Aunque se inició como paisajista, con los años se inclinó hacia el informalismo y la abstracción, experimentando con la luz y sombras. En esos comienzos destaca su proyecto Tajo-Tejo, un pausado recorrido por el río más largo de la península Ibérica, que se expuso en la Expo 98 de Lisboa, dedicada a los océanos.

Era una fotógrafa que le gustaba trabajar a la antigua usanza, en analógico y sin realizar retoques de laboratorio a sus imágenes. “No manipulo nada”, como le contó a la fotógrafa María Antonia García de la Vega durante la sesión en la que esta le hizo el retrato que encabeza esta información (y que puede verse junto a los de otras mujeres de la cultura en la exposición Pasajeras, en el Centro de Arte Alcobendas). Le costó, por lo tanto, incorporar el mundo digital. Entusiasta del arte y de la filosofía (citas de filósofos solían servirle de cabecera para sus proyectos fotográficos), su inspiración le llegaba a través de la contemplación de la naturaleza, como prueban los títulos de algunas de sus series, desde Haikus, de 1991; Espacio lunar (2003), Sobre el caos sensible, del mismo año, con el agua como protagonista; Identidad (2005), sobre retratos de personas bajo la ducha; o Naturaleza (2016), quizás una de las más destacadas, con imágenes de flores, plantas y paisajes en tonos cálidos. Lo común en todos sus trabajos era la quietud que transmitían esas imágenes de la naturaleza, que configuraban “un discurso misterioso e introvertido”, como escribió la también fotógrafa e historiadora del arte Concha Casajús.

Con obra, entre otras colecciones, en la del Museo de Arte Contemporáneo del País Vasco-Artium, de Vitoria; el Centro de Arte Dos de Mayo (Móstoles) y la Fundación ONCE, tuvo su primera exposición individual en 1998, Mar del sur, en el Ayuntamiento de Cádiz, a la que siguieron varias más, como Espacios y Sombras (2002), en el Ayuntamiento de Madrid; Sobre el Caos Sensible (Vitoria, 2003); Abstractio (Teruel, 2021), Un Mundo Imaginario (2022), en el Centro Cultural Galileo, en Madrid; hasta su retrospectiva, en el Museo de Arte Contemporáneo de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), que pudo verse en la segunda mitad de 2023.

Desde 1991 había participado también en numerosas colectivas, hasta la que en la actualidad hay en Arévalo, La lluvia no viene del cielo, como ella misma anunciaba en su cuenta de Instagram hace dos semanas. Su obra también se ha visto fuera de España: en Portugal, Italia, Polonia, Perú, Paraguay, Uruguay, Chile, México, Colombia, Marruecos y Japón. Una trayectoria a la que se suma su labor como comisaria de exposiciones y profesora de cursos y másteres de fotografía en diferentes escuelas y universidades. Nos deja una amante del arte de la imagen, para quien “el poder de la fotografía residía en su fascinante ilusión de la realidad”.