Soledad Puértolas: “Los jóvenes están desasistidos de la historia, como recién aparecidos en el mundo. Y eso es grave”
La autora y académica reflexiona sobre las nuevas generaciones, sobre la edad y sobre su trabajo en la RAE. Acaba de publicar una novela que alberga otra novela en su interior
Soledad Puértolas es una todoterreno de las palabras, una herramienta que ama, que trabaja a fondo como académica de la RAE y que practica al sentarse cada mañana de su vida para avanzar en sus novelas. Hablar de ellas le emociona y lo hace con pasión, como también reflexionar sobre las generaciones y cambios que la vida le ha permitido conocer. La autora nacida en Zaragoza hace 77 años acaba de publicar La novela olvidada en la casa del ingeniero (Anagrama), una pequeña obra de artesanía en la que ha logrado armar una novela dentro de una novela que, a su vez, está dentro de otra. Sin costuras visibles y con reflexiones sobre la literatura, sobre el amor y sobre una madre. Aquí habla claramente: “Los jóvenes están desasistidos de la historia. Como recién aparecidos en el mundo. Y eso es grave”. La entrevista se celebra por videoconferencia desde Vilanova de Arousa (Galicia), donde pasa sus vacaciones.
Pregunta. Su novela es un juego de muñecas rusas. ¿Cómo surge?
Respuesta. Yo misma me sorprendí porque no tenía ningún plan de hacer una novela dentro de otra, pero apareció una novela que escribí hace 30 o 40 años en el desván de mi casa, estaba en un viejo ordenador. Mi marido, que es ingeniero, logró imprimirla. Al principio no hice ni caso, pero hace tres años me la traje a Galicia y vi que había algo. Se la di al narrador de la novela que estaba escribiendo y resultó que a él le gustó (ríe). Literariamente hablando, claro.
P. ¿Se reconoció en la Puértolas de hace 40 años?
R. Lo que me gustó ver es que había algo muy vivo y muy juvenil, me emocionó ver cómo era esa escritora, esa persona, sentí una conexión de emoción y pensé que no se podía perder. Me pareció que era una voz que había que tener en cuenta, muy sincera.
P. ¿Qué ha cambiado en la Soledad Puértolas de hoy respecto a aquella?
R. Para los lectores no sé, pero para mí todo, muchísimo. Yo cambio, soy una persona distinta cada día, mi relación con el mundo se hace nueva cada día. Yo no he resuelto mi relación con el mundo, no lo tenía resuelto de joven ni ahora, pero lo intento y la relación literaria ha cambiado también. Con todo, hay algo que permanece, tal vez solo un puntito, pero intenso. Si cambiara todo no podría aguantarlo.
P. ¿En qué ha cambiado su relación con el mundo?
R. Conoces más, has experimentado más cosas y has agregado alguna conclusión y alguna confusión más. Lo que pensabas que era el mundo ha cambiado de aspecto, tienes una idea distinta, ya no estás para descubrirlo, sino para estar ahí. De joven pensabas que podías descubrir y controlar el mundo, eso es la juventud. Pero, en un momento dado de la vida, cuando lo has intentado varias veces, acabas diciendo: simplemente estoy. Es una actitud muy distinta, no voy a decir de aceptación, porque la vida tiene muchas cosas inaceptables, pero sí de saber.
P. ¿Desencanto?
R. No. No. No. Para nada. Porque no hay vía al encanto tampoco. Aquello era emoción, ilusión y una ambición de control. Y de repente te dices: “Pues a lo mejor, no tener control es mejor”.
P. ¿Se esconde en esta novela una especie de autobiografía?
R. Algo sí, como en todo lo que escribo. Hay muchas partes de mí. Soy el tipo de escritor que en cierto modo está hablando de sí mismo. Yo me he retratado en mis novelas.
Yo vengo del silencio, de una familia en la que no se hablaba de la Guerra Civil para nada, era como si no hubiera existido, no se podía
P. Su generación perteneció al tardofranquismo, estuvo marcada por la adhesión a la democracia y contra la dictadura. ¿Qué define a la nueva generación de jóvenes, sus nietos?
R. Están desasistidos de la historia. Nosotros estábamos demasiado anclados en ella porque veníamos del silencio de la Guerra Civil y eso ha sido tremendo para nuestras vidas, para mi generación. Yo vengo del silencio, de una familia en la que no se hablaba de la Guerra Civil para nada, era como si no hubiera existido, no se podía. Pero estaba ahí, era un silencio que pesaba y sabíamos o intuíamos lo que había ocurrido. Pero ahora los jóvenes, a pesar de toda la capacidad de información y comunicación que tienen, están en el aire, están como recién aparecidos en el mundo y no tienen un sentido histórico de lo que son, no hay una continuidad. Y eso me parece grave porque la historia nos une como humanidad. Tener vínculos entre nosotros y el pasado te permite tener proyectos. Y si no tienen proyectos están un poco desvalidos, sueltos.
P. ¿Es un fracaso nuestro?
R. En cierto modo, sí. No vamos a asumir todas las culpas, pero aquí ha habido un fracaso educativo, un fracaso de integración de la historia. No tenemos la solución, pero creo que la enseñanza se ha descuidado muchísimo y es fundamental. Es un problema gravísimo y me preocupa. Ahora todo está muy disperso, no tienen donde agarrarse, piensan que la derecha es la de ahora, no saben de dónde sale y pasa lo mismo con la izquierda. Tengo que pensar que podemos encauzarlo, pero a veces el pesimismo me invade.
P. ¿Cómo ha vivido ser mujer y escritora? ¿Le ha afectado la invisibilidad de las escritoras?
R. Sí, sin duda; es un esquema muy asentado. No es que me haya afectado, es que está ahí. Cuando eres mujer que escribes eres mujer que escribes, no eres escritora, lo que haces se antepone siempre a lo que eres. Parece que las mujeres tenemos que escribir todas igual y el mundo de la mujer y el hombre confluyen en muchos aspectos, somos personas. La literatura es la capacidad del ser humano de diversificarse y si el hombre lo ha hecho, ¿nos van a negar esto a las mujeres? Esto siempre me ha indignado.
P. ¿Cree que esto ya ha cambiado? ¿O mejorado?
R. Este es un momento de transición porque estoy prácticamente convencida, o quiero estarlo, de que nuestros nietos van rompiendo muchas cosas. Tengo un nieto de 16 años y nietas de 11, 7 y 2. Y esto ya es otra cosa, es una fuerza que ya está en marcha. Mis nietas me han dado esa seguridad.
P. Usted fue la quinta académica de la RAE. Ahora son once. La Academia también va atrasada.
R. Tiene razón. Cuando Ana María Matute o yo entramos hubo una conmoción, pero ahora han entrado cuatro mujeres seguidas y no lo he visto señalado en la prensa, significa que ya es más normal. En el siglo XVIII hubo debates y dudas sobre el intelecto y la capacidad de razonar de la mujer. Y aún quedan inercias, resistencias. Pero la Academia ha cambiado mucho desde que ingresé, para empezar de ambiente. Cuando entré había días que solo estábamos Carmen Iglesias, Margarita Salas y yo, y si fallaba alguna estaba sola. Alguna vez me callaba, pero creo que hay que intervenir, no hay que callarse. A veces las mujeres no estamos tan seguras de nosotras mismas como los hombres, que están asombrosamente seguros de sí mismos. ¡Ya podían dudar un poco! Pero ha cambiado muchísimo y en el diccionario se nota.
P. ¿Algún ejemplo?
R. Mujer fácil, por ejemplo, que se vio que respondía a un prototipo y ahora se explica que es una discriminación, que es ofensivo y todos los matices. Hoy en día mis nietas no entenderían “mujer fácil” y el diccionario debe dejar constancia de lo que ha significado y de la desaparición de ese sentido. No hay que borrar la historia porque entonces nos encontraríamos desasistidos, flotantes, pero hay que explicar cómo ha evolucionado. Ahora que no hay problemas de papel, soy partidaria de explicar. Me gusta la capacidad que tiene el diccionario de poder ser una historia de nuestra vida y nuestra lengua y esa es una tarea que se está haciendo.
P. ¿Qué le aporta la Academia?
R. Yo estoy en la comisión de Ciencias Sociales, que es interesantísimo. Me lo paso muy bien hablando de palabras porque es nuestro instrumento más importante, aquello que se puede transformar en otra cosa y que nos modula, nos expresa. Aprendo muchísimo, discutir es buenísimo. Ejercitar la voz y la discusión es maravilloso, quizás sea lo mejor que me ha dado la Academia: poder hablar y discutir con gente interesada en todo, como yo. Estar interesada en las palabras es estar interesada en la vida.
A veces las mujeres no estamos tan seguras de nosotras mismas como los hombres, que están asombrosamente seguros de sí mismos. ¡Ya podían dudar un poco!
P. La definen como literata intimista. ¿Cómo definiría usted su literatura?
R. Me ahorro la definición. Estoy en ello, estoy buscando. Las definiciones tienen siempre algo de externo, irritante y simplificador. Yo me lo ahorro (ríe).
P. ¿La edad le ha permitido también otra aproximación a cada nueva novela, a cada tema?
R. Los temas a mí nunca me han importado mucho. Yo escribo desde mi relación con el mundo, desde los problemas que me preocupan en cada momento, que ahora mismo son muchísimos. En esta novela hay más temas porque la narradora quería escribir de un crimen y de una historia de amor, pero yo de eso he escrito muchas. Si salen, estupendo, son maravillosas las historias de amor. Y son muy difíciles. En general primo las del desamor. Desesperación ya no quiero.
P. ¿Cuál es su rutina de escritora?
R. Escribo por las mañanas, que es cuando más abierta estoy a mí misma. Parto de una idea de novela, tengo un hilo en la cabeza y sé a dónde me dirijo, pero no planifico mucho. Soy desordenada. Me gusta mucho enredarme con los secundarios, con muchas cosas, pero soy rutinaria, me gusta escribir todos los días, ese rato de escribir me gusta. Después de ordenar un poco, poner la lavadora y esas cosas… me siento a escribir y me digo: ya estoy en mi sitio. Ese es el placer que tengo. Luego ya veremos lo que hago. A veces sale mejor, a veces peor, suele ocurrir que empiezas un poco mal y acabas la mañana con un pequeño hallazgo. Hacia el mediodía se eleva un poco. Y ya por la tarde me dedico a otras cosas. Por la tarde me cierro, es horroroso.
P. Usted en su momento fue clasificada como nueva narrativa española. ¿Ahora ve corrientes, tendencias, en la literatura actual?
R. La verdad es que no. Veo que puede irrumpir lo fantástico, la fantasía es esencial y estoy esperanzada con ello. La autoficción y todo eso es agotador, el abuso de ello me provoca rechazo. Yo soy una escritora que habla de sí misma, pero no he podido o no me ha salido convertirme en personaje de mis novelas. Y quiero pensar, porque me parece bonito, que ahora hay una inyección de fantasía y de imaginación.
P. ¿La edad es otro factor de invisibilidad o sabemos escuchar a los mayores?
R. Creo que a mí me escuchan más ahora que antes. No me ha preocupado nunca mucho la invisibilidad. Me ha fastidiado desde el punto de vista social, pero individualmente no, porque es muy cómodo ser invisible, te hace muy libre. Yo me he sentido siempre una persona muy libre, quizá porque no me he sentido presionada y he sido clasificada, pero tampoco con mucho interés. A veces me han clasificado y a veces me han ignorado. Los mayores estamos en una edad que te gusta mucho la vida y la sociedad se está portando mal. No se les tiene muy en cuenta.
P. Usted ha sido una gran nadadora. ¿Sigue nadando?
R. Aquí en Galicia no, porque no tengo la piscina cubierta que tengo en Pozuelo y el agua está muy fría (ríe). Me doy baños todos los días y es maravilloso porque sustituyo la natación por el golpe de energía que te da el agua fría, que no está nada mal.
Babelia
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