Los creadores teatrales jóvenes redescubren a Calderón de la Barca, con una mirada gamberra y sin tabús
Se multiplican los montajes de obras del dramaturgo del Siglo de Oro, autor de ‘La vida es sueño’, visto por primera vez en toda su inmensidad
Han tenido que pasar 400 años para que descubramos sobre los escenarios al poeta, dramaturgo, cortesano, soldado y sacerdote Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-1681). Antes se han producido acercamientos fragmentarios, pero desde hace pocos años vemos de la mano de jóvenes creadores el Calderón inmenso, poliédrico, austero y gamberro, oscuro y festivo. A lo largo de cuatro siglos nunca se ha podido gozar de Calderón de la Barca y su teatro de una forma tan completa y tan auténtica como en esta tercera década del siglo XXI. Y ello se debe a que, por fin, el dramaturgo se ha podido desprender de todos los clichés que le han caído encima en cuatro siglos; ahora le buscan, y le encuentran, creadores jóvenes, novedosos, vanguardistas, con una concepción del autor, despojada de tabús y convenciones sociales y estéticas.
Calderón gozó de fama en el siglo XVII: transitaba por la parte más festiva, lúdica e incluso espectacular del teatro barroco, y por las profundidades más oscuras del alma humana. Y sus autos sacramentales, auténtico agitprop, fascinaban al rodearse de parafernalia. Pero lo cierto es que en parte del siglo XVIII, y sobre todo del siglo XIX, el autor madrileño deja de estar presente en el teatro español. No así en varios países europeos, sobre todo en Polonia y Alemania, donde le veneraban. En las primeras décadas del siglo XX, profesionales de la escena redescubren a Calderón de la Barca por Europa y el dramaturgo vuelve a casa. Primero tímidamente, con María Guerrero y Ricardo Calvo, luego en la Segunda República de manera más rotunda con Margarita Xirgu y Rivas Cherif, sin olvidar que La Barraca de García Lorca y las Misiones pedagógicas eligen varios calderones en su proyecto en la década de los años treinta. En casi todo el franquismo se adapta al pensamiento del poder, y personajes como la hija de Pedro Crespo, en El alcalde de Zalamea, no solo no era violada, sino que los militares que Calderón pinta como borrachuzos violadores eran unos chicos buenos y amables que hablaban en prosa porque se pensaba que el verso no se entendería.
Nombres propios como Luis Escobar, José Tamayo, José Luis Alonso, Manuel Canseco, Miguel Narros y pocos más dieron a conocer a Calderón de la Barca antes de la Transición. No se puede ignorar que el renacimiento calderoniano actual está en deuda con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), creada por Adolfo Marsillach, que nació con un calderón, El médico de su honra, y esta temporada, y con Lluís Homar al frente, ya va por tres calderones: El gran teatro del mundo, El monstruo de los jardines y El castillo de Lindabridis. Entre medias, muchos más y el esfuerzo titánico de Marsillach y su mano derecha, el escenógrafo Carlos Citrinowsky, por acercar los clásicos al público joven. Además, la existencia de compañías como Teatro Corsario o Compañía Manuel Canseco (ambas a partir de los ochenta) han dado muchos frutos, que han devenido en este renacimiento calderoniano despejado de sambenitos.
Desde que se creara la CNTC su vinculación con el festival de teatro clásico de Almagro ha sido total. Irene Pardo, actual directora del certamen, ha tenido muy en cuenta este año que Calderón vive un momento de gloria, programando muchas actividades en torno al autor. “Se debe a una revalorización del teatro clásico, porque muchos autores pescan en el caladero de los clásicos como inspiración y surge la fascinación”, señala Pardo, quien considera inimaginable una edición del festival sin incluir a Calderón. “Respira teatro, es universal y transfronterizo, ¿cómo no va a estar de moda?“, señala.
No hay más que repasar la programación de la 47ª edición, que se celebra hasta el 28 de julio en la ciudad manchega, con cinco calderones, un concierto sobre su vida y la magnífica exposición Calderón, un escenario imaginado. “El público encuentra en estas piezas profundidad filosófica, complejidad, simbolismo, pero también enredo, comicidad, belleza en el lenguaje, maestría en el verso….”, apunta Pardo.
Lluís Homar, director de la CNTC, sostiene que la garantía de que estamos en un renacimiento calderoniano es que viene de la mano de jóvenes: “Estamos descubriendo a Calderón de la Barca. Al margen de sus obras incontestables, universales y sublimes, siempre ha habido una retranca con respecto a él: aparecía un misterio que se le giraba en contra. Pero ahora los jóvenes ven que es el más universal y shakespeareano, un autor de todas las épocas y que también les habla a ellos, sin sello reaccionario”, comenta Homar.
La actriz, directora y especialista en Siglo de Oro Laila Ripoll, comisaria de la exposición de Calderón, lo tiene claro. “Sí, resurge, pero un Calderón muy concreto. Lo que no se recupera, por fin, es esa fama seriota, contrarreformista, oscura, pero sí al mitológico, el de los entremeses, las mojigangas, al más luminoso, al más cachondo, y los autos como si fueran una fiesta, sin olvidar su parte profunda. Es una alegría ver a Calderón como era”, sostiene Ripoll, quien en la exposición diseñada primorosamente por Juan Ignacio Flores recoge momentos, personajes y acontecimientos de la plástica teatral calderoniana desde el siglo XVII hasta hoy.
Jesús Peña, de Teatro Corsario, que tantos calderones ha montado, dice que el autor enseña que podemos enfrentarnos a terribles poderes: “Aunque no salgamos victoriosos, al menos expresamos descontento, enfado e incluso nuestra oposición, para que el espectador saque sus propias conclusiones de forma nítida”. Corsario empezó a montar a Calderón en 1990, con su fundador, Fernando Urdiales, fallecido en 2010 y sustituido por Peña. “Nos interesa todo de él y esos bellísimos versos que nos empeñamos en estudiar, porque el espectador tiene que oír y ver personajes absolutamente convincentes y creíbles, sin alejarnos demasiado de la vida misma al convertirla en una hermosa representación teatral”, señala Peña.
Ripoll ha percibido que Calderón siempre va con los tiempos: “Se le ve y se le entiende dependiendo del pensamiento de la época en que se monta”. “Calderón nos cuenta los contrastes que tiene la vida, esas mujeres poderosas en pleno Siglo de Oro, porque las mujeres de Calderón son tremendas, llenas de fuerza, de sentimientos; no son floreros, son personajes activos de carne y hueso, pero también se cuenta las injusticias que se cometían con ellas”, señala.
El gran acierto de la exposición de Ripoll ha sido afrontar al dramaturgo como hombre de teatro y no desde el estudio filológico: “Además de muy divertida y llena de alegría, la exposición es un homenaje a oficios y oficiantes, a maestros como Pedro Moreno, Álvaro Luna, Miguel Narros, Andrea D’Odorico, Juan Gómez Cornejo… Está hecha desde el amor al oficio y hablamos desde dentro, que también es necesario”, señala Ripoll que, como hija de Concha Cuetos, lleva el teatro en los genes.
Como Ana Zamora, reconocida en el ámbito teatral por haber abordado con talentosa ejecución proyectos del medioevo y renacimiento. Es su primer calderón y su autor más moderno al montar El castillo de Lindabridis, para la CNTC: “El salto a Calderón ha sido añadir una estación más mirando al medioevo y renacimiento a través del barroco”. Zamora recuerda que Calderón era director de representaciones teatrales en la corte de Felipe IV “y hay una perspectiva multidisciplinar”. Aunque esa opinión le puede enfrentar a sus ancestros —es nieta de los reconocidos filólogos Alonso Zamora Vicente y María Josefa Canellada, e hija de un importante arqueólogo y una etnógrafa—, contesta orgullosa y tajante: “Mis ancestros pertenecieron a una escuela filológica que defendía que solo se podía entender el texto en su contexto artístico, geográfico, cultural, social… Y me parece más inspirador que nuevas tendencias más lingüísticas”.
Zamora, que posee un currículo apabullante, es académica y cree que hay muchos calderones y cada uno distinto: “Nos sirve para descubrir lo que somos o no somos. El nuestro es un viaje a un mundo de fantasía, algo imprescindible en un ambiente tan cartesiano y matemático como el que estamos; no hay que convertir a Calderón en lo que no es, pero después de tantos siglos sigue impactando”.
El también joven director Iñaki Rikarte, que ha triunfado en la última edición de los Premios Max y ha transitado por clásicos como actor y director, señala: “Si Calderón hizo con los mitos lo que quiso, nosotros también. Y, desde luego, funciona”. Su montaje El monstruo de los jardines ha logrado un reconfortante éxito entre espectadores jóvenes. Su truco es muy fácil (para él): “Utilizo lenguajes escénicos contemporáneos”.
Babelia
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