“Vengan comedias insulsas que halaguen al público. ¡Estúpidos!”
Un libro reúne todas las cartas de Margarita Xirgu, mito de la escena del siglo XX y símbolo del exilio republicano, y desvela su frustrada búsqueda de un equilibrio entre arte y taquilla
“Cuantos esfuerzos haga por educar al público son inútiles. Vengan comedias insulsas que halaguen vicios y defectos del público, así se aplauden a sí mismos. ¡Estúpidos!”. Esto lo podría haber dicho cualquier actor o director teatral ahora en activo, pero lo escribió hace un siglo Margarita Xirgu en una carta dirigida al dramaturgo Joaquín Montaner en la que le informaba del fracaso en Valencia de su obra La noche iluminada, que la actriz había interpretado un año antes en Madrid con gran éxito pero que no gustó fuera de la capital. Por entonces la artista tenía que hacer equilibrismos para mantener a flote su compañía en los circuitos comerciales, combinando estrenos de alto riesgo (Wilde, Ibsen, Shaw, Lorca, Alberti) con otros de rentabilidad asegurada (Álvarez Quintero, Benavente, Galdós). “Lo que quieren los intelectuales no lo quiere el público; y lo que está al alcance de los cerebros de las criadas, lo protestan los intelectuales”, se lamentaba en otra misiva a Montaner.
Margarita Xirgu, mito de la escena española del siglo XX y símbolo del exilio republicano, sufría en carne propia el eterno dilema del teatro entre arte y taquilla. Es un tema que aparece de forma recurrente en las cerca de quinientas cartas escritas por la actriz que han logrado recopilar los investigadores Manuel Aznar Soler y Francesc Foguet i Boreu. Muchas se habían publicado ya en epistolarios parciales, pero gran parte permanecían inéditas en ficheros familiares o dispersas en archivos y museos públicos. Leídas todas juntas y ordenadas en un solo volumen, editado ahora por Renacimiento, ofrecen una dimensión desconocida de la actriz: la de la mujer que había detrás de la leyenda.
La voz del mito se expresa en primera persona cargada de contradicciones. En primer lugar, contradicciones artísticas. Léase la carta que envió a Unamuno en 1915 para explicarle por qué rechazaba llevar a escena su obra Fedra: “La índole del asunto es tan poco apropiada para los públicos de los teatros que frecuento con mi compañía, que me veo obligada a declinar por esta vez el honor de ser intérprete de una obra suya”. Y el miedo que le cogió a las obras de Lorca después de casi arruinarse por el fracaso de Mariana Pineda: “A Lorca le dije que le haría La zapatera prodigiosa, pero sin decirle los compromisos que tenía contraídos, ni cuándo”, le confiesa a Montaner en 1929.
Pero la Xirgu no hubiera pasado a la historia si se hubiera dejado vencer por las “servidumbres del teatro comercial”, como decía ella. “Supo combinar hábilmente el repertorio popular con obras más vanguardistas, alternando unas y otras para compensar fracasos de taquilla. El arte para ella estaba por encima de todo, incluso de sus propias convicciones. Era muy religiosa, puritana, iba a misa los domingos, pero eso no le impidió representar besos en escena o salir con ropa transparente al escenario”, explica Foguet i Boreu. “Yo no estoy conforme por mi manera de sentir con el teatro de Shaw, pero le admiro y le aplaudo. Ni con las protagonistas de Ibsen ni con el teatro tétrico ruso y tienen mi admiración. ¿De qué serviría la inteligencia si sólo nos gustara lo que halague nuestros sentimientos?”, comentaba la artista en otra carta a Montaner.
En el epistolario emerge también, por supuesto, la inmensa dimensión política de la Xirgu. Y de nuevo afloran contradicciones. Por un lado, más de un centenar de misivas dan cuenta de su profunda amistad con Montaner, autor muy vinculado a la dictadura de Primo de Rivera. Por otro, sus cariñosas cartas a Lorca y su correspondencia con Cipriano Rivas Cherif, cuñado de Azaña, la sitúan en el bando republicano. “Pero le tocó vivir una época en la que no se podía ser neutral y no tuvo más remedio que tomar posición. No hay que olvidar que en 1931 estrenó una obra de Azaña, La corona, algo que no le perdonó el franquismo y la condenó al exilio”, recuerda Aznar Soler.
A lo largo de las cartas se observa cómo el compromiso político de la actriz va creciendo a su pesar: “Soy mujer de lucha artística y no política”, escribe en 1946. Es ilustrativa la misiva que le envía a su hermano el 15 de abril de 1931, al día siguiente de la proclamación de la Segunda República: “Desde las cinco hasta las seis y media en que salió el Gobierno al balcón con la bandera republicana, el oleaje iba en aumento. Muchas personas, muchos curas, no se veía maldad en nadie, ni rencor; sólo una gran alegría y en muchos ojos, lágrimas. Yo me pregunto: ¿toda esta gente era republicana?”.
Ya en el exilio, primero en Chile y Argentina y después en su destierro definitivo en Uruguay, sus misivas se volvieron más combativas. Escribía mucho a su familia, sobre todo a su ahijada Margarida, y siempre mantuvo la esperanza de volver a su país, aunque finalmente nunca lo hizo. Aun así, a miles de kilómetros, siguió contribuyendo a la historia del teatro español: estrenó allí obras prohibidas por el franquismo -Lorca, Valle, Alberti- que no pudieron verse en España hasta la llegada de la democracia.
La memoria del exilio
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