El Festival de Ópera de Múnich reivindica la potencia teatral de ‘Pelléas et Mélisande’
La nueva producción de Jetske Mijnssen intensifica la paradoja planteada por el drama lírico de Debussy con la exquisita Mélisande de Sabine Devieilhe y el neurótico Golaud de Christian Gerhaher
“Les ruego que se olviden de que son cantantes”, insistió Claude Debussy, en diciembre de 1901, a los integrantes del reparto de Pelléas et Mélisande durante los primeros ensayos en la Opéra-Comique parisiense. Lo recuerda Volker Hagedorn, dentro del programa de mano de la nueva producción estrenada estos días en el histórico Festival de Múnich, a punto de celebrar sus 150º aniversario. Y lo reivindica Jetske Mijnssen en esta potente lectura teatral del drama lírico del compositor francés, a partir de Maurice Maeterlinck, con la que debuta en la ópera bávara.
La regista neerlandesa intensifica la paradoja de Pelléas et Mélisande que cambió la historia de la ópera. Esa combinación de un lenguaje realista cantado en estilo conversacional, pero envuelto por texturas orquestales tan evanescentes como irreales. Mijnssen rechaza la ambigüedad temporal y el ambiente simbolista del reino de Allemonde con una dramaturgia realista, en torno a una familia de clase media-alta. Una propuesta ambientada tanto en el año de la composición de Debussy como de la inauguración del Teatro del Príncipe Regente donde se representa.
La producción pone bajo la lupa las conexiones dramáticas de cada personaje, sin preocuparse de eventuales choques con las palabras de Maeterlinck y la música de Debussy. Lo comprobamos en la problemática escena inicial, con el bosque transformado en un extraño salón de baile. Pero la historia de amor entre Pélleas y Mélisande fluye maravillosamente al inicio de los actos segundo y tercero, con el joven convertido en pintor y en amante furtivo. Mélisande se transforma, a su vez, en un personaje más resuelto, que tira su anillo en vez de perderlo, pero que no sacrifica nada de su misterio. Y Golaud adquiere un perfil psicológico más afilado que roza la neurosis.
La escenografía de Ben Baur ambienta todo en interiores, donde tan pronto se evoca un salón como un dormitorio o un comedor belle époque sobre un invariable suelo de parqué y fondo negro. Esa monotonía visual se intensifica con la crepuscular iluminación de Bernd Purkrabek. Y la imprescindible representación de la naturaleza se limita aquí al agua, que vemos en forma de lluvia antes del inicio, después convertida en un conducto sobre el escenario y termina invadiéndolo todo en el último acto. De hecho, ese quinto acto trastoca la lógica realista con extraños detalles oníricos y simbolistas, a los que suma la frase del monólogo final de Arkel sobre Mélisande que vemos en el centro de la escena: “Era un pobre ser pequeño y misterioso, como todo el mundo”.
La dirección musical de Hannu Lintu, también debutante en la Ópera de Baviera, no tuvo nada de contemplativa o colorista. El finlandés apoya desde el foso esa indagación en la vida interior de los personajes. Los acompaña, envuelve y cubre puntualmente al frente de una sobresaliente Bayerisches Staatsorchester. Pero lo hace siempre dentro de un convincente flujo continuo de escenas e interludios que no renuncia a elevar la miríada de texturas camerísticas con vientos solistas y cuerdas divididas. Lintu dirigió con admirable pulso dramático el cuarto acto, que fue lo mejor de la velada, pero la tensión decayó en el quinto, paralelamente a la desfiguración de la propuesta escénica.
La soprano Sabine Devieilhe fue la gran triunfadora del reparto. Una Mélisande exquisitamente modelada, menos frágil y más dulce. Lo comprobamos en la sensual efusión lírica de la francesa en Mes longs cheveux, al inicio del tercer acto. No se quedó atrás el barítono Christian Gerhaher, que antaño afrontó con éxito el personaje de Pelléas y debutaba ahora como su iracundo hermanastro Golaud. Una poderosa creación vocal al límite de la exaltación, donde la violencia supera a la humanidad del personaje. No obstante, el alemán no renuncia a su exquisita articulación, también en francés, con puntuales arranques líricos en el registro agudo.
Por el contrario, el tenor Ben Bliss fue un Pelléas algo ligero y grisáceo, aunque de voz agradable y suficiente. El bajo Franz-Josef Selig dio vida a un noble Arkel, de timbre carnoso y sin el menor atisbo de fragilidad, a diferencia de la mezzosoprano Sophie Koch, venida a menos vocalmente como maternal Geneviève. Y otro triunfador de la noche fue el niño soprano Felix Hofbauer, solista del Tölzer Knabenchor, como seguro y confiado Yniold, en la terrible escena con su padre Golaud que cierra el tercer acto.
Pelléas et Mélisande
Música de Claude Debussy. Sabine Devieilhe, soprano (Mélisande), Ben Bliss, tenor (Pelléas), Christian Gerhaher, barítono (Golaud), Felix Hofbauer, niño soprano (Yniold), Franz-Josef Selig, bajo (Arkel), Sophie Koch, mezzosoprano (Geneviève), Martin Snell, bajo (Un médico), Paweł Horodyski, bajo (Un pastor).
Projektchor de la Ópera Estatal de Baviera y Orquesta Estatal de Baviera. Dirección musical: Hannu Lintu. Dirección de escena: Jetske Mijnssen.
Festival de Ópera de Múnich, Teatro del Príncipe Regente, 22 de julio.
Babelia
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