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CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Minutos de oro

La violonchelista argentina Sol Gabetta consagra a Martinů bajo la dirección de Hannu Lintu

La violonchelista Sol Gabetta, en primer plano, el director Hannu Lintu, el viernes, en Zaragoza.
La violonchelista Sol Gabetta, en primer plano, el director Hannu Lintu, el viernes, en Zaragoza.AUDITORIO DE ZARAGOZA

Orquesta Sinfónica de la Radio Finlandesa

Sol Gabetta, violonchelo. Hannu Lintu, director. Obras de Rueda, Martinu y Chaikovski. XXIV Temporada de Grandes Conciertos de Primavera. Auditorio de Zaragoza, 16 de marzo.

El compositor checo Bohuslav Martinů nació y creció en lo alto de la torre de una iglesia. Fue a finales del siglo XIX, en Polička, una pequeña localidad situada en la frontera entre Bohemia y Moravia. El dato parece una simple curiosidad biográfica. Pero revela una metáfora fundamental para comprender su música. Martinů se acostumbró a ver el mundo a treinta metros de altura. Sobrevoló casi todas las influencias musicales coetáneas (Debussy, Stravinski, el jazz o la música antigua). Y convirtió ese horizonte de bosques azulados bajo campos pulcramente cultivados, que veía a diario, en la base de su lenguaje musical: esa libre y disonante urdimbre horizontal de melodías dentro de un marco tonal completamente personal e inconfundible. Fue la cuarta figura principal de la música checa (tras Smetana, Dvorák y Janácek), pero también la más prolífica, inclasificable y cosmopolita.

No es fácil escuchar hoy en directo la música de Martinů. Sus óperas nunca se han representado en España y es poco habitual presenciar ejemplos del inmenso catálogo camerístico que produjo. Tampoco del sinfónico, que arranca prácticamente en 1924, con Half-time, un rondó orquestal donde representa las sensaciones vividas durante un partido de fútbol. Para su nueva gira española como solista por Madrid y Zaragoza, la violonchelista argentina Sol Gabetta (Villa María, 1981) ha interpretado su famoso Concierto para violonchelo y orquesta núm. 1, que era novedad tanto en los veteranos ciclos de Ibermúsica como en el auditorio aragonés. Una composición de 1930 que surgió como una especie de neoclásico concerto grosso para orquesta de cámara y terminó, en 1955, con tratamiento sinfónico.

En Zaragoza, Gabetta se entregó desde el principio al ardor rítmico y melódico de esta virtuosística partitura. No lo tuvo fácil para hacerse escuchar en el allegro moderato inicial. Fue imponiendo su tinte elegíaco y una actitud camerística que fructificó en el expresivo andante moderato central. Pero lo mejor llegó en el agitado y polirrítmico allegro final, con esa inesperada isla de melancolía, que emerge en medio de la cadencia. Una píldora celestial que concentra toda la intensidad expresiva del movimiento anterior en dos minutos de puro oro. Nada podía superar ya la magia de ese momento, pero la violonchelista argentina regaló, como propina, un exquisito Cant dels ocells, en la versión inmortalizada por Pablo Casals, que acompañaron los violonchelistas de la orquesta, la Sinfónica de la Radio Finlandesa.

El director Hannu Lintu (Rauma, Finlandia, 1967), que ha visitado últimamente España como invitado de la Sinfónica de Galicia y la Nacional de Cataluña, actuaba esta vez con su propia orquesta, que dirige como titular desde 2013. Lintu ha fortalecido la flexibilidad del conjunto radiofónico finlandés, tras sus compatriotas Saraste y Oramo, con la fórmula infalible de más música contemporánea y frecuentes grabaciones. Abrió el concierto con un buen ejemplo: Elephant Skin (2002), del madrileño Jesús Rueda, una magnífica composición orquestal que, en manos de los músicos finlandeses, recordó más al sinfonismo nórdico contemporáneo que a una especie de Stravinski actualizado. Lintu se apoyó en lo atmosférico y subrayó los contrastes; convirtió el lento y expresivo coral de la cuerda grave en el epicentro de toda la obra.

La segunda parte se centró en la Quinta sinfonía, de Chaikovski. Y Lintu volvió a apostar más por la intensidad atmosférica frente a lo puramente narrativo, con una orquesta excepcional en todas sus secciones. El finlandés creó más expectativas en el primer movimiento, construyó un clímax efectivo en el andante cantabile e hizo caminar el vals con elegancia. Pero el finale incidió en lo bombástico y no cerró el arco dramático de la obra, ese cambio de guion que llevó al compositor a transformar en triunfal la marcha fúnebre del comienzo.

El héroe había sobrevivido, aunque por poco tiempo. Lintu accedió a tocar como propina Vals triste, de Jean Sibelius, esa famosa página orquestal incluida en Kuolema que escenifica un baile con la muerte. Fueron otros minutos de oro, donde los cuatro violines del final sonaron casi como la escenificación de una parada cardiorrespiratoria. Ahora sí, el concierto había terminado.

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