Una historia de brujas con final feliz: 14 abogados salvaron de la ejecución a una acusada en la Cataluña del siglo XVII
Un investigador de la Universidad Pompeu Fabra descubre la extraordinaria pugna jurídica en torno a Caterina Freixa, librada por los pelos de una condena a muerte por hechicería
Una historia de brujas con final feliz. Caterina Freixa, una mujer de la parroquia de Santa Maria d’Horta, en el término de Artés (actualmente en el municipio de Avinyó, en el Bages, Barcelona), fue detenida el 8 de noviembre de 1619 acusada de brujería con el testimonio de una vecina que la culpaba de haber arrancado el hígado a un niño con artes diabólicas. El asunto pintaba muy mal, pero entonces, sorprendentemente, 14 abogados, a los que solo podemos calificar de 14 hombres buenos, escribieron una insólita alegación en defensa de Caterina. Viendo que se le escapaba la presa, la fiscalía contraatacó con una réplica no menos sorprendente, centrada en el testimonio de 14 brujas confesas (curiosamente una por abogado) que acusaban a Freixa —sin duda bajo tortura— de ser una de ellas. Finalmente, Caterina se salvó (sabemos que murió de muerte natural años después), y podemos casi escuchar, pese al tiempo transcurrido, el rechinar de dientes del fiscal, Felip Vinyes, al ver cómo su presa escapaba por los pelos de la hoguera (su destino podría haber sido también la horca, dependiendo de dónde la ejecutaran).
El extraordinario caso de Caterina Freixa, que marcaría el principio del final de la caza de brujas en Cataluña, lo ha descubierto Josep Capdeferro, profesor de Historia del Derecho de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), que localizó en el Archivo y Biblioteca Episcopal de Vic la alegación jurídica en defensa de la supuesta bruja. Un documento sensacional que se complementa con el posterior en el que Vinyes, el fiscal, replica y califica los delitos de Caterina de “crimine lamiatus, seu strigiatus”, forma cultista de referirse a los crímenes de brujería con referencia a las lamias y striges clásicas, sinónimos de brujas en los tratados demonológicos. Del enfado del fiscal da fe que llega a calificar a los 14 abogados de “patronos lamiarum”, “defensores de las brujas”, “abogados de las brujas”, lo que demuestra, recalca Capdeferro, no solo rabia y menosprecio del rival sino “muy mala leche”, pues defender a una bruja y sobre todo a una contra la que había tantos testimonios incriminatorios podía acarrear consecuencias graves.
La alegación jurídica a favor de Caterina, Iuris Responsum pro Catherina Frexer & de Prat, la presentó Capdeferro (Girona, 51 años) en el reciente y exitoso congreso internacional Los orígenes de la caza de brujas en Europa, celebrado en Barcelona y Esterri d’Àneu (Lleida) con motivo del sexto centenario de las Ordenaciones d’Àneu de 1424, uno de los primeros textos legales instrumentales contra la brujería. “En el contexto del congreso se me podría ver como un outsider, porque este caso es del final de la caza de brujas y no del principio”, explica el investigador. “Y cuando me pidieron el título di uno, La iuris responsio al juicio de Caterina Freixa que quizá no indicaba lo interesante del asunto. Pero la verdad es que hay todo un tesoro histórico detrás”.
El texto, firmado, recalca el estudioso, por 14 de los juristas más prestigiosos de la Cataluña de la época, entre ellos Pere Antoni Jofreu, Jaume Càncer y Pere Fontanella, es un escrito de alegación en defensa de Caterina Freixa, esposa de un pequeño propietario rural y que fue acusada de brujería inicialmente por una vecina, que la culpaba de haber extirpado el hígado de un niño mediante maleficios y sin dejar cicatriz (lo que hoy no veríamos como agravante). La alegación, indica el investigador, “es técnica, bien fundamentada jurídicamente, irritada y a la vez irónica contra los supersticiosos”. Los abogados, “dicen ‘¡basta!’, y se unen para detener una barbarie que consideran que dura demasiado, que está protagonizada por gente supersticiosa y que se ejecuta en tribunales menores y sin garantía judicial”. Los juristas consideran que no hay caso y se preguntan qué pruebas puede haber y dónde está el cuerpo del delito.
Capdeferro, que subraya que aún casi no puede creerse lo afortunado que fue de encontrar el fascinante documento entre una colección de 180 volúmenes de impresos jurídicos sin catalogar (bastante áridos para el profano), señala cómo este muestra, ya en Edad Moderna, un cambio en el ambiente intelectual en Cataluña con respecto al fenómeno de la brujería, aunque no unánime. En torno a 1620, dice, observamos como se produce un debate entre partidarios y detractores de las acusaciones de brujería. Algo que podría verse como “el inicio del final” de la caza de brujas en el territorio catalán, donde dicha caza había sido precoz y especialmente virulenta, según los especialistas. La Iuris responsum, explica el estudioso, encaja con la réplica del fiscal Vinyes, que ya se conocía, y que se centra en el testimonio de las 14 mujeres consideradas brujas confesas, que habrían testificado en cadena inculpando a Caterina.
El documento de los abogados puede verse como un tranquilizador signo de que las luces empezaban a brillar sobre la oscuridad. “Es un paso adelante, pero no nos engañemos”, advierte Capdeferro, “la corriente mainstream de la intelligentzia cultural y jurídica durante 200 años había sido callar y no intervenir, las élites de Barcelona sabían lo que pasaba, e hicieron un pacto de silencio inclinándose por la no interferencia cuando no por la connivencia”. ¿Redime ese texto de los 14 abogados tantos años de persecución en Cataluña? “En todo caso redención tardía, no nos pasemos de guais, se tarda dos siglos y muchísimas víctimas”. El investigador continúa: “No es un fenómeno aislado, los 14, que son gente importante, primeros espadas de la abogacía y la jurisprudencia catalana, no estaban solos; en 1619 el jesuita Pere Gil ya había librado un documento al virrey duque de Alburquerque contra la caza de brujas; los juristas parecen ser seguidores de los jesuitas y salir de la hasta entonces corriente general de oscurantismo. A lo que asistimos entre 1619 y 1622 es a algo parecido a lo que hoy denominamos guerra cultural, con opiniones muy confrontadas a favor y en contra de la persecución, con incluso cuatro obispos contrarios y dos favorables, entre ellos el de Vic, en la diócesis en la que estaba detenida Caterina”. Capdeferro añade que incluso hubo represalias y uno de los 14 abogados, según ha descubierto el investigador Ricard Jiménez, fue expulsado de su puesto oficial en Caldes de Montbui tras firmar el documento, al considerarse que había defendido a una bruja.
En todo caso, el debate favoreció que las causas abiertas por brujería en el territorio pasaran a ser trasladados a la Real Audiencia y las personas acusadas fueran llevadas a Barcelona, donde serían juzgadas con toda garantía procesal. “Los tribunales locales tenían también garantías jurídicas, pero la caza de las brujas se les fue de las manos”, recuerda Capdeferro. “Era un agujero negro en el que surgían las complicidades de los intereses locales y el morbo popular, mucha perversidad social”. El hecho de que bastantes acusadas de brujería en Cataluña se llamaran Caterina no es significativo más que de la abundancia del nombre, dice el investigador. “Si fuera otra cosa e hiciera sospechosa a la persona ese nombre, la gente hubiera dejado de usarlo en dos siglos”. Curiosamente, su propio apellido, Capdeferro tiene un sonido fuerte, casi inquisitorial. “Sí”, sonríe el investigador, “somos muy pocos”.
La importancia histórica del episodio, recuerda, no debe hacer olvidar que en su centro había un ser humano sobre el que pendía la sentencia de muerte, una mujer de carne y hueso acusada de algo tan absurdo como de brujería. “Me ha conmovido mucho ver más allá del caso judicial a la persona. Sabemos que escapó, que salió indemne del proceso y que murió de muerte natural años después. Hizo testamento en 1633 y este fue abierto en 1636. Era inocente, claro, como lo eran todas las acusadas como ella de acudir volando a reuniones con el diablo, tener relaciones carnales con él y hacer otras muchas cosas ‘nefandísimas”. Caterina, reflexiona el historiador, “fue central en un debate de primer nivel para acabar con la caza de brujas, podemos ver que la acusación luchó con fuerza, no es casual que haya precisamente 14 brujas como testimonio de la acusación en la respuesta a los 14 abogados”. El fiscal Vinyes echó mano de la artillería pesada demonológica de la época y hasta del dictamen de una eminencia médica que aseguraba que se podía seccionar parte del órgano de una persona y que siguiera viviendo. Capdeferro señala que de esas 14 mujeres consideradas brujas seguramente todas fueron torturadas para extraer confesiones y varias de ellas serían ejecutadas. “No se conservan los procesos de Artés, pero encontré una vieja hoja maltrecha que hace referencia a ‘poner los hierros’ y aplicar ‘tormento’ a una mujer”.
De la vida de Caterina Freixa sabemos algunas cosas, y el investigador asegura que saldrán más. No era una jovencita, sino una mujer madura, y para nada alguien humilde: era de casa bien y se había casado con el propietario de un mas, una hacienda rural, Jacobo Freixa. Hay sin duda un enigma en el que 14 abogados salieran a defender a Caterina. “Alguna explicación personal debe de haber”, deja abierto Josep Capdeferro.
En cuanto a las actuales actividades populares de revisión de la historia de las brujas, como las fiestas o la reivindicación política, el investigador juzga que están bien y muchas dinamizan el territorio, siempre y cuando sepamos distinguir la realidad histórica estricta de la leyenda o el tópico, y su época de la nuestra. Aunque recalca que la lucha de los 14 abogados por las acusadas de brujería —personas que no encajaban o resultaban incómodas—, no deja de ser similar a la defensa actual de los derechos LGTBI+.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.