Las brujas se reencuentran con su público
Viladrau congregó a casi dos mil personas en el 24º Ball de les Bruixes tras suspenderse la popular cita el año pasado por la pandemia
Las brujas se reencontraron con su público el sábado por la noche en Viladrau en las dos funciones que se ofrecieron del tradicional Ball de les Bruixes. La cita con las hechiceras, de la que se cumplía la 24ª edición y llegaba tras un año sin celebrarse a causa de la covid (hace unos siglos la pandemia se hubiera achacado precisamente a las brujas), congregó a casi dos mil personas. La representación, que ha subido un peldaño más en profesionalización y en espectacularidad, volvió a dejar boquiabierto al público -especialmente a los niños- con su singular y emotiva manera de contar el duro episodio histórico de la persecución de brujas en Viladrau entre 1628 y 1622, que llevó a 14 vecinas de la localidad al tormento y a la horca (en Cataluña se tenía el detalle de no quemarlas).
Sin llamps i pedra, aunque con un tiempo inestable y raro (que también se hubiera achacado en el siglo XVII a las brujas), las funciones se desarrollaron en el aparcamiento del pueblo, que se quedó de nuevo pequeño para acoger la demanda de entradas.
Iniciada en 1997 como una actividad lúdica de amigos viladrauenses aficionados al teatro, la tradición del Ball de les Bruixes ha ido creciendo hasta convertirse en una cita indispensable en el calendario de fiestas populares de Cataluña (por Todos los Santos y enmarcada en la popular Fira de la Castanya de la localidad, que este año ha recibido a 20.000 personas). Definitiva en el desarrollo del Ball fue la entrada en 2009 del actual director, Albert Arévalo, que le dio al espectáculo mayor ambición, dimensión más profesional y un toque Fura dels Baus, con percusión en directo en tarimas, elementos móviles, fuego, sound & fury (y valga la expresión del Macbeth en un asunto de brujas), mucha fisicidad y la voluntad de conseguir un impacto emocional fuerte en el público.
Con el tiempo, las intérpretes de las brujas, vecinas de Viladrau como lo eran las supuestas hechiceras, han llegado a interiorizar hasta tal punto sus papeles (los días de función) que se dirían actrices del Método de Stanislavski. De la importancia que han cobrado las brujas da fe el que hay lista de espera de gente que quiere interpretar una. Y mira que las narices no favorecen mucho.
Viladrau, que se vuelca en el evento, ha convertido en una de sus señas de identidad reivindicar y visibilizar a sus (supuestas) brujas, esas 14 desgraciadas mujeres con nombre y apellidos (conservados en las actas procesales) a las que como recuerda la alcaldesa Noemí Bastias se las asesinó de manera inmisericorde. Eran mujeres marginadas y mal vistas por una u otra causa por una sociedad que no las entendía, las odiaba o las temía.
El Ball de les Bruixes tiene en su centro en eso, el baile de las brujas (espectacular este año el efecto estroboscópico), en el que las hechiceras danzan haciendo sus conjuros como si estuvieran de junta (el aquelarre en Cataluña). Alrededor se ha ido construyendo una dramaturgia en la que se mezclan en un totum revolutum la historia de la persecución, leyendas del Montseny, preocupación ecológica, feminismo radical (“maleïts siguin els homes!”), denuncia del feminicidio y un puntito de Els Pastorets y de La Passió, así como de los grabados de Goya. Hay una cierta contradicción en presentar a las brujas como eso, brujas, con todos sus clichés (es lo que vende), y defender su inocencia y hasta su modernidad, pero el público lo asume todo sin problema, hasta las escobas. Simpática la idea expresada en la función de que todos podríamos haber sido considerados sospechosos de ser brujas o brujos por un quítame ahí esa verruga, esa peca extraña, ese gato o ese mal genio.
En la representación, que conduce la ex alcaldesa Margarida Feliu caracterizada de follet, asistimos a cómo las brujas convocan y realizan su reunión, a la incorporación de una nueva compañera (una bruja novata), la aparición de verdugos arrastrando una jaula con otra dentro que es ahorcada (“penjada de l’alta forca”, en plan Llach) de manera bastante gore; la lectura del decreto de persecución por parte del juez (que las califica de “filles del mal”, locas y blasfemas), la invocación de las brujas del diablo que surge en plan gran cabrón todo cuernos y azufre (siempre impresionante el veterano Joan Creus, un Satanás que Viladrau no cambia ni por los de Robert de Niro y Al Pacino); la algo desconcertante aparición de Sant Martí (patrono de Viladrau) vestido de romano y con la Cruz de Matagalls en la mano, y la exhortación final de las brujas, cargada de lirismo y de canto a la naturaleza (ninguna alusión a la fábrica de licuados ni al proyecto de ampliar la carretera).
El año que viene se cumplirán 25 ediciones del Ball de les Bruixes. La idea es celebrarlo con algo especial y la organización le está dando vueltas a introducir algún personaje diferente y más episodios. Hay que apuntarse ya la cita y, claro, no dejar de dormir (tras las puertas pintadas de azul claro, con el pijama al revés y con alguna flor de cardo cerca) con un ojo abierto: nunca se sabe.
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