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CONVERSACIONES A LA CONTRA

Néstor Pardo, guitarrista: “El ‘blues’ parece que se muere, pero lleva 100 años: perdura porque es honesto y real”

El ‘bluesman’ coruñés regresa a casa tras su periplo por Misisipi y Nueva Orleans, donde exploró el folklore afroamericano y grabó el álbum ‘Dauphine St. Blues’

El músico gallego Néstor Pardo, fotografiado en el parque del Oeste de Madrid, el pasado 7 de junio.
El músico gallego Néstor Pardo, fotografiado en el parque del Oeste de Madrid, el pasado 7 de junio.Claudio Álvarez
Diego Sánchez

El bluesman Néstor Pardo (A Coruña, 39 años) tiene claro que el único camino correcto es aquel que dicta el corazón. Tras estudiar fotografía en la desaparecida EFTI, compaginó su carrera musical con trabajos en bares y tiendas de ropa que no colmaban su inquietud artística, pero que servían para ir ampliando su colección de vinilos de los maestros del delta blues que lo empujaron a ser guitarrista: Big Bill Broonzy, Blind Willie Johnson o Lightin’ Hopkins. Cansado de la precariedad y ávido de explorar las raíces de la música negra, puso rumbo a Clarksdale (Misisipi), con 200 euros en el bolsillo y una guitarra al hombro. En las profundidades de un Estados Unidos alejado del sueño americano, conoció el conflicto racial en primera persona y sobrevivió a base de tocar en garitos donde los disparos de revólver eran costumbre. El resultado de su viaje se plasma en Dauphin St. Blues (WIC Records), un álbum grabado a la vieja usanza en Nueva Orleans y que recopila los clásicos del folklore afroamericano.

Vestido de negro, con gafas de sol en interior y sin poder separarse de su guitarra Martin, Pardo se pide una Coca Cola “con mucho hielo” para combatir el calor del verano madrileño mientras recuerda “lo fresquito que se está en Galicia”.

Pregunta. ¿Por qué dejó Galicia y se marchó a un pueblo de 20.000 habitantes en Misisipi, Clarksdale?

Respuesta. Cuando fiché por la agencia Soul Matters también me ofrecí como conductor en las giras por de otros artistas. Me pusieron de chófer en el tour de Watermelon Slim por Europa y me dejaron ser telonero. A la semana, me fichó para su banda y me prometió que si me iba a Estados Unidos, me echaría un cable. Yo vivía solo y no estaba teniendo mucho éxito, así que me lancé. Slim me acogió en su casa y me presentó a la gente adecuada para poder tocar. Allí no sabían ni dónde está España, pero a los afroamericanos no les parece mal que un blanco extranjero toque blues porque hay un sentimiento de comunidad entre los músicos.

P. Tendrá todo tipo de anécdotas...

R. Mi primer concierto fue en un festival en Clarksdale, al que vino todo el pueblo. En mitad del show, hubo una reyerta en el público, y allí las peleas no son de puñetazos. Un tipo le pegó tres tiros a un hombre y murió en el acto. Miré al bajista y me dijo: “Tranquilo, disparó seis veces y no le quedan balas”. Joder, yo soy coruñés y estaba flipando; pero la gente estaba tranquila y hasta contaron los disparos. En cosa de media hora, la policía se llevó el cuerpo, limpiaron la sangre, y nos pidieron seguir tocando Gypsy Woman, de Muddy Waters.

P. No se fue a Nueva York, sino a la zona más pobre del estado más pobre de EE UU.

R. Noté una comunidad blanca y otra negra totalmente separadas. En Misisipi puedes comprarte una pistola a los 16 años enseñando el carné de conducir, así que todo el mundo tiene armas y hay mucho miedo. En el Walmart, que es como el Mercadona, tienes el pasillo del pan, el de la leche, y el de las pistolas. Una noche me invitaron a cenar en el rancho de un tal general Watson. Mientras él presumía de haber matado “a amarillos” en Vietnam, se extrañaba de que en España te puedan meter en la cárcel por llevar una pistola. “¿Pero estáis locos? ¿Si alguien os intenta robar, qué hacéis, llamar a la Policía?”, decía riéndose. Ambas comunidades se culpan entre sí de la inseguridad, pero hay una cosa bonita: cuando hay música, ya no hay ni negros ni blancos.

P. Se vuelve de EE UU con un disco bajo el brazo.

R. El disco apenas tiene producción y es casi indistinguible de los conciertos que daba cada noche. Está grabado en cinta analógica en Nueva Orleans, con los mismos micrófonos que el Folk Singer de Muddy Waters. Allí hay un equipo antiguo increíble que te hace soñar añejo porque la gente tiene garajes y almacenar cosas antiguas es parte de su cultura.

P. ¿Cómo ve el panorama del blues en el mundo actual?

R. El blues siempre parece que se muere, pero lleva más de 100 años y no se muere porque, cuando algo es honesto y real, siempre perdura. El blues es la expresión que los negros dieron a la crudeza de la vida, la pobreza, el desamor y el racismo. Hay mucho sufrimiento en los jóvenes, pero no han encontrado un género tan universal para expresar y aliviar su dolor. Creo que si no les gusta el blues, es porque ni lo han podido conocer, aunque es difícil con tanto exceso de información.

P. Su manera de tocar es peculiar: emplea afinaciones abiertas y usa una navaja.

R. Lo de la navaja le flipa a la gente en los conciertos. Fue un regalo de mi abuelo, que vino de Cuba y curraba en una fábrica de redes para barcos en Bilbao. La usaban para deshacer los nudos. Yo la uso apretando las cuerdas contra ella, como si fuera un slide. Suena un poco peor, pero tiene rollo porque suena muy guarro. La guitarra solo debería tocarse en afinaciones abiertas, porque la estándar exige mucho conocimiento y es un rollo.

Otra imagen de Néstor Pardo en Madrid.
Otra imagen de Néstor Pardo en Madrid. Claudio Álvarez

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Sobre la firma

Diego Sánchez
Redactor en la sección de Nacional. Graduado en Estudios Ingleses por la Universidad de Salamanca, su ciudad natal. Vivió en Irlanda, Francia, Reino Unido, Granada y Tenerife antes de trasladarse a Madrid para cursar el Máster UAM-EL PAÍS. Le interesan la política, la música, el deporte y la Educación.
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