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El biógrafo de Alice Munro admite que ocultó los abusos que sufría una de las hijas de la escritora a manos de su padrastro

Robert Thacker admite que excluyó del libro sobre la premio Nobel de Literatura el escabroso episodio cometido por Gerald Fremlin porque se trataba de “un desacuerdo familiar” y no iba a mejorar el texto previsto

Alice Munro
La escritora canadiense Alice Munro, retratada en 2009 en Dublín.Julien Behal (PA Wire/Press Association Images /Cordon Press)

Robert Thacker, autor de la biografía Alice Munro: Writing Her Lives (Alice Munro: Escribiendo sus vidas), publicada en 2011, admitió el lunes al periódico canadiense The Globe and Mail que conocía los abusos sexuales que sufría una de las hijas de la escritora ganadora del Nobel, Andrea Robin Skinner, por parte de su padrastro, pero decidió no incluirlos en su libro. Thacker dijo que en 2005 Skinner le contó las agresiones sexuales que padeció cuando era niña —que se hicieron públicas el domingo, en el periódico The Toronto Star— y las ignoró. En el artículo publicado en el medio canadiense Skinner detallaba cómo el esposo de Munro, Gerald Fremlin, abusó sexualmente de la que era su hijastra desde que esta tenía nueve años, hecho que conocían tanto la literata, fallecida el pasado mayo, como el padre biológico, Jim Munro.

Fremlin fue sentenciado en 2005 a dos años en libertad condicional por las agresiones; sin embargo, Thacker calificó el delito como un “desacuerdo familiar” y justificó que su inclusión en la biografía no iba a mejorarla. Aseguró, además, que recibió un correo de Skinner justo cuando la publicación iba a entrar en imprenta: “Creo que ella quería que lo incluyera”, pero el texto estaba terminado. Alrededor de 2008, Thacker se encontró con Munro para entrevistarla con vistas a una versión actualizada de la biografía que finalmente salió sin incluir las agresiones: “Yo lo veía como un asunto familiar privado”, ha dicho Thacker.

Años después, ha explicado el biógrafo, la propia Munro sacó el tema. “Lo que me dijo fue lo devastador que había sido todo. Ella no no lo había superado y, francamente, no creo que lo hiciera nunca”. Thacker afirma que estaba seguro de que la escritora sabía cuánto daño había hecho a su hija al negar la realidad y no protegerla del abusador. A la luz de estas revelaciones de Thacker cobran un nuevo significado estas palabras de la autora: “La cuestión es ser feliz. A toda costa. Inténtalo. Se puede. Y luego cada vez resulta más fácil. No tiene nada que ver con las circunstancias. No te imaginas hasta qué punto funciona. Se aceptan las cosas y de pronto descubres que estás en paz con el mundo”. Una dura receta: aceptar el horror para ser feliz, incluso a costa de desnaturalizarse como madre.

Incluso Deborah Dundas, la periodista que decidió dar voz a Skinner y romper el silencio sobre este tema, reconoció el pasado lunes en una entrevista que se resistió a publicar esta información por temor a las repercusiones que tendría derribar uno de los mitos culturales canadienses. A pesar de la sentencia contra su marido, Munro siguió con Fremlin hasta que este murió, en 2013.

El artículo de The Toronto Star, que evidencia una práctica de abusos sistematizada y extendida a lo largo de varios años a sabiendas de los padres, que estaban separados, ha provocado conmoción e indignación en el mundo literario. La novelista canadiense Margaret Atwood, que se califica como la segunda amiga más antigua de Munro, ha escrito en un correo electrónico a The New York Times que se siente “sorprendida” por las revelaciones. Aunque hace un par de años supo algo de la causa de la ruptura familiar por otra de las hijas de Munro, nunca conoció la historia completa hasta que leyó el relato de Skinner. “¿Por qué se quedó? Y yo qué sé”, escribió Atwood sobre la decisión de Munro. “Creo que pertenecían a una generación y a un lugar que escondía las cosas bajo la alfombra. Te das cuenta de que no conocías a quien creías conocer”. En declaraciones a The Daily Beast, la autora de El cuento de la criada fue más explícita: “Ha sido una bomba. Estoy conmocionada. Todavía estoy intentando asimilarlo”.

En las redes sociales, una cascada de escritores y periodistas, entre ellos Lydia Kiesling, Brandon Taylor y Jiayang Fan, han expresado su conmoción por la noticia. Otros, como la novelista Rebecca Makkai, se preguntaban si a partir de ahora sería posible separar la trascendente escritura de Munro, que en ocasiones exploraba tumultuosas circunstancias domésticas y repentinos distanciamientos, de su problemático comportamiento. También se pronunció Douglas Gibson, el editor de Munro durante muchos años en Penguin Random House en Canadá, quien declaró a The New York Times que conocía el distanciamiento de la premio Nobel con su hija, y que se enteró de la razón de la ruptura en 2005: “Quedó claro cuál era el problema al revelarse el vergonzoso papel de Gerry Fremlin, pero no tengo nada que añadir a esta trágica historia familiar”.

Por su parte, escritoras estadounidenses como Joyce Maynard y Joyce Carol Oates expresaron su admiración por Munro a la vez que señalaron que no dudan de las palabras de Skinner. En su cuenta en la red social X, la segunda ha subrayado que no se trata de un incidente aislado, “sino un fenómeno social bastante extendido, el caso de una mujer que negó la experiencia de su hija como víctima de abusos. La cuestión es esta negación (...) Por eso la gente está respondiendo como lo está haciendo”.

En una postura equidistante entre el silencio y la cancelación de Munro que muchos invocan hoy, la escritora, que no ha rehuido el embarrado debate, añade en otro post: “Muy probablemente la escritora estaba resolviendo, en la ficción, el dilema de su vida como madre; lo que no se reconocía en la vida sí se reconocía en la ficción, como por ejemplo en El amor de una buena mujer y Vándalos, donde se castiga a los agresores sexuales. Freud teorizó que [algunos] sueños son cumplimiento de deseos, por lo que también [algunas] obras de ficción alivian la culpa del autor rectificando la injusticia de una manera moral”. La tesis de Oates contrasta de lleno con un relato corto de Munro protagonizado por el suicidio de una joven abusada por su progenitor.

“Los monstruos acechan incluso en lugares apacibles”

El último editor de Munro, McClelland & Stewart, rehusó comentar la noticia a petición de la agencia Reuters. Mediante un comunicado difundido en las redes sociales, Munro’s Books, la librería que Jim y Alice Munro fundaron en 1963 y que desde 2014 no guarda relación con la familia, mostró su apoyo a Skinner, a la vez que pedía tiempo para digerir la revelación y “el impacto que puede tener en el legado” de la escritora. En un artículo de opinión publicado en The Globe and Mail, Sarah Weinman resume bien la conmoción que el relato de Skinner ha provocado en el ordenado mundo literario canadiense: “Al contar su historia, Skinner ha reafirmado su personalidad real e individual. Está dando nueva forma a una narrativa que convirtió las terribles decisiones de una mujer en casi santidad literaria, recordándonos que el carácter no está correlacionado con el gran arte, y que los monstruos acechan incluso, y sobre todo, en los lugares tranquilos y apacibles asociados con la literatura clásica canadiense”.

Sheila Munro, una de las hermanas de Skinner y autora del libro Lives of Mothers & Daughters: Growing Up With Alice Munro (Vidas de madres e hijas: Creciendo con Alice Munro), publicado en 2002, ha declarado al canadiense The Star que, aunque la familia consideraba importante compartir la historia de Skinner, no cree que estas revelaciones deban restar valor al legado literario de su madre.

El relato de Andrea Robin Skinner comienza cuando en el verano de 1976 fue a pasar las vacaciones con su madre y el marido de esta. Mientras la escritora estaba fuera unos días, Fremlin se metió en su cama y abusó de ella. “Yo estaba dormida y me agredió sexualmente. Tenía nueve años. Era una niña feliz y curiosa”, escribe Skinner, que ahora se dedica a ayudar a menores que han pasado por traumas similares al suyo. No dijo nada hasta que terminó el verano y volvió a casa de su padre, Jim Munro. Allí se lo confesó a uno de sus hermanos, que le animó a hablar con su madrasta, Carole. Fue esta quien se lo contó al padre que, según Skinner, decidió no decir nada. No solo se calló, sino que siguió mandando a su hija cada verano, durante años, a la casa de Alice Munro y Fremlin. “La incapacidad de mi padre para tomar una decisión que me protegiera me hizo sentir que yo no formaba parte de ninguna de las dos familias. Estaba sola”, añade.

En cada una de sus vacaciones, su padrastro aprovechaba los momentos que se quedaba a solas con Skinner para mostrarle sus genitales cuando, por ejemplo, iban en el coche; o hacerle comentarios sexuales, hablarle de otras menores que le gustaban y detallarle las necesidades sexuales de su madre, explica la hija de la escritora. “En ese momento no sabía que eso era un abuso”.

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