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DESDE EL PUENTE
Columna
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La guerra de secesión que uno lleva dentro

En el mundo de hoy es toda una aventura adivinar si estás en el bando que te conviene

Kirsten Dunst, en una imagen de la película 'Civil War'.
Kirsten Dunst, en una imagen de la película 'Civil War'.Murray Close
Manuel Vicent

En algunos cines se está exhibiendo estos días la película titulada Civil War, una coproducción norteamericana y del Reino Unido, dirigida por Alex Garland. Trata de la Guerra de Secesión de EE UU como una metáfora política aplicada al mundo de hoy. Se supone que Norteamérica está dividida en dos bandos a causa de unos Estados confederados que luchan por su independencia. El terror se ha apoderado del espacio, la violencia y la confusión reinan por todas partes, pero no aparecen frentes ni líneas de fuego concretas y nadie sabe bien por qué lucha cada soldado, salvo que hay que matar antes de que te maten. Si el hombre es un lobo para el hombre, según lo dejó escrito Hobbes, la primera obligación consiste en salvar el pellejo. Un grupo de periodistas y fotógrafos, a los que hoy llamamos corresponsales de guerra, atraviesa todo el territorio en una furgoneta en dirección a Washington en medio de una carnicería a la que nadie encuentra sentido. Los periodistas intentan llegar a la Casa Blanca antes de que lo logren las fuerzas rebeldes cuyo propósito consiste en matar al presidente. ¿Cuál es el destino supremo de un corresponsal de guerra? La gloria de haber estado allí para contarlo.

La actriz protagonista es Kirsten Dunst, que en la pantalla se hace llamar Lee en homenaje a Lee Miller, que entre otras cosas fue una famosa reportera en la II Guerra Mundial. En el santoral de todos los corresponsales y fotógrafos de guerra que se desayunan con la muerte todos los días existen tres ídolos inapelables: Gerda Taro, la fotógrafa amiga de Robert Capa que murió atropellada por un carro de combate en la batalla de Brunete durante la guerra civil española; el propio Capa, que después de haber desafiado toda clase de bombardeos murió como un novato al pisar una mina en la guerra de Vietnam; y la norteamericana Lee Miller, quien sin abandonar la seducción que propiciaba su belleza se convirtió en una testigo de la barbarie nazi y acabó haciendo pasteles en su cocina de ama de casa.

Lee Miller empezó como modelo de la revista Vogue en Nueva York. Un día el fotógrafo Edward Steichen se cruzó con ella por la calle y no cesó de perseguirla hasta que la convirtió en su amante. De él había aprendido las primeras lecciones con la cámara. Lee comenzó mandando sus fotos a la revista hasta que en 1929 cayó en el París de Montparnasse y su cuerpo se convirtió en un artefacto explosivo en sucesivos lechos, desde el de Man Ray al de Picasso. Después de una vida de seducción en medio de la bohemia de los años veinte y las hamacas y sillones blancos de la Costa Azul, se casó con el crítico y coleccionista de arte inglés Roland Penrose y se fue a vivir a Londres.

El mito de Lee Miller comenzó cuando fotografió los primeros bombardeos alemanes sobre esta ciudad y después, en compañía del fotógrafo David Scherman, de la revista Life, se embarcó a la aventura detrás de los carros de combate de los aliados. Con unos pantalones recios, la chupa de cuero y una cámara balanceándose sobre el estómago a prueba de bombas, olvidó los días de aquella frivolidad exquisita no exenta de perversiones estéticas en la que le había introducido Man Ray, enamorado de su cuerpo, y metió su rubia cabellera bajo un casco de acero para ser la primera en llegar al París liberado y presentarse cubierta de barro ante Picasso, que tardó un rato en reconocerla. Había salido indemne bajo la lluvia de acero en el desembarco de Normandía, había pasado sobre miles de cadáveres de los soldados aliados en la playa de Omaha y fue la primera en llegar al campo de exterminio de Dachau y entrar en la residencia de Hitler en Múnich para adornarse tomando un baño de sales en su bañera y echarse una siesta en su cama. Mientras los amigos escurrieron el bulto bajo el terror nazi, Lee Miller ha pasado a la historia por su glamur y arrojo a tumba abierta.

En la película Civil War, el grupo de corresponsales de guerra se encuentra en el camino con un tipo armado que les somete a un interrogatorio sumarísimo: “¿Qué clase de norteamericano eres?”, les pregunta a cada uno. Según le guste o no la repuesta apretará el gatillo y la metralleta vomitará el plomo de forma automática. Robert Capa, Gerda Taro y Lee Miller sabían dónde estaba el frente y de qué lado estaban. Los corresponsales de guerra de esta película lo ignoran. El espectador tampoco lo sabe. Ese señor de la guerra armado hasta los dientes con la pregunta solo trata de saber si estás en el bando que te conviene. En el mundo de hoy es toda una aventura adivinarlo. El espectador de esta película solo sabe que la línea de fuego que marca la independencia pasa por el interior de cada uno. ¿Qué clase de norteamericano o qué clase de español eres? ¿De qué lado estás? ¿Seguro que sabes lo que quieres? Deberás responder a estas preguntas mientras te apunta una metralleta.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.
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