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Susana y Ricardo Steinbruch, mecenas brasileños: “Coleccionar no es solo arte, es una manera de vivir”

El matrimonio abre las puertas de su imponente colección, en la que confluyen maestros de la vanguardia contemporánea y nombres de su familia que son parte de la historia del arte de su país

La pareja brasileña coleccionista de arte Susana y Ricardo Steinbruch, delante del 'Guernica', en el Museo Reina Sofía de Madrid.
La pareja brasileña coleccionista de arte Susana y Ricardo Steinbruch, delante del 'Guernica', en el Museo Reina Sofía de Madrid.Cortesía de Susana y Ricardo Steinbruch

Se suele creer que una vocación es el resultado de una decisión. Pero en ciertas y raras ocasiones, sucede lo contrario: es la vocación la que dictamina mucho antes de que el elegido pueda adivinarlo. Susana Leirner Steinbruch vive y piensa como coleccionista desde antes de que pudiera reconocerse como tal. Acaso producto inevitable de un contacto temprano y familiar con el mundo de arte, esa onda expansiva también le llegó a su marido, Ricardo Steinbruch. Con los años ―35 para ser exactos ―, este matrimonio brasileño fue construyendo una pasión compartida y el patronazgo de una envidiable pinacoteca, que es hoy una dínamo de la escena artística iberoamericana.

El encuentro con esta pareja de mecenas fue durante la semana inaugural de la Bienal de São Paulo 2023, en septiembre. No fue el primero, sino uno de tantos a lo largo de 20 años. Pero en esta oportunidad, los Steinbruch celebraban con una cena la apertura del evento artístico más emblemático de Sudamérica y que involucra especialmente a Susana, dado que ella es parte de la comisión de la Bienal. Habría que esperar al día siguiente para una conversación en profundidad.

La cita está agendada en su casa, un estupendo exponente de los diseños de Isay Weinfeld, probablemente, uno de los arquitectos más reconocidos de la región. En la tranquilidad de un barrio residencial de la capital brasileña y el silencio de su escritorio, ella comenzará a iluminar las diversas ramificaciones de un gen familiar en el mundo del arte. Detrás de una inmensa mesa de trabajo se impone una biblioteca atiborrada de libros, pequeñas obras y recuerdos personales, que compiten por la atención. El jardín que se observa desde el interior es el punto de fuga donde se despliegan una serie de esculturas que parecen haber sido creadas para habitar ese espacio. “He nacido con el arte, siempre viví con él”, dice Susana Leirner, casi sin pensar, cuando se le pregunta por qué colecciona.

Una de las obras de Lygia Clark que resguardan los coleccionistas.
Una de las obras de Lygia Clark que resguardan los coleccionistas.Eduardo Ortega

La casa es un claro indicio de que allí viven coleccionistas. Una primera y obvia constatación son las obras, pero no se trata solo de su presencia sino, y sobre todo, de su sintaxis. Cada pieza se ubica en una posición particular. Los espacios juegan allí un papel tan importante como el silencio: dan el aire necesario para que exista una conversación. Y un sentido.

Pero la prueba definitiva de una vocación que la trasciende está en las huellas de un legado. “Mi abuelo, por parte de mi madre, fue uno de los fundadores de la Bienal de São Paulo y amigo de Alexander Calder. Fue una de las personas que lo trajo al país, junto con su primo, Henrique Midlin, quien también estaba muy involucrado en el arte”. Romeu Mindlin fue una figura clave que introdujo la obra del escultor estadounidense en Brasil y un referente ineludible en la biografía de Leirner como coleccionista. “Cuando tenía unos 12 años, iba a la casa de mi abuelo, donde tenía un calder muy grande, que estaba a la altura del piso y prácticamente jugábamos adentro de la obra”.

En los recuerdos de Susana confluyen nombres propios de la historia del arte de su país, como la reconocida artista visual Jac Leirner, la escultora Felicia Leirner y el artista visual Nelson Leirner, hijo de la segunda. Su tío, Adolpho Leirner, emblema del mecenazgo vernáculo y pionero en la valoración del constructivismo brasileño, fue otra influencia central. “La convivencia con él, siempre mirando la estética; su ojo, cómo colgaba los cuadros, marcó una concepción dentro de mí”.

Como describió el tío Adolpho: “Coleccionar es nutrir una relación amorosa”. Y se podría decir que buena parte de este árbol genealógico rindió tributo al mismo lema porque cada uno, a su manera, cultivó esa pasión. “Esto es algo raro que se da en mi familia: una enfermedad de coleccionismo. Desde las cajitas de baquelita… miro esto va junto con lo otro y ahí se inicia una colección. Y no es solo el arte, es parte de la vida”.

Obra de la artista brasileña Renata Lucas.
Obra de la artista brasileña Renata Lucas.Edouard Fraipont

Cuando Susana y Ricardo Steinbruch se casaron, ella tenía 20 años y una idea clara: su casa iba a estar poblada de arte. Por entonces, el piso a recién estrenar solo contaba con tres obras en su haber. Y su flamante marido, empresario dedicado a la industria textil, todavía no se había contagiado del mismo fervor, aunque sí le interesaba. “En su casa tenía tres grabados de Andy Warhol. Ya tenía esto dentro de él”. Admite que en aquellos primeros tiempos no fue fácil congeniar qué piezas adquirir. “Ahora compramos [las obras] juntos. Al principio fue muy duro”. Quizás la obra que marcó un punto de inflexión fue una pintura de Antonio Dias: ella se había enamorado del cuadro en una bienal. Él no lo quería. Cuando finalmente llegó a su casa “salimos y vimos el cuadro, Ricardo me miró y se puso a llorar”.

Con el transcurrir de los años, y a medida que la colección se fue ampliando hasta contar con unas mil obras de arte contemporáneo de figuras clave de la vanguardia brasileña como Lygia Clark, Mira Schendel y Hélio Oiticica, los roles en la pareja han ido cambiando. “Ricardo entró en esto y ahora él es peor que yo, se entusiasma más. Ahora lo pienso más, hay un momento en que hay que pensar qué va a pasar con la colección porque da mucho trabajo mantenerla. Me duele tener obras guardadas que las personas no estén mirando, no veo sentido en esto. Entonces empecé a pensar ¿qué vamos a hacer con la colección?”.

El rol del matrimonio fue mucho más allá del ámbito privado. En 2010 fueron reconocidos en la exposición Taster’s Choice, de la galería Stephen Friedman, como uno de los seis tastemakers (creadores de tendencias) a nivel internacional. Su influencia ha desempeñado un papel crucial en la evolución de museos y otras colecciones del mundo. En 2020, resultaron ganadores del premio al coleccionismo otorgado por la Fundación Arco. Desde su patronazgo de la Fundación Reina Sofía han contribuido enormemente con piezas de su acervo.

Como corolario de una trayectoria que no escatima galardones, en 2023 se presentó en el Museo Reina Sofía Un acto de ver que se despliega, comisariada por Manuel Borja-Villel, exdirector de la institución, que se nutre de obras centrales de la Colección Susana y Ricardo Steinbruch. Fue un trabajo de largo aliento. “Fue una locura hacerla, empezamos con un comodato hace ya ocho años con una selección de 22 obras. Luego, Manolo [Borja-Villel] propuso hacer una división de la colección, seguimos hablando y ahí empezó a armarse la exposición. La logística fue muy difícil porque muchas de las obras estaban en Brasil y fue una conversación larga, cuatro años desde que empezamos y en el medio pasó la pandemia”, recuerda Susana.

Escultura de la artista colombiana Doris Salcedo.
Escultura de la artista colombiana Doris Salcedo.Edouard Fraipont

El resultado fue una muestra que despliega una diversidad de épocas y geografías, pero cuyo núcleo se encuentra en la intersección de dos influencias: el arte contemporáneo latinoamericano y las prácticas artísticas situadas en la Europa del Este de la segunda mitad del siglo XX. Distintos tiempos y lugares se encuentran en una sintonía fina y personal. “La primera impresión [el día de la inauguración] fue dura. Vi mi nombre en la entrada y así como entré, salí. Me sentí desnuda. Después me quedé muy feliz con la instalación, fue ver desplegada una visión en acto”, confiesa.

Ricardo Steinbruch le pone una nota emotiva a ese momento. “Me viene un torbellino de recuerdos, de historias. Cuando vi todo el conjunto de obras, me dio la sensación de que fue una diversión, un trabajo de muchos años y de que, principalmente, todo lo que hicimos tenía una coherencia. Eso me emocionó profundamente”

Después de todo, la exposición da cuenta de una historia conjunta que une a dos continentes. Hace 12 años que la pareja reparte su tiempo entre São Paulo y Madrid, ¿cuál es su noción del coleccionismo español? “Creo que en los últimos años ha cambiado muchísimo, pero allí no tienen esta cultura de coleccionismo, hay muy pocos coleccionistas. Creo que son muy pocos los que valorizan al arte español”, opina ella.

Los Steinbruch contribuyen activamente a poner el valor el arte brasileño, aún hoy subvalorado con respecto a otras tendencias. ¿Por qué sucede? “Yo creo que hay mucho prejuicio. En el arte norteamericano, en el inglés, los valores son muy altos y mucha gente piensa en la inversión, creen que el arte latinoamericano no se va a valorizar”. Para Susana, la especulación no forma parte de la ecuación. “La relación con la colección es de una conversación. Nunca compramos por comprar. Compramos lo que tiene una relación con el todo”. La energía que las obras le transmiten es otro factor importante: “El arte para mí es vida. No tengo obras con las que no viviría”, reconoce.

Esa íntima convivencia con las obras se expande, discreta y selectivamente, con los amigos que visitan su casa. “Encontré esto de compartir mi espacio y mostrar cómo vivimos con otras personas. En mi familia teníamos las clases de historia del arte, las tardes con los primos y la familia que vivía en el mismo edificio. Yo fui afortunada de haber vivido todo eso desde pequeña. Creo que es bonito poder compartirlo”. Para Ricardo Steinbruch, su colección es símbolo del camino recorrido junto a Susana: “Fue un viaje espectacular de muchos años juntos, con la mujer de mi vida”. Más allá de sus palabras, es evidente que la colección de la pareja encontró sus propias coordenadas, justo ahí donde el arte y la vida se confunden.

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