Aurèlia Carulla y Carlos Usandizaga: “Vemos el coleccionismo como una aventura intelectual, no como un negocio”
El matrimonio, afincado en Barcelona, ha forjado una colección ecléctica y distinguida a lo largo de 50 años. Su casa alberga una exquisita curaduría doméstica abierta a coleccionistas y sabios del arte
“Una patria común” es una expresión que bien podría describir un lenguaje o un territorio, pero en el caso de Aurèlia Carulla y Carlos Usandizaga sintetiza la pasión que los une desde hace 50 años. La colección de este matrimonio oriundo de Barcelona es símbolo de una perfecta simbiosis en la que se conjugan intereses compartidos, una vocación de trotamundos y un círculo de amistades que se fue ampliando a la par que su interés por la cultura de los cinco continentes.
En el distrito Sarriá-San Gervasio de la ciudad catalana, la pareja abre las puertas de su refugio a algunos visitantes privilegiados. Carlos da la bienvenida a esta colección distinguida y variopinta que desafía al ojo entrenado. Aurelia se une un poco más tarde, luego de un partido de tenis, para recorrer juntos esta casa de estilo moderno.
La pareja no disimula su entusiasmo por las piezas que habitan cada espacio. “Esta es una colección que viene un poquito de familia y el resto, del desorden de nuestras curiosidades. Porque a nosotros nos ha interesado el arte africano, el asiático, el precolombino. Vanguardias y contemporáneo; nos ha interesado todo”, dice Carlos. Y el conjunto de obras habla por sí mismo: en un mismo salón, la contemporánea Adriana Varejão convive con jarrones holandeses del siglo XVI. Se despliegan tejidos de Afganistán y Pakistán, antigüedades preincaicas, chinas y africanas, esculturas modernas; un cuarto especial dedicado a Lawrence Abu Hamdan y en el subsuelo, una proyección de William Kentridge. Lo que parece una comunión imposible, aquí es ejecutado con maestría: cada pieza tiene su lugar, su razón de ser.
Al final del tour hogareño, Aurèlia se excusa para ir a cambiarse y, en cuestión de minutos, reaparece elegante para el almuerzo dispuesto en la terraza del jardín. Las sierras ibéricas y un conjunto de álamos que apuntan sus flechas al cielo dialogan con las esculturas de la polaca Alicja Kwade y el mexicano José Dávila. Pollock, su perro labrador, observa con interés la comida, mientras los Usandizaga comparten una simpática charla que luego se mudará a la biblioteca. La conversación discurre entre el matrimonio, los viajes, los hijos, el futuro y, claro, el arte, sin solución de continuidad. Porque, en definitiva, todo está entrelazado. “En vez de fútbol, hablamos siempre de arte”, confiesa Carlos.
Sin pretensiones, ni protocolo, ellos dan muestra de un profundo conocimiento de artistas, obras, estilos y territorios. Se trata de un mundo que los habita desde la juventud. “Yo he estudiado Historia del Arte, escogí la carrera por curiosidad, pero además vengo de una familia con colecciones muy potentes. Teníamos los dos un ojo muy educado, con lo cual era lógico que nos interesáramos por el arte”, explica Aurèlia. Aunque Carlos se inclinó por Ciencias Económicas, sus padres lo introdujeron muy pronto en el universo del arte: “A mí me llevaban a museos desde muy pequeño y algo va quedando. Cuando veía una colección, no comprendía bien qué era, pero sabía que era algo importante”.
Ella tenía 22 y él 24 cuando se casaron. “Nos conocimos porque era inevitable en Barcelona”, cuenta Carlos. Y ahí comenzaron un camino de descubrimiento: “A los dos nos interesaba lo que pasaba fuera de España, porque aquella España —la de los setenta— era muy triste. Nos intrigaba lo que pasaba en Nueva York, en París, en Londres. Eso nos llevó a lo que hoy en día llamamos una patria en común”. En el racconto de la historia, sus voces se entrecruzan, uno termina la oración del otro, sus palabras se complementan. Los silencios también se interpretan en la mirada cómplice de este matrimonio que supo construir un gusto compartido. “Los dos empezamos por el arte primitivo, textiles…”, dice Aurelia. “Antes de eso hicimos los típicos círculos concéntricos de amigos, gente del barrio, de la región, de la nación”, completa él.
En su aventura de coleccionismo, mucho tuvo que ver una temprana avidez por conocer otras culturas. Dice Carlos: “En mi casa, cuando era un niño de siete años, notabas que había que interesarse por lo que pasaba fuera, para nosotros era natural. Así nos intrigó Vija Celmins o Anish Kapoor, eran cosas a las que había que estar atento”. Su curiosidad recorre los extremos que van desde lo contemporáneo hasta el arte tribal de África y la cerámica quimbaya de Centroamérica. “Nosotros hemos viajado desde muy jovencitos a África constantemente, a China y a la India, por negocios familiares”, explica ella.
La audacia cuando se trata de adquirir una obra y un disfrute intelectual que anida en el matrimonio fueron clave a la hora de construir esta colección de cuatro ojos y una misma personalidad. “Un amigo nuestro decía: ‘Hay que comprar la obra que no puedes comprar’. E hicimos un poco eso. Son obras que te pondrán en una nueva frontera de conocimiento y de ambición”, explica Carlos.
Lejos del circuito de galerías mainstream y sin consultores de por medio, la intuición siempre les resultó un buen GPS para seleccionar cada pieza. “Cuando eliges a un artista, eliges a una obra que te encaja”, resume Aurèlia, quien dice sentir “una interpelación directa” cuando ese encuentro se produce. Claro que también la investigación cumple un papel importante. “Siempre que nos dan ocasión de hablar en una charla, decimos: ‘¿Creéis que os gustaría comprar una obra de arte? No la compren. Si quieres comprar un botijo, estudia la cerámica global del mundo y solo después podrás comprar el primer botijo con acierto’. Para nosotros estudiar es fundamental, preside nuestra forma de trabajar. Este consejo nos habría gustado escucharlo a nuestros 30 años, de una persona que ha coleccionado durante 50″, agrega Carlos.
Con el tiempo, la pareja consolidó una curaduría doméstica que armoniza continentes, territorios y siglos. “Porque en el fondo, la calidad y la belleza, que es una forma de verdad, se gustan entre sí. Cuando distintas obras se gustan entre sí, surge una cosa maravillosa. Esto es lo que ha guiado mucho de lo que ves por aquí: uniones insolentes”. Para compartir el camino recorrido, los Usandizaga comenzaron a abrir su casa y su colección a selectos visitantes, en una iniciativa que emula una actividad del National Heritage de Inglaterra. Ese circuito fue una vía para conocer a “sabios” del arte y compañeros de coleccionismo que terminaron por convertirse en amigos.
Se puede decir que existen una serie de razones para coleccionar arte. Para Carlos, es como armar las piezas de una biografía: “La mayoría de los coleccionistas, coleccionamos para saber quién demonios somos. Y lo contamos así: el camino para convertirte en un coleccionista es un camino en el que, de vez en cuando, te encuentras con un trocito de espejo, que es una obra, y otro trocito de espejo, que es otra obra. Y al final, juntas un espejo, que no es perfecto, pero en el que te ves bastante”. Aurelia dice que se trata de “curiosidad y conocimiento”. Los dos están de acuerdo en que sienten un gran placer coleccionando y conociendo nuevos compañeros de ruta, como este nuevo visitante que ingresó siendo un extraño y se va sintiéndose un amigo.
Babelia
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