Paulina Urrutia, actriz y ex ministra de Cultura de Chile: “El alzhéimer es una muerte a cámara lenta”
El documental de Maite Alberdi ‘La memoria infinita’, preseleccionado a los Oscar, muestra el avance durante años de la enfermedad neuronal en la pareja de la intérprete, el periodista cultural Augusto Góngora, y la intimidad de su día a día
En septiembre de 1997, Paulina Urrutia tenía 26 años y representaba en el teatro El seductor, de Benjamín Galemiri. A una de las funciones se acercó Augusto Góngora, estrella del periodismo cultural. “Recibíamos al público en el vestíbulo, y una de mis compañeras me aseguró que Augusto había venido a verme. Yo no la creí, pero es que, además, ¿qué iba a hacer yo con aquel caballero 17 años mayor?”. Como en las grandilocuentes historias de amor, por supuesto, el periodista y la actriz se enamoraron. Góngora dirigió hasta 2010 el área de cultura de la Televisión Nacional de Chile; Urrutia (San Miguel, 55 años) se convirtió en delegada sindical de los intérpretes, bregó en la política cultural y así acabó como ministra de Cultura durante la primera presidencia de Michelle Bachelet, de 2006 a 2010. Finalizado el primer mandato de Bachelet, Urrutia volvió a las tablas (”El servicio público es maravilloso; la política, horrible, y yo acepté solo por lo primero”) y Góngora siguió con su labor a favor de la cultura y de que los chilenos no olvidaran el terror sufrido durante la dictadura de Pinochet, colaborando en libros como Chile. La memoria prohibida.
Dos personalidades cuyas profesiones ahondaban en la memoria, y a las que en septiembre de 2014 un neurólogo les anunció una terrible noticia: Góngora padecía alzhéimer. Tiempo después, Urrutia invitó a una de las clases que impartía en la universidad a la documentalista Maite Alberdi. “Entonces aún no se había estrenado El agente topo, pero en mi país ya era muy conocida. Entre los alumnos estaba Augusto. Y así entró Maite en nuestras vidas”. De ella llegó la propuesta de grabar un documental, con años de filmación (incluida la pandemia, en la que Urrutia a veces controlaba la cámara), que han acabado en La memoria infinita, el documental de Alberdi en la lista de preseleccionadas a los Oscar y que se estrenó en España el pasado viernes, día en que se realizó esta entrevista: Urrutia ha acompañado este fin de semana algunas de sus proyecciones en Madrid.
Lo que sigue es un resumen de una charla de hora y media, en la que Urrutia aguantará las lágrimas en numerosas ocasiones. “Asumo las entrevistas con cierta distancia. Tengo ganas de hablar, aunque no con prensa, porque estoy viviendo un duelo [Augusto falleció el pasado mayo a los 71 años], un proceso con sus complejidades, sus momentos. Es extraño. Normalmente, el objeto de estudio de un documental no habla con periodistas. No he visto encuentros de un pulpo con reporteros”, bromea.
Pregunta. ¿Cómo llegó la propuesta de Alberdi?
Respuesta. Se sentó y nos dijo que quería filmar una historia de amor. Y yo la miraba y pensaba: ‘Esta niña está loca. ¿De qué está hablando?’. Me negué, pero Augusto y sus hijos aceptaron. De hecho, para mí era un documental sobre Augusto. Maite grabó mucho tiempo con él y el terapeuta ocupacional yendo a museos, cuando aún salía a la calle, y yo seguía trabajando dirigiendo un teatro y en la universidad, adonde me acompañaba. Al final, la película se ha centrado en el último periodo, cuando yo quise que él se sintiera vivo haciendo las cosas que a él le gustaban: conversar, plantear desafíos...
Esta clase de enfermedad se puede afrontar de manera multidisciplinaria. No como un problema sanitario sino sociosanitario. Los casos van a más, crearán una sociedad más vulnerable... Y su impacto en la economía será, ya es, brutal”
P. Góngora nunca escondió la enfermedad.
R. Sí, el médico se lo diagnosticó a finales de 2013 o inicios de 2014. Y en 2016 una periodista del suplemento de reportajes de El Mercurio le pidió una entrevista para contar lo que era un secreto a voces, aunque un secreto muy respetado, y Augusto lo hizo encantado. Después a él le gustó estar en primera fila de actos y eventos de enfermos de alzhéimer.
P. En la película está toda su lucha diaria y su deterioro.
R. Con el tiempo aprendí que la lucha es un desgaste inútil. No tiene sentido, porque esa persona te va a olvidar. Yo lo veía siempre como un juego. Mi tarea era, cuando llegaban estos momentos en donde estaba absolutamente perdido, bajarle la angustia. No decirle quién era él o quién era yo, sino ofrecerle un café, que a Augusto le gustaba mucho ese momento, calmarle, charlar con tranquilidad y ya luego explicarle dónde estábamos y quiénes éramos.
P. Usted no tomó parte en el proceso creativo, ni en su estreno en Sundance en enero de 2023. ¿Por qué?
R. Porque es la película de Maite. Por ejemplo, ella filmó mucho a sus hijos y al final no salen. O Augusto con el terapeuta o en el café con sus amigos. Fueron decisiones de Maite, que quería la historia de amor. Es más, yo no vi el documental hasta después de Sundance, porque en aquel enero no puede moverme por la enfermedad de Augusto, y antes de su lanzamiento europeo en la Berlinale. A Berlín sí viajé, y en Chile he estado apoyando su promoción.
Lo importante no es que Augusto se acordara de mí, sino que yo recuerde a Augusto. Soy parte de lo que él dejó en esta tierra y esa es la verdadera memoria, la de la cultura, la del acervo, la colectiva”
P. ¿Siente que la pandemia ha cambiado nuestra perspectiva sobre las enfermedades neuronales?
R. La pandemia pasó como si nada. No aprendimos. El alzhéimer es una muerte a cámara lenta y ya sabemos lo que significa eso. ¿Querías llegar hasta los 100 años? Pues igual te toca vivir la muerte, sentir tu deterioro físico, mental y anímico. Y eso con una enfermedad que afecta a una zona del cuerpo que es la menos investigada. Solo se puede afrontar de manera multidisciplinaria. No como un problema sanitario sino sociosanitario. Los casos van a más, crearán una sociedad más vulnerable... Y su impacto en la economía será, ya es, brutal. No solo alzhéimer, también depresiones y otros trastornos, porque no afectan solo a quien los padece, también a familia, amigos, cuidadores... En Chile tenemos una mentalidad especial ante las desgracias, y es que no nos lamentamos. Somos un país que por naturaleza estamos enfrentados a la devastación. Es horroroso, no te puedes creer todo lo que nos pasa. Cuando hay erupciones volcánicas, terremotos, cuando el barro llega en las casas hasta el techo no caemos en la desesperación. Directamente, reconstruimos. Y sí, en pantalla se me ve perder los nervios, llorar, pero todos tenemos un día malo como las pelotas y eso no quita que llegue una noche preciosa y pasen cosas increíbles.
P. En pantalla Augusto echa de menos su bien más preciado, sus libros, a la vez que ustedes hablan de recuerdos. Todo es memoria.
R. Déjame subrayar: lo importante no es que Augusto se acordara de mí, sino que yo recuerde a Augusto. Soy parte de lo que él dejó en esta tierra y esa es la verdadera memoria, la de la cultura, la del acervo, la colectiva. Para mí esa memoria infinita es la real, la que queda cuando nosotros desaparezcamos. Pensamos que vamos a enfrentarnos al drama del olvido y resulta todo lo contrario: Augusto fue un hombre que trabajó por la memoria contra la dictadura, y ahora está más vivo que nunca: tú estás escribiendo de él ahora y Augusto está muerto. Él decía que la memoria debía ser equilibrada: no podemos olvidar el daño provocado o sufrido, y a la vez reconocer y recuperar lo construido. Solo así será productiva. La memoria no es mantener el dolor entumecido, al contrario, abramos la llaga, encaremos así la dignidad de seguir viviendo con equilibrio. La gente cree que la película va a hablar del drama del olvido... Y no, al contrario, afianza la memoria, el recuerdo de él, y su discurso está más presente.
P. Tras sus coloquios, saluda al final uno a uno a los espectadores. ¿Por qué?
R. Hago una cosa muy de teatro. Cuando la gente va saliendo del cine, yo les doy las gracias por venir... Tú no sabes el cariño, la cantidad de opiniones, las cosas que te dicen. En cualquier parte del mundo, y he viajado con la película desde EE UU a Corea del Sur, es exactamente lo mismo. Absolutamente transversal. A mí la gente en Chile de derechas me dice: ‘Un saludo y todo mi respeto’. ¡Como si por pensar distinto no merecieras el mismo respeto! Somos un país muy polarizado, y Augusto y yo, fácilmente identificables con la izquierda... En fin, el público de cualquier ideología ha apoyado el filme, le ha convertido en el documental más taquillero de nuestra historia.
P. ¿Cómo encararon los hijos de Augusto el proceso?
R. Me relevaban en casa, y estas Navidades las he pasado con ellos, porque también son mi familia. Para ellos fue un progenitor absolutamente admirable, porque fue un padre Kramer. Gracias a eso son unos seres hermosos. Sin embargo, entiendo que para cualquier vástago esta enfermedad es muy difícil, porque mi relación con Augusto es de igual a igual, mientras que para un hijo son aquel héroe que idolatraron.
P. ¿No ha sentido pudor al ver las imágenes?
R. Mira, Maite dejó la cámara durante pandemia porque no quería perder el contacto. Y justo ese material se transformó en la esencia del testimonio. Uno necesita decir lo que le pasa, y en aquel momento yo sentí esa necesidad de un testigo de lo que estábamos viviendo. A la gente eso le impresiona mucho, creen que Alberdi ha llegado al corazón del cine: hoy en día todo se muestra, todo se exhibe. En cambio, en La memoria infinita se metió en nuestra casa, la película entra en algo verdaderamente íntimo, en una verdad que no está hecha para ser mostrada.
P. ¿Se arrepiente de algo?
R. No, aunque luego me veo en pijama [risas] o las imágenes fuera de foco cuando yo rodaba... ¿Cómo aceptó esto Maite [risas]? Bueno, porque es un material vivo y dejó que la vida se colara.
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