Chillida se reencuentra en Hernani con sus amigos artistas
La exposición en Chillida Leku en homenaje al galerista Aimé Maeght inaugura el ambicioso programa del centenario del nacimiento del escultor donostiarra
La primera exposición individual de Eduardo Chillida para el marchante Aimé Maeght fue en noviembre de 1956. Era el comienzo de una fructífera relación que se prolongó hasta 1981, año de la muerte del coleccionista de arte. La muestra fue todo un acontecimiento cultural al que muchos no pudieron llegar porque las calles de París estaban a reventar de manifestantes que gritaban contra la invasión de Hungría por parte del ejército soviético. A resguardo de las batallas callejeras, dentro de la galería, en el número 42 de la calle Du Bac, se encontraban muchos de los artistas que formarían la tanda más joven de la nómina de Maeght: Palazuelo, Cortot, Bazaine, Derain y todos aquellos que por aquel entonces tuvieran algo que decir en el mundo del arte. Al joven Chillida, 32 años por entonces, le dolió que muchos amigos no pudieran acompañarle, pero lo que de verdad le enorgulleció fue que el matemático y poeta Gaston Bachelard firmara el texto del deslumbrante catálogo que acompañaba la exposición.
Como agradecimiento póstumo, la celebración del centenario del nacimiento de Chillida arranca precisamente con una gran exposición de homenaje a su marchante y amigo en Chillida Leku, su museo en Hernani. Titulada Universo Maeght, la muestra que este sábado se abre al público (se podrá visitar hasta el 14 de abril) es un diálogo entre piezas esenciales de Chillida y algunos de los artistas con los que trabajaron Aimé Maeght y su esposa Marguerite: Georges Braque, Alexander Calder, Alberto Giacometti, Pablo Palazuelo, Julio González, Jean Arp, Barbara Hepworth, Antoni Tàpies, Joan Miró o Marc Chagall.
Mireia Massagué, directora de Chillida Leku, explicaba durante la presentación de la muestra este jueves que se trata de una coproducción entre la Fondation Marguerite y Aimé Maeght y la Fundación Eduardo Chillida-Pilar Belzunce. “Esta exposición”, precisó la directora, “constituye uno de los primeros hitos de la programación que conmemora el centenario del nacimiento de Chillida y nos permitirá que el artista sea festejado, el próximo 10 de enero de 2024, rodeado de sus amigos en Chillida Leku (la casa de Chillida)”.
La primera aproximación de Chillida al universo Maeght se produjo en 1950, en una exposición colectiva titulada Les Mains Éblouies, pero no sería hasta 1956 cuando la relación se formalizó a todos los efectos. El artista vasco era uno de los más jóvenes del grupo de creadores impulsados por el marchante. El galerista se refería a él como Mon petit (mi pequeño).
A Eduardo Chillida le gustaba contar que sus mejores vacaciones eran las semanas que cada año solía pasar en la fundación de sus galeristas, Aimé y Marguerite Maeght, en Saint Paul de Vence, el pequeño y precioso pueblo situado en la Costa azul, entre Antibes y Niza. Allí se instalaba el escultor con su esposa Pili y todos sus hijos. Liberado de preocupaciones materiales, el maestro del hierro daba rienda suelta a su talento, mientras que la familia se zambullía en la piscina o los chavales trotaban por los pinares que rodean los edificios construidos por Josep Lluís Sert en 1964.
Los Chillida solían coincidir con otros grandes artistas como Calder, Miró, Braque, Léger o Giacometti. Vinculados todos ellos a los Maeght, participaron de una manera diferente de entender el comercio del arte. El artista era la principal preocupación y todo debía girar en torno a él. El escritor, cineasta y político André Malraux dijo que la Fundación no era un palacio, ni un lugar de decoración, ni siquiera un museo. “Es una cosa para la historia del espíritu”, sentenció el entonces ministro francés de Cultura. Saint Paul de Vence fue un auténtico paraíso para un buen puñado de artistas del siglo XX.
Isabelle Maeght, nieta de los marchantes y administradora de la Fundación Maeght, tuvo palabras destinadas a revivir el ambiente de amistad creativa que reinó en el rincón artístico creado por su abuelo. “Mi familia está encantada de volver a rodear a Eduardo [Chillida] con las obras de los artistas con los que pudo trabajar cuando vino a Saint-Paul de Vence, en Francia, con su familia. La amistad entre mis abuelos y mis padres y este gran artista y su esposa Pili perdura en mi generación. Los considero parte integrante de mi familia.”
Desde la aldea mediterránea
Entre los bosques de chopos, robles que rodean el santuario artístico de Eduardo Chillida, las obras procedentes de la aldea mediterránea que fue Saint-Paul de Vence rompen la intensa estera de colores otoñales que en días lluviosos como este jueves aportan ensoñación al paisaje. Puede que la escultura más espectacular de las 11 que hay en las campas sea Morning cobweb (1969), una monumental creación de Alexander Calder. El visitante puede introducirse en ella y experimentar el espacio y la ligereza de esta obra de siete toneladas.
Dentro del caserío del siglo XVI que es Chillida Leku, las obras del artista conviven con las de Alberto Giacometti, Alexander Calder, Joan Miró, Julio González, Barbara Hepworth (la única mujer artista de la muestra), Pablo Palazuelo y Georges Braque. En la última parte del recorrido, Mireia Massagué ha reunido piezas-objeto relacionadas con el uso de lo cotidiano y la magia de Antoni Tàpies o la poesía pintada de Marc Chagall. La directora del museo concluye señalando que el montaje ha querido recrear el ambiente de utopía y libertad que los artistas compartieron en la Fundación Maeght, especialmente durante los veranos, cuando la actividad cultural se multiplicaba.
Del estimulante ambiente de libertad creativa que se vivía durante los veranos en San Paul de Vence da fe Isabelle Maeght. A sus 68 años, la escritora y marchante cuenta con un verbo entusiasta que los chicos y los artistas convivían sin molestarse. De Giacometti, por ejemplo, dice que era cariñoso pero parco en sus manifestaciones. El más expresivo y atento con la chiquillería era Joan Miró. De Braque lo admira todo, incluso le atribuye en exclusiva la invención del cubismo. Picasso, según ella, tuvo menos que ver en la creación de un movimiento que transformó la historia del arte.
Lo que el paso del tiempo no ha mermado es la profunda amistad que sigue existiendo entre Isabelle Maeght y los hijos mayores de Chillida, Ignacio y Luis. Ignacio Chillida, de 57 años, se ríe recordando que Isabelle era muy audaz. La nieta del galerista usaba por la finca y alrededores un 600 pintado de rosa y con asientos de mimbre que producía estupor entre algunos de los artistas con los que se cruzaba por los extensos terrenos de la Fundación. “En ese coche aprendimos a conducir algunos de mis hermanos y yo”, recuerda divertido Ignacio. “Miró y la señora Kandinski (esposa de Vasili Kandinski) nos enseñaban. Eran muy detallistas y pacientes con nosotros”.
Luis Chillida, de 61 años, tercero de los ocho hermanos, dice que si tuviera que destacar algo de aquellos veranos serían los baños y los juegos por el campo. Los más simpáticos con ellos eran Miró, Palazuelo y el propio Aimé Maeght, quien, según cuenta Luis, algunos días sacaba su viejo Rolls-Royce y les llevaba a Cannes a comprar discos que todavía no se conseguían en España.
El agradecimiento de Chillida a su galerista es el arranque de un intenso programa mundial de homenajes a uno de los artistas más importantes del siglo XX. Nada menos que 45 imponentes esculturas del creador vasco presiden emblemáticos espacios de ciudades como Berlín, Helsinki y Washington, Madrid, Barcelona, Valladolid y Palma de Mallorca. El programa incluye homenajes individuales en el Museo Balenciaga de Getaria (Gipuzkoa), el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, la galería Hauser & Wirth de Menorca, los museos San Telmo de San Sebastián y Bellas Artes de Bilbao, el Artium de Vitoria y The San Diego Museum of Art, entre otros muchos.
Babelia
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