Batman de copas, Capitana Marvel con ansiedad, Ojo de Halcón en el sofá: los superhéroes no solo salvan el mundo
Tebeos recientes como ‘C.O.W.L.’, centrado en la lucha sindical de tipos con poderes, ponen el foco en la miríada de cómics que ha cambiado el relato más habitual de los iconos de Marvel y DC
Menudas ideas. En la cúpula de Marvel no daban crédito: esa pareja de artistas “raritos” se había pasado. Sin embargo, uno de los editores, Stephen Wacker, insistía en defenderlos. Y en darles una oportunidad. Finalmente, las altas esferas les concedieron cinco, como el número de cómics que aceptaron publicar. Ni uno más: la serie se cancelaría justo después. Tampoco es que, antes, Ojo de Halcón arrasara. Por más que ahora el vengador afrontara desahucios en vez de supervillanos, se deprimiera en su sofá o cediera el protagonismo a su perro, las cosas difícilmente irían a peor. David Aja, coautor con Matt Fraction de esa historieta lanzada en 2012, todavía se ríe al recordar aquel periplo. Y, sobre todo, el epílogo: “En cuanto salió el primer álbum, fue un superventas”.
Con el tiempo, también se ha vuelto ejemplo. Éxito comercial y de crítica —disponible en versión integral en Panini—. Y muestra de que sus apretados trajes no tienen por qué constreñir las historias de los superhéroes. Pueden juntarse en un sindicato y luchar a golpes de papeleo, como en el reciente C.O.W.L. (de Kyle Higgins, Alec Siegel y Rod Reis), que en Norma Editorial han llegado a comparar con la serie The Wire. O afrontar acusaciones de genocida y titulares sensacionalistas, como en Strange Adventures (de Tom King, Evan Shaner y Mitch Gerards, en ECC). “Más que un género es un supergénero, que integra tendencias y estéticas de moda con naturalidad”, reflexiona Santiago García, guionista de las extrañas vueltas de tuerca El vecino y ¡García! (ambas en Astiberri, con Pepo Pérez y Luis Bustos).
Cuando el mundo peligra han de salvarlo, por supuesto. Pero sus poderes no les protegen de peleas más humanas: traumas, frustraciones, amigos, romances o tan solo el aburrimiento. Tal vez Kamala Khan pase más tiempo lidiando con su adolescencia que con peligros prodigiosos en Ms. Marvel. Fuera de lo normal (de G. Willow Wilson y Adrian Alphona, en Panini). E incluso las mismas gestas que han hecho celebérrimos a estos iconos se antojan nuevas desde otra perspectiva: la del anónimo criminal callejero que sigue a Joker (Brian Azzarello y Lee Bermejo, en ECC) o del fotógrafo que se cruza con los iconos y los inmortaliza en Marvels (Kurt Busiek y Alex Ross, en Panini).
“Me gusta definirlos como tebeos de gente haciendo cosas. No pueden ser superhéroes todo el rato, de vez en cuando tienen que tomar un café, poner la tele, escuchar música…”, explicaba en 2015 a este diario Carlos Pacheco, fallecido el año pasado. Él mismo dibujó a una Carol Danvers víctima de ansiedad y un padre violento en La vida de la Capitana Marvel (de Marguerite Sauvage y Margaret Stohl, en Panini). “En muchos cómics he intentado invertir la proporción. Prefiero que el personaje esté el 90% del tiempo haciendo cosas mundanas. Si una película de miedo está llena de sustos, te acostumbras, igual que si el héroe se pasa 19 páginas de 20 volando o peleando. Si lo hace solo en una, de repente, resulta más extraño y anómalo”, apunta Gabriel Hernández Walta, responsable con el guionista Tom King de otro relato superheroico peculiar: La visión (Panini). O, como lo planteó el escritor, según el español: “Voy a hacer la propuesta más extraña que se me ocurra y a ver qué pasa”.
Sucedió que llovieron los aplausos. Y todavía, a día de hoy, se cita como modelo de libertad creativa. Aunque, a la vez, se mantiene como una excepción. “Sigo leyendo muchos cómics de superhéroes mensuales, y en la mayoría los personajes pueden pasar meses sin prácticamente quitarse la máscara”, resume García. A la vez, eso sí, los autores entrevistados citan unas cuantas obras maestras distintas a lo largo de la historia. Y coinciden en una certeza: siempre ha habido tebeos sobre tipos poderosos que no se centraran solo en su don y su deber hacia la humanidad. O que, directamente, se atrevieran a mirar hacia otro lado.
“Me interesa más su parte de andar por casa. Lobezno muerto de amor no correspondido por Jean Grey. O Tormenta que se vuelve punki por una crisis existencial. Casi todo tienen un tipo de pérdida que sirve para empatizar, y más en estos tiempos donde con psicología y autocuidados intentamos entendernos mejor”, argumenta Ana Murillo Yagüe, que firma sus dibujos superheroicos como Aneke. Los casos más citados son Frank Miller (Daredevil. Born Again o El regreso del caballero oscuro) y Alan Moore (La cosa del pantano o Watchmen). Pero aparecen en varias conversaciones también la saga de Linterna Verde de Denny O’Neil y Neal Adams en los setenta o el nombre de Grant Morrison (por Animal Man, All Star Superman o Los 4 Fantásticos 1234).
Aunque García se remonta incluso al propio origen de los mitos de Marvel, allá por los sesenta: “Lo que hicieron Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko no respondía precisamente a ninguna fórmula. Poca gente ha habido más libre que ellos, que estaban reinventando un género de arriba abajo”. Héroes más frágiles, con problemas para pagar el alquiler, como Peter Parker, o víctimas de racismo, como la Patrulla X. Y que se movieran por una ciudad real, con sus rascacielos, sus manifestaciones o sus problemas con la droga. “Lo que es atractivo de un superhéroe son sus debilidades. Sin la kriptonita, Superman no habría trascendido”, tercia el historietista David Rubín, que en El héroe (Astiberri) reinterpretó en clave moderna y personalísima todo un mito griego. “Pude hacerlo porque era Heracles. ¿Funcionaría con Superman? Por supuesto. Ahora bien, ¿me hubieran dejado ir hasta donde llegué? Ni locos”, agrega.
Aquí también hay unanimidad. Marvel y DC cuidan al milímetro cada paso de sus leyendas. Y sus directivos no son, precisamente, grandes aliados del riesgo creativo. “Normalmente, la última palabra siempre es mía. Aquí, en cambio, la tiene DC. Y entiendo que deba ser así: te dejan un personaje suyo muy valioso para que juegues un rato con él y se lo tienes que devolver entero y en perfecto estado”, confesaba a este diario en 2021 Paco Roca. Se refería, en concreto, a su Batman en Benidorm, donde Bruce Wayne se enfrenta a enemigos inéditos: la resaca y el tedio.
“Y él pudo jugar de verdad, por quién es. Yo aún no he tenido esa posibilidad real. Los personajes te los prestan. Y yo vendo mi arte. Por más que te haga ilusión, tú das tu granito de arena, pero nunca va a ser tuyo”, añade Aneke. Aunque, a lo largo de los años, los creadores han encontrado sus propios caminos. Y acumulan remedios ante la rigidez de algunos encorbatados: sobre todo, agudizar el ingenio, “un poco, salvando las distancias, como frente a la censura franquista”, aclara Rubín. Pero también encontrar y mantener parejas creativas afines, para remar todos a una. O aprovechar el prestigio creciente para osar cada vez más. “He notado que el aumento del estatus como artista me permitía elegir según qué trabajos”, aclara Jorge Fornés, responsable con Tom King de la originalísima Rorschach, sacada del universo de Watchmen. Tanto que hoy presume entre risa del título de “dibujante de superhéroes que no dibuja superhéroes”. Es decir, de viñetas donde cabría esperar trajes, rayos cósmicos o puñetazos y, sin embargo, solo brillan por su ausencia.
Lo cierto es que se antoja más fácil innovar desde los márgenes. O, dicho de otra forma, lejos de los focos principales. “Siempre me he sentido más identificado con Ojo de Halcón, porque es un poco capullo. Pero también nos dejaba más cómodos haciendo historias a nuestra bola. Con Spiderman o Wonder Woman hay ciertas reglas”, señala Aja. También por sus décadas de tebeos, que imponen no solo una esencia, sino seguir y no traicionar infinitos hilos argumentales. Ni tampoco a los seguidores más acérrimos, que a veces “no quieren que se le cambie ni el flequillo a su ídolo”, según Rubín. De ahí que las ocurrencias más originales se suelan encontrar en miniseries autoconclusivas e independientes, como Spiderman: toda una vida o Superman: hijo rojo.
“Hay algo que define a estos personajes, si quieres cambiar mucho lo mejor que puedes hacer es crear uno nuevo”, sostiene Walta. Pacheco lo hizo: junto con Kurt Busiek inventó Arrowsmith, trama superheroica que mezcla la magia con los horrores de la Primera Guerra Mundial, cuya segunda entrega acaba de publicarse (Dolmen). El españolísimo Superlópez de Jan, el Pafman que Joaquín Cera puso a defender Logroño City o series como Battling Boy o Blackhammer muestran todas las vías que puede recorrer el legado de los iconos de Marvel y DC. Otra cosa, eso sí, es que los jefazos de las compañías aprendan la lección. O que no acaben incluso sacando la moraleja equivocada. “Siempre que sale un trabajo más original que funciona se crea un problema: si tiene éxito, los editores deberían dejar libertad a otros para experimentar; lo que suele ocurrir, sin embargo, es que intentan hacer copias de esa obra”, lamenta Aja.
Hasta los héroes, al fin y al cabo, claudican ante el dinero. Y más en el cine, donde los mitos del cómic han ofrecido a menudo su versión más conservadora, con excepciones como Joker, de Todd Philips, o Logan, de James Mangold. Cada millón en juego disminuye las ganas de los directivos de arriesgar. Y multiplica, al revés, los filtros. Aja lo descubrió en su piel: “Hice un póster para una película nueva de Marvel y es otra historia, tienen que opinar 500.000 personas”. Así no hay idea rarita que prospere. Por más superpoderes que tenga.
Babelia
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