La polémica leyenda de Stan Lee, creador de Hulk y de la Patrulla X, cumple un siglo
El escritor y editor, nacido hace 100 años, fue cocreador de los superhéroes más célebres de Marvel y los llevó hasta el estrellato. Millones de fans celebran su mito, pero hay quien cuestiona su biografía y méritos
El origen de Spiderman se ha contado mil veces. Siempre sale una araña radiactiva. Nunca, sin embargo, se menciona Rumania. A su noreste, en concreto. Pese a que justo ahí, de alguna forma, empezó la historia de Peter Parker. Así como la de Hulk, Los Cuatro Fantásticos, Iron Man o la Patrulla X. En la pequeña ciudad de Huși se crio Celia Solomon. En la cercana localidad de Botoșani vivía Jack Lieber. Ambos terminaron huyendo a EE UU, donde se conocieron. Y el 28 de diciembre de 1922 su modesto apartamento en el 777 de la West End Avenue de Nueva York dio la bienvenida a un tercer inquilino, recién nacido: Stanley Martin Lieber. O, como le conoce todo el planeta, Stan Lee.
Se cumple, pues, un siglo de uno de los mayores iconos de la cultura popular. Le han comparado con Walt Disney, con los Beatles, hasta con Dios. Y, por supuesto, con los superhéroes a los que dio vida. Aunque también, una vez, con las SS. Millones de seguidores lo llaman mito. Federico Fellini, Alain Resnais, Ronald Reagan o George R. R. Martin figuran entre sus admiradores. Pero hay quien le considera un villano a la altura del Duende Verde o Kingpin. Un malo que, además, rapiñó méritos y creaciones de los presuntos buenos, los dibujantes Jack Kirby y Steve Ditko.
Talento. Ego. Dinero. Idolatría. Envidia. Y algo de odio. Los ingredientes perfectos para forjar una leyenda. Con elementos reales, eso sí, y otros más dudosos. O, incluso, ficticios. Ni siquiera su fallecimiento, a los 95 años, el 12 de noviembre de 2018, ha acallado el debate sobre Stan Lee. Al revés, continúa y se polariza. Y más ahora que la editorial Panini rescata en España los primeros números de las series más célebres, justo los más controvertidos, bajo el epígrafe de Biblioteca Marvel. Pasan los años, pero no los contrastes: las raíces rumanas siguen siendo uno de los pocos hechos indiscutibles de la biografía de Stan Lee.
“Su historia es el lugar al que va a morir la verdad objetiva”, escribe el periodista Abraham Riesman en Verdadero creyente. Auge y caída de Stan Lee (Es Pop), quizás la biografía que más ha explorado las sombras del personaje. “Un hombre de contradicciones sobrehumanas”, apunta La asombrosa vida de Stan Lee, de Danny Fingeroth (Dolmen), exguionista y editor de Marvel, un relato que persigue una visión equilibrada del símbolo.
Aunque el lector que quiera bucear más en el asunto tiene ante sí un océano de libros: de su principal biografía autorizada, Excelsior (Atria Books), que el propio Lee cofirma con George Mair, a Asombroso, fantástico, increíble. Unas memorias maravillosas (Planeta), novela gráfica de Peter David y Colleen Doran, cuyo título sugiere por dónde van los tiros; pasando por una de las primeras indagaciones profundas, Stan Lee and the Rise and the Fall of the American Comic Book (Chicago Review Press), de Tom Spurgeon y Jordan Raphael. La lista se antoja mucho más amplia, y es presumible que se alargue a raíz del centenario del autor.
Tamaña ocasión sirve para celebrar, desde luego, los logros innegables de Stan Lee. “Hizo llegar los cómics de Marvel al mundo. Nunca habrían despegado sin él, su capacidad para juntar talentos y conectar con los lectores. Quizás ni la propia industria del tebeo en sí habría emergido de los sesenta”, defiende Riesman por videollamada. “Le debemos la pervivencia del cómic de superhéroes como es hoy”, agrega David Macho, agente de historietistas, que trabaja a ambos lados del charco y coincidió en tres ocasiones con Lee. “Lo elevó de producto de consumo rápido a obra de arte”, insiste Alejandro Martínez, editor de Panini.
Quien colaboró con él suele destacar su enorme amabilidad y su entusiasmo creativo. “Incluso los que le criticaron para mi libro nunca le repudiaron”, explica Riesman. Los arranques de Lee imitando cómo debía pegarle Thor a su contrincante o subiéndose a una mesa para interpretar la viñeta que imaginaba pertenecen a la parte verídica de la leyenda. “Era un motivador de la leche”, resume Macho.
Pero hay mucho más: cualquiera le reconoce un esfuerzo de promoción superheroico. A fuerza de recorrer universidades de todo EE UU, consiguió ganarse a los estudiantes y fidelizarlos. Y, todavía hoy, bien podría dar una clase magistral a tantas empresas que buscan enganchar al público joven. “Cuando preguntaba a gente que había crecido leyendo a Marvel qué le hacía volver una y otra vez, la respuesta más común era: ‘La página de las cartas”, explica Riesman. Ahí, Lee respondía personalmente a los seguidores, hasta crear la sensación de una gran “familia”, como escribe Fingeroth. “Adoraba a los fans igual que ellos a él”, tercia Macho.
Y luego, o sobre todo, están las ideas. Porque Lee fue vendedor y directivo pero, especialmente al comienzo de su carrera, también escribía. “Él tuvo la visión de que los superhéroes fueran reales, con fallos y debilidades. Y también que vivieran en el mundo real, en Manhattan o Chicago”, resume Martínez. Lo cual llevó a otra intuición que hoy explota a fondo también el cine de Marvel: si Iron Man vuela por Nueva York, tarde o temprano Spiderman tendrá que verle. Los encuentros entre tipos disfrazados estaban servidos. Menudo orgullo sería, para su padre creativo, ver a sus hijos todos juntos en alguna viñeta.
Porque también es indudable que Lee contribuyó a crear en los años sesenta Los Cuatro Fantásticos, Hulk, Ant-Man, Spiderman, Thor, Los Vengadores, la Patrulla X o Pantera Negra. Aquí, sin embargo, empiezan los problemas. Y las discrepancias. Él siempre defendió que todos salieron de su mente. Y que una idea pertenece al primero que la concibe. Pero Kirby y Ditko, también fallecidos, opinaron lo contrario: Lee apenas les dio pistas o ni eso. Y, en todo caso, el que dibuja al personaje, elabora el rumbo de la historia y lo plasma en la página es, cuando menos, otro progenitor. “Kirby hizo mucho más de lo que se le atribuyó originalmente. Hasta 1999 los materiales de Marvel citaban a Lee como único creador”, denuncia Riesman.
Y expone en su libro cómo el relato de Lee sobre el origen de los personajes fue variando y contradiciéndose, igual que otros aspectos de su biografía. Rescata incluso una frase suya de 1965: “Hay dibujantes, como Kirby, que no necesitan que les des ningún argumento. […] Prácticamente es él quien se inventa los argumentos de esas historias. Yo lo único que hago es supervisarle un poco”.
“Que Lee no hizo nada y robó es una mentira. Que lo hizo todo, también. Cada uno hizo su parte, y él no solo se ocupaba de escribir sino también del lado editorial, de pelearse con los de arriba, de promover los cómics…”, afirma Macho. Una de las conclusiones de Fingeroth es que cada genio sacó lo mejor del otro y contribuyó al nacimiento de esos mitos.
Pero al choque por el reconocimiento se suma el económico. Mientras Lee se hizo de oro, los dos dibujantes lamentaban que apenas vieron las migas. Tanto que los herederos de Kirby demandaron hace años a Marvel, que prefirió cerrar el caso con un acuerdo extrajudicial, mucho dinero y un cambio: el dibujante aparece ahora regularmente como cocreador de los personajes. Ditko no fue a los tribunales, pero dejó constancia varias veces de su rabia. Le indignó que Lee se atribuyera la ocurrencia del número 33 de Spiderman, considerado uno de los mejores de la historia, y que el dibujante incluía en su propia cosecha. Y quizás aún más le molestó que, en 1999, el editor escribiera en una carta: “Siempre he considerado a Steve cocreador de Spiderman”. El matiz que enfureció al artista estaba en el verbo: no se trataba de un hecho, sino únicamente de una percepción de Lee. Tal vez lo único en lo que todo el mundo coincide es que no se han encontrado, de momento, pruebas documentales. Se trata, pues, de creer a la versión más convincente.
Cierto consenso rodea, en cambio, la relación cada vez más estrecha que Lee creó con la marca Marvel: a medida que promocionaba a su empresa, también se vendía a sí mismo. Un mito alimentaba al otro. Y viceversa. Cada uno tendrá su visión al respecto, pero, para Riesman, sí hubo un problema más general. Porque los demás pasos de Lee también tienen una doble lectura: fue él, por ejemplo, quien ideó los inéditos carteles que al principio de cada cómic destacaban a los artistas implicados y contribuían a visibilizarlos. Pero, claro, en esas cajas la escritura del tebeo siempre se atribuía únicamente al propio Lee.
El periodista también denuncia que el editor impulsó el llamado método Marvel: como explica en su libro, guionista y dibujante planteaban y debatían una trama a grandes rasgos. Luego, el segundo la elaboraba, pintaba y completaba. Y el primero remataba la faena con los diálogos y los textos. Una libertad creativa inédita para el artista, que probablemente favoreció los grandes éxitos de la editorial. También, sin embargo, una tarea enorme que permanecía oscura, también a la hora de cobrar. Junto con el concepto de “trabajo por encargo” —cualquier colaboración con la editorial pasaba a pertenecer exclusivamente a la empresa, con todos sus derechos sobre los personajes—, conforman un modelo que todavía hoy indigna a los dibujantes que apenas reciben un puñado de dólares por las criaturas que ellos lanzaron y están arrasando en las pantallas de cine de medio mundo.
Los defensores de Lee apuntan que él tampoco cobraba derechos de autor y que no era el propietario, sino uno de los responsables del sello. Pero Riesman comparte lo que le contaron varios excolaboradores de Lee: “No luchaba por los otros, por los artistas o cualquiera que estuviera en apuros en la empresa. No le gustaban los conflictos, tendía a dar un paso atrás”. Aunque, a la vez, subraya: “Muchos editores de aquellos años fueron auténticos gánsteres y villanos. Stan no era como ellos en muchos sentidos”.
Parece relativamente asentado, eso sí, que Lee no hizo todo lo deseable por su tropa desde el punto de vista laboral. Pero Macho rechaza que los explotara: “Niego la mayor. Eran trabajadores como él, en una época muy determinada. Él tenía que llevar todas las series a la vez, aparte de editar y mantener la empresa viva”. Cita el empeño de Lee por presentar a Kirby una muy buena oferta para recuperarle de la competencia y también el último encuentro entre ambos: “Se pasaron dos horas hablando como si nada”. Se puede añadir a la lista también la pensión que Marvel decidió otorgar a la viuda del dibujante.
Amistades, rupturas, sobresaltos, crisis, triunfos y pánico. Seguir la historia de Lee, en el fondo, es recorrer también la de su medio. La primera época dorada de los superhéroes, tras el nacimiento de Superman, Batman y Wonder Woman en la editorial rival, DC; las dificultades de los cincuenta, con acusaciones de promover la inmoralidad, las denuncias del psiquiatra Fredric Wertham y el código de conducta que forzó la industria a autocensurarse; la nueva oleada de héroes de los sesenta, la época de plata; un derrumbe notable en los noventa y el último bum, el de la gran pantalla.
Aunque, precisamente a raíz del éxito de las películas, Lee acabó enfrentado judicialmente a Marvel. En 2005, un pacto selló el fin del conflicto, con un pago al editor de 10 millones de dólares por parte de la compañía. Pero Lee renunciaba así al 10% sobre los ingresos de cada obra televisada o cinematográfica que le correspondía, y que le hubiera reportado infinitamente más beneficios. Lo que sirve a sus defensores para señalar que él mismo fue víctima de la voracidad del sello.
En realidad, el mito terminó en los tribunales también con las otras dos empresas en las que trabajó: hubo un momento en que Stan Lee Media (creada en 1998 para lanzar obras audiovisuales en internet) peleaba en los juzgados contra el tipo que daba nombre a la compañía. Lee fue investigado por la policía, y su socio, Peter F. Paul, terminó entre rejas por fraude. Y las disputas judiciales, igual que las dudas de legalidad, también sacudieron a Pow Entertainment, su última aventura empresarial.
Para Riesman, el fracaso de estas dos compañías marca el comienzo de la época más oscura de Stan Lee: “Se vio asediado por personas horrendas que intentaron exprimir al máximo a un nonagenario deprimido y enfermo”. Los últimos años de la leyenda no fueron precisamente memorables: peleas en su círculo más íntimo, reportajes que apuntaban a que le engañaban y manipulaban, vídeos privados de Lee no precisamente halagüeños que Riesman visionó y describe en Verdadero creyente.
El declive, para muchos, empezó con la muerte de su esposa, Joan Boocock, en 2017, tras un idilio de más de seis décadas. Con su hija, J. C., en cambio el trato resultó siempre mucho más complicado. Aunque quizás el debate que más enciende a los fans afecta a otra relación de Lee: con los propios cómics. Porque el joven que devoraba películas y leía a Shakespeare por lo visto soñaba con convertirse en dramaturgo o poeta respetado. Y Riesman recopila frases del propio Lee a lo largo de varias décadas confesando que el trabajo que le tocó no era su pasión: “Nunca sentí una compulsión particular por escribir cómics”.
A la vez, el reportero enumera los repetidos intentos, en buena parte y durante largo tiempo fallidos, del escritor por conquistar otros terrenos creativos: tiras de prensa, televisión, teatro... “Me limito a señalar lo que dijo él”, agrega Riesman. Pero tanto Macho como Martínez ofrecen una versión distinta. “Tuvo 20.000 oportunidades de hacer otra cosa si hubiera querido”, dice el primero. “Cuando empieza el universo Marvel se enamora de su propia creación”, agrega el segundo. Una vez más, nunca se sabrá la respuesta. Paradójicamente, el hombre que hizo reales y grises a los superhéroes está condenado a un relato en blanco y negro. Salvador. Villano. Fue, sin embargo, humano. Como escribe Fingeroth: “El verdadero problema de Stan Lee era que la gente le comparaba invariablemente con… Stan Lee. Y esa es una competición aún más difícil de ganar”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.