La izquierda que alimenta a Milei
Ese grupo de consumo cultural con plata suficiente para ir al teatro y que grita “nunca más” al líder ultra argentino es incoherente y se corrompe cuando toca el poder
Recibo por WhatsApp un vídeo del día anterior a las elecciones en Argentina. El público del teatro Colón de Buenos Aires, en pie, increpa a un sonriente Milei: “Nunca más”, “Milei, basura, vos sos la dictadura”. Las imágenes intentan preservar ese rescoldo de esperanza que se apagó cuando Massa anunció su derrota. Guatemala había sido barrido por Guatepeor. Recordé mi respuesta al vídeo: “Cuando los de las villas miseria vean estas imágenes, votan a Milei fijo”. Me aterrorizó pensar en esa clave de los medios de ultraderecha que vamos interiorizando personas de una izquierda acomplejada y clases sin privilegios: el grupo de consumo cultural con plata suficiente para comprar una entrada en el teatro Colón ―bella intelectualidad― se revuelve contra el tipo de la motosierra que esgrime desvergonzadamente su ideología abogando por el fin de la justicia social y subrayando el cinismo de una casta progre que se permite el lujo de sentarse en un palco del teatro mientras el país se hunde. Esa izquierda que grita “Nunca más” es incoherente y se corrompe cuando toca el poder, mientras que la ultraderecha de Milei, al renegar del Estado, lo social, la igualdad, y desarrollar estrategias para favorecer la acumulación de capitales y la ley del más fuerte, actúa desde una sincronización perfecta entre teoría y práctica. La realidad se produce desde la fantasía de que ellos siempre dicen la verdad ―aunque su verdad sea intrínsecamente inmoral―. Convierten al pueblo soberano en un grumo que debe ser salvado por una oligarquía de hombres sin piedad que dará oportunidades a las clases pobres. Les dará el derecho de vender sus riñones legalmente cuando mueran de hambre.
El problema no es solo Milei. Ayuso se parece a Milei, Meloni gobierna en Italia, Viktor Orbán es el primer ministro en Hungría, etc. Etcétera, en este caso, no alude a nada superfluo: es lo que procuramos entender para no convertirnos en una izquierda autocomplacida o en una izquierda que baja los brazos o en una izquierda que reniega del concepto de clase porque los que abuchean a Milei abarrotan los palcos del teatro Colón y a Isabel Díaz Ayuso no la votan solo en Chamberí. Pese al desconsuelo, la izquierda es necesaria a nivel global y en este país en el que se esgrimen argumentos de ranciedad olorosa mientras, igual que en Argentina, se borra con aguarrás la memoria democrática para sustituirla por versiones suavizadas de las desapariciones durante la dictadura de Videla, durante la dictadura de Franco, y por apologías de asesinos que lograron una paz social de bocas silenciadas, cuerpos torturados en comisarias y fusilamientos. Bolsas de miseria alimentadas por individuos ideológicamente seleccionados.
Hoy, aquí, quienes amenazan y siguen metiendo miedo son guardias civiles que derraman su sangre por España ―¿qué España?, ¿la una, la grande, la libre?―, alféreces de la Academia Militar de Zaragoza que acuden a concentraciones ultras con una pistola, militares retirados que alientan el golpe, presidentas que hablan de dictadura sanchista y fin de la democracia, concejalas del PP que piden la ejecución del presidente, intelectuales de Colón que aplanan la diversidad del país y optan por la visceralidad discursiva frente al diálogo y las urnas. Dime con quién andas. Agitar la bandera del golpismo debería estar penado. Los golpistas tienen armas y las usan. Heraldos de la muerte en Argentina y aquí mismo. Veamos Camada negra, Argentina 1986. La memoria es el primer contenido de un etcétera nada superfluo. Luego, sumemos pobreza, descrédito de política y educación, intestinas luchas de la izquierda, nuevos modos de consumo cultural y relación social, simplificación del lenguaje, ñoñería en red, ética influencer… A lo mejor ya nada resulta tan sorprendente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.