El maestro Manuel Chaves Nogales estaba allí
El historiador Francisco Cánovas Sánchez coloca la obra del periodista frente a los grandes acontecimientos del siglo XX que le tocó contar
En unos de los relatos de A sangre y fuego, Manuel Chaves Nogales se refiere a aquellos milicianos que “no tenían alma bastante para afrontar indefinidamente el peligro de la guerra en la primera línea”, y volvían a la retaguardia y se organizaban en “siniestras escuadrillas” para imponer “un régimen de terror, el pánico terror que íntimamente padecían y anhelaban proyectar al exterior”. En el prólogo de este mismo libro explicó que decidió salir de Madrid en noviembre de 1936 en plena Guerra Civil porque “todo estaba perdido” y el terror lo ahogaba y no lo dejaba vivir. “Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de Falange”, escribió, “que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas”. Estaba allí, un consejo obrero había tomado el control de Ahora, el periódico en el que trabajaba, y lo puso a su mando. Entonces se comprometió “únicamente a defender la causa del pueblo contra el fascismo y los militares sublevados”. La barbarie terminó por empujarlo al exilio.
Escribió relatos y novelas, pero fue sobre todo periodista. Lo que ha hecho el historiador Francisco Cánovas Sánchez en su Manuel Chaves Nogales. Barbarie y civilización en el siglo XX (Alianza) es colocar lo que contó al hilo de la actualidad frente a los acontecimientos que ocurrieron en su tiempo. Chaves Nogales nació en Sevilla el 7 de agosto de 1897 y murió el 8 de mayo de 1944 en Londres, así que le tocó vivir unos años de cambios profundos, de ascenso de los totalitarismos, de guerras, y tuvo la fortuna de estar ahí y dar cuenta de lo que estaba sucediendo. Lo otro ya fue cosa suya: un inmenso talento para la escritura, una sólida cultura, una curiosidad inmensa que le permitió hacer todas las preguntas necesarias, y el apoyo de distintos medios que le dieron la oportunidad de desplazarse a los lugares donde el mundo cambiaba a marchas forzadas y donde se mezclaban las peores barbaridades con las mejores intenciones de proyectos irreales o delirantes. “Contar y andar es la función del periodista”, dijo alguna vez, y eso fue lo que hizo. El libro de Cánovas Sánchez está lleno de imágenes. Encontrarse con las páginas en las que aparecieron sus entrevistas, crónicas o reportajes devuelve al presente la urgencia de una prosa pegada a los hechos. Al historiador le toca reconstruir lo que ocurrió en un pasado ya acabado, aunque nunca terminen de verdad las lecturas e interpretaciones, mientras que el periodista escribe sujeto a los vaivenes de un tiempo que está ocurriendo y que le toca fijar en sus textos sobre la marcha. Y es ahí donde reside el mayor interés de este trabajo: un historiador vuelve a mirar el pasado frente al espejo de lo que Chaves Nogales contaba entonces en presente. Un presente, además, vertiginoso: la Revolución Rusa, la llegada de la Segunda República en España, el triunfo del nazismo en Alemania, dos guerras —la que desencadenó el golpe de Estado de los militares franquistas y la que puso en marcha Adolf Hitler en 1939—, la suerte de los exiliados españoles.
Manuel Chaves Nogales se definió como un “un pequeñoburgués liberal”. Su padre fue académico de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y cronista oficial de la ciudad; su madre, profesora de música y concertista de piano. Fue el tercero de cinco hermanos. Uno de sus tíos dirigió El Imparcial, una de las cabeceras más importantes de finales del siglo XIX y principios del XX. Durante aquellas primeras décadas, en España reinaba un talante reformista, el país se estaba transformando y Chaves Nogales encarnó como nadie ese talante modernizador, e hizo suya la idea de abrir las ventanas y que circularan por sus tierras los aires del mundo entero. Estudió Filosofía y Letras: tenía 17 años —su padre acababa de morir, era 1914— cuando empezó a colaborar en la prensa. En 1920 se casó con Ana Pérez Ruiz, tuvo cuatro hijos. Se apuntó a la masonería, compartió el proyecto de acabar con la dictadura de Primo de Rivera y se implicó en la llegada de la República. Se instaló en Madrid en 1928, empezó a recorrer España y Europa en avión —llegó a tener dos accidentes—, miraba las cosas desde las alturas y luego también a ras de suelo. Es lo que define su periodismo: distancia para establecer el contexto, infinito cuidado por cada uno de los detalles. En septiembre de 1930 se convirtió en el alma de un nuevo diario, Ahora.
“Los sóviets tienen hoy la mejor policía del mundo. Es tan buena, está tan maravillosamente organizada, que ni siquiera se advierte su existencia”, había escrito un par de años antes en una de sus crónicas después de viajar por la Unión Soviética. La obra de Chaves Nogales está hoy, afortunadamente, muy bien editada en España, y la biografía que le dedicó María Isabel Cintas en dos volúmenes recoge con todo detalle su peripecia vital. El libro de Cánovas Sánchez la coloca en el ruido del mundo del que dio cuenta con escrupulosa veracidad. “Todo es rabiosamente alemán, agresivamente alemán. Más furiosos nacionalistas que los del Sarre no creo que los haya en toda Alemania”, apuntó cuando Hitler empezaba a ganar adeptos. “El inglés no concibe la derrota. No le entra en la cabeza”, señaló cuando Churchill se enfrentó al avance de los nazis. Se ocupó del torero Juan Belmonte, y también de los hombres corrientes —El maestro Juan Martínez que estaba allí—, entrevistó a decenas de estadistas, atrapó los claroscuros de una España que se partió en dos tras el golpe de Estado de Franco y padeció una guerra fratricida, asistió a la caída de París ante el avance de Hitler —La agonía de Francia—. Acercarse de nuevo a la manera en la que Manuel Chaves Nogales trabajaba en medio de un mundo que se caía en pedazos es toda una lección de periodismo (y de historia).
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