Las mujeres que votaron a los nazis
En las crónicas de su viaje a la Alemania de la época, Manuel Chaves Nogales se pregunta, desde el asombro, por el fuerte apoyo que el nacionalsocialismo recibe de ellas
Las crónicas del periodista Manuel Chaves Nogales son un excelente medio para adentrarse en la historia europea de la primera mitad del siglo pasado. Me detengo en las que escribió en su viaje a la Alemania nazi, publicadas durante la primavera de 1933. Una de ellas se titula ¿Por qué son nazis las mujeres? Da que pensar.
Para empezar, da que pensar lo importante y necesario que es comprender el titular en su contexto y no aislarlo de su tiempo. Descontextualizado y traído a nuestro presente, suena a aberración. O debería sonar. Tanto hemos manipulado, banalizado y abusado del uso del término nazi que hemos olvidado cómo empezó todo.
En solo nueve décadas hemos tergiversado su significado y ahora nos permitimos utilizarlo para denigrar al feminismo. Los que odian las libertades de las mujeres, y por tanto a las mujeres, nos han colado un gol al introducir en nuestra lengua la palabra feminazi, que Google, ese buscador con el que se están formando las jóvenes generaciones, define como “feminista radical”.
¿Por qué son nazis las mujeres? Este maestro del periodismo, a la altura de Joseph Roth, formula la pregunta, precisamente, desde el asombro. Influido por las ideas del movimiento feminista en España, pero sobre todo conocedor de la liberación de las mujeres alemanas durante la República de Weimar, se sorprende del fuerte apoyo que el nacionalsocialismo recibe de ellas, y eso que promete enviarlas al fogón, quitarles sus derechos políticos y ponerlas, literalmente, a parir.
A lo largo de su viaje, el periodista toma contacto con la cantera nazi. El prototipo es el hombre joven, fuerte y sano. El pequeño burgués luce con orgullo la cruz gamada en su negocio. Miles de desempleados encuentran acogida en campamentos nazis donde trabajan por un par de monedas, rancho, alojamiento y una instrucción física que les deja una tableta abdominal de ensueño. El proletariado también se deja engatusar por el ideal nacionalsocialista, y la juventud alemana, objetivo contundente del aparato propagandístico de Goebbels, está con el Führer. Pero, por qué las mujeres.
El filósofo Martin Heidegger se adhiere al partido nazi. Juristas, filólogos, filósofos e historiadores de renombre no solo apoyan el régimen fascista, también forman parte de los órganos de represión del Tercer Reich. Los grandes industriales se suman a una causa en la que atisban visos de una modernidad rutilante. El hitlerismo promete prosperidad y se cuentan a millares los que se dejan deslumbrar por la promesa de un nuevo comienzo. Pero, por qué las mujeres.
El periodista encuentra un posible motivo en el cansancio de estas por hacerse un hueco laboral durante el período de entreguerras: “Las más débiles, las que han llevado la peor parte, no pueden más. Extenuadas, batidas constantemente en esta lucha desigual del arroyo, han oído las palabras del Führer, que predica la vuelta al hogar, como una voz celestial. ¿Será verdad?, preguntan ilusionadas. ¿Volveremos al gran tiempo? ¿Tendremos un hogar y unos hijos?”.
Hogar no sé, reflexiona él, hijos sí, Hitler los necesita para una guerra que una gran mayoría de hombres está dispuesta a librar. Sin embargo, ¿ellas?
Es a la vez inquietante e instructivo conocer hoy el mundo de ayer. A toro pasado, es decir, con perspectiva. Saber cómo se formó el delirio fascista, pero también los espeluznantes acontecimientos en los que derivó: los campos de concentración y exterminio, la masacre de Babi Yar o el bombardeo de los aliados sobre poblaciones alemanas, por ejemplo.
Una mujer en Berlín es una de las pocas obras narrativas que describe la agónica situación de los civiles alemanes (hombres y mujeres) bajo el bombardeo masivo. Escrito entre abril y junio de 1945 a modo de diario y publicado de forma anónima, su autora, Marta Hillers, era una periodista alemana formada en la Sorbona, políglota y propagandista nazi. Probablemente, una de esas mujeres que votó a los nazis. También fue una de los dos millones de víctimas de las agresiones sexuales del Ejército Rojo.
En Sobre la historia natural de la destrucción, W. G. Sebald relata, entre otras cuestiones, el destino de esas mujeres en su huida de los bombardeos: algunas llevaban a cuestas, dentro de una maleta, el cadáver de su bebé. El cineasta ucranio Serguéi Loznitsa ha llevado recientemente al cine el ensayo de Sebald, del que toma el título. Con él nos convierte en testigos de un horror pasado que encuentra eco hoy en los bombardeos rusos sobre Ucrania. Su obra nos compromete, parece decirnos que el dragón, es decir, el anhelo místico de crear un imperio, ha despertado.
Sabemos que hay una férrea resistencia feminista en Rusia, pero el feminismo no es un titán y las exigencias y amenazas de un Estado totalitario son intensas. También sabemos que el delirio nazi maduró en las mentes infantiles durante la Gran Guerra. El fascismo no pone las luces cortas. Atentos a la militarización de niños y niñas desde hace años.
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