Tras el rastro de un violín: ¿será un ‘stradivarius’?
La escritora Helena Attlee narra en un libro su periplo de viajes e investigaciones durante años para tratar de descubrir el origen del instrumento que la fascinó
Esta historia comienza como muchos romances, con un flechazo. Una mujer se enamora. Sabe poco de él, pero lo que intuye le gusta y lo que no, le provoca una curiosidad aún más irresistible. Se lanza a conocerlo y esto le lleva de un lugar a otro, cambiando para siempre lo que ella es. Esta historia es un clásico romance, solo que él es un violín y ella la escritora Helena Attlee (Kent, 65 años), que la narra en el libro El violín de Lev. Una aventura italiana (Editorial Acantilado).
Se conocieron en un concierto. “¿Cómo se atreve a hablarnos de ese modo? ¡Somos mujeres casadas!”, le dijo a Attlee la amiga que la acompañaba en cuanto las luces volvieron a iluminar la sala. “Cuando lo oí la primera vez, sentí que me hablaba directamente a mí y que me estaba mandando un mensaje profundamente personal”, cuenta ahora la escritora vía correo electrónico. Al salir se encontró al violinista en la calle y este le contó una historia que terminó de atraparla. El origen del instrumento, tenía entendido el músico, estaba en Italia. “Pero me llegó desde Rusia. Todos lo llaman el violín de Lev por el nombre de su anterior dueño”, añadió. Según le dijo, era uno de esos violines construidos en Cremona. Si no hubiese mencionado esa ciudad, confiesa la propia Attlee en el libro, quizás la historia habría sido otra. La habría obsesionado durante un tiempo hasta que su interés fuera decayendo. Pero mencionó Cremona y aquel verano ella no dejó de pensar en el violín. Así comenzó todo.
La fortuna también le fue favorable. A Attlee, que es autora de cuatro libros sobre jardines, entre ellos El país donde florece el limonero, le salió por entonces un trabajo en Milán que aprovechó para escaparse en sus ratos libres a Cremona. Desde allí describe sus paseos por la ciudad con tal detalle que consigue que el lector la acompañe en ellos. “Volví a recorrer el centro en mi bici prestada por estrechas callejuelas flanqueadas por los desconchados muros rosas y ocres de los palacios y bajo el jazmín que caía de los balcones de los primeros pisos invitando a los transeúntes a embeberse de su intenso perfume”, narra en el primer capítulo.
Attlee se encontró con una ciudad dedicada por entero a los violines. Desde sus museos a sus tiendas. De sus pastelerías, con violines de chocolate blanco o negro, a sus plazas en homenaje a los fabricantes más ilustres. Allí, más que perseguir la identidad del violín de Lev, quiso remontarse a las raíces de su historia. Empezó así una labor de documentación que ha durado cuatro años. “Fue un extraño y excitante periodo, tiempo de aprender sobre violines, sobre cómo los fabricaban, su lugar en la historia de Italia, la música que tocaban y el impacto político, económico y cultural que tuvieron a través de los siglos”, recuerda.
La escritora cuenta sobre el terreno cómo esta pequeña ciudad del norte de Italia acabó siendo la cuna de los violines más codiciados del mundo. “Me he convertido en una biógrafa en bicicleta de la familia de los violines. He estudiado hasta el último detalle de su linaje”, asegura en el libro. ¿Qué fue lo que más le sorprendió? Descubrir que en los polvorientos talleres de Cremona sigue vigente un sistema que tiene más de 450 años: “Nunca olvidaré la escuela de lutería, donde todavía se hacen con el método que usaba Andrea Amati a mediados del siglo XVI. Fue un honor pasar tiempo con estudiantes que se dedican por entero a adquirir esas habilidades”.
Con la excusa de conocer quién fue en realidad el violín de Lev [¿nació en uno de esos talleres que ahora ella visitaba?, ¿tocó en una orquesta eclesiástica o en la corte de algún pequeño Estado?, ¿especularon con él?] Attlee desenmaraña en cada capítulo un detalle sobre la historia de los violines y acaba consiguiendo una completísima madeja sin un solo hilo suelto. Narra la historia de las grandes dinastías de lutieres (Amati, Guarneri, Stradivarius). Viaja a los valles de Primiero y Fiemme, al norte de Italia, donde crecieron los árboles que dieron vida a esos instrumentos. Describe incluso el vocabulario especializado en gritos y avisos que usaban los trabajadores en el bosque para comunicarse a grandes distancias. Cuenta cómo la madera pasaba de aquí a los ríos y cómo desde el Po llegaba a manos de los lutieres. Pero no se estanca en el proceso de construcción, sino que también explica el posterior negocio que tejieron coleccionistas y especuladores y hasta los periplos de estos viejos violines italianos en la Alemania nazi.
Sin revelar más de lo debido, porque el libro ofrece un giro final, Attlee acaba en Rusia. “Uno de los muchos viajes que hice fue a Rostov del Don, al sur del país, donde el propio Lev [el anterior propietario] solía tocar en una banda nupcial armenia. Nunca antes había estado en Rusia y fue fascinante. Conocí a algunos de los músicos que habían tocado con él y todavía recordaban el sonido que hacía con su extraordinario violín”, dice la escritora. Confiesa también que no ha sido un libro fácil de escribir: “La historia que me dispuse a contar sufrió cambios radicales según avanzaba mi investigación. Al principio tomé lo que me habían contado sobre los orígenes de este violín al pie de la letra, y pasó mucho tiempo antes de que me decidiera a someterlo a las pruebas que revelarían la verdad”.
El libro le ha costado cuatro años de investigación y escritura. Ella ha cambiado en ese proceso. De música clásica, confiesa, sabía bien poco. “Cuando comencé a investigar su historia, llené mis días con música de Corelli, Monteverdi, Sammartini y Tartini. Con el tiempo, comencé a involucrarme y absorberme en la música de formas que nunca antes había experimentado. Era casi como si se estuvieran formando nuevas sinapsis en mi cerebro. Esta nueva relación con la música ha sido increíblemente emocionante y nunca hubiera sucedido sin el violín de Lev”, cuenta ahora.
La historia del instrumento que la engatusó tampoco ha terminado. Después de publicar el libro, Attlee puso en marcha un micromecenazgo: “Gracias a la generosidad de mucha, mucha gente conseguimos 10.000 libras (unos 11.600 euros) y el violín fue restaurado en Londres por Anette Fajardo. Ahora empezará un capítulo completamente nuevo en su vida, cuando se entregará en préstamo a estudiantes y personas con proyectos particularmente adecuados a su extraordinaria voz”. La escritora también ha recibido ofertas de personas interesadas en comprarlo, pero las ha rechazado. “Nunca ha sido mío y sé que no está a la venta y nunca lo estará”.
Ficha
Título: El violín de Lev. Una aventura italiana
Autor: Helena Attlee
Traducción: María Belmonte
Editorial: Acantilado
Babelia
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