Walter Hill cabalga con el wéstern ‘El cazador de recompensas’ hacia el ocaso
El mítico cineasta de los años ochenta, gracias a ‘Límite: 48 horas’, ‘Forajidos de leyenda’ o ‘The Warriors’, ha defendido siempre el cine de acción como una forma pura de arte fílmico
Las películas de acción son la forma más pura del arte cinematográfico. Durante años, Walter Hill (Long Beach, California, 80 años) ha repetido este mantra en cada entrevista. Es difícil llevarle la contraria a quien aúna el talento de un director de acción, la fogosidad de un guionista de wésterns —su género favorito—, la sapiencia de un trabajador de la industria con experiencia de más de medio siglo y la reflexión de un cinéfilo profundamente conocedor de la materia. Hill, el director de Límite: 48 años, Calles de fuego, The Warriors: los amos de la noche; uno de los urdidores de la saga Alien, parece cabalgar hacia el crepúsculo. El estreno el próximo viernes de El cazador de recompensas (Dead for a Dollar) parece el cierre de una carrera: Hill tendrá pocas posibilidades más de liderar un largometraje. Aunque en una entrevista con EL PAÍS confesaba: “No añoro el pasado. Nunca he vuelto a ver mis películas, no me interesa echar la vista atrás”. El cineasta deja a sus espaldas una filmografía que alegra a los espectadores de varias generaciones.
Hill siempre se ha mantenido fiel a sus gustos. Sobre su sentencia a favor de un género tan denostado, explicaba hace dos meses en una entrevista en el British Film Institute: “Lo digo porque esos filmes poseen las narrativas más claras. Eso no significa que no sean moralmente complejos. Pero en el aspecto físico, ¿qué diferencia las películas de las novelas, las obras de teatro o de otras gráficas? Nuestra habilidad para retratar el movimiento en términos narrativos y para dar sentido a esa acción, a lo que la gente esté haciendo”. Desde que comenzó como segundo ayudante de dirección de El caso de Thomas Crown (1968) y como responsable de la seguridad en el rodaje de Bullit (1968) —tenía pánico a que algún espontáneo se colara durante las dos semanas de la filmación de la persecución principal y sufriera un accidente mortal—, pasando por su trabajo como motor de la saga Alien, a su triunfo como director en los ochenta, Hill se ha movido como un profesional de la acción. Y como un apasionado del wéstern: ha dirigido al menos uno por década, a excepción de la de 2010. “Nunca he hecho una buddy movie (película de colegas). Al menos de forma consciente. Siempre he dirigido wésterns o he colado fundamentos del wéstern y del género noir en películas modernas, porque permite un protagonista, un antagonista y una confrontación”.
El cazador de recompensas le ha permitido cruzar confrontaciones entre un cazarrecompensas (Christoph Waltz), un expresidiario que desea vengarse de su captura (Willem Dafoe) y un terrateniente mexicano (Benjamin Bratt), con una historia de amor interracial de fondo. En su promoción, Hill reflexionaba: “El público internacional recibe mejor los wésterns, principalmente por la popularidad de los spaghetti westerns en los setenta. En Estados Unidos hay un apetito mayor por el género de lo que la gente cree, aunque es entre la gente mayor como yo. Por eso no logran grandes taquillas, pero funcionan en series de televisión y plataformas”.
La película está dedicada a un maestro, Budd Boetticher, al que Hill conoció tras el estreno de su Gerónimo, una leyenda (1993). Se hicieron amigos, y en la mesa de montaje de El cazador de recompensas el cineasta pensó que a Boetticher le hubiera gustado: la había hecho a su manera, en 25 días y con un presupuesto ínfimo. “Cuando hablamos de carreras, hay dos tipos de directores. Un grupo cuya genialidad es inimitable. Como Luis Buñuel, uno de mis favoritos. O Jean Vigo. Creadores de un mundo propio. Y otros como Kurosawa o John Ford, cuya obra influye a realizadores de todo el mundo. La influencia de Sergio Leone es mayor que la de cualquier otro cineasta italiano. O [William] Friedkin con The French Connection, cuya apuesta estilística fue seguida por mucha gente, como mi amigo Michael Mann, que, consciente o no, va tras sus pasos”.
En sus inicios, Hill era más apreciado como guionista. Trabajó como su abuelo en pozos petrolíferos y estudió arte en Ciudad de México antes de ser asistente de directores como Peter Yates, Norman Jewison o Woody Allen. Escribió los libretos de La huida y de El rastro de un suave perfume, ambas estrenadas en 1972, una doble carta de presentación que le permitió, tres años más tarde, dirigir El luchador. En los ochenta era una estrella en las estanterías de los videoclubs, tanto por sus títulos —además de los mencionados, The Driver, La presa, Danko, calor rojo; Cruce de caminos o Forajidos de leyenda— como por la legión de imitadores que llenaban de material las baldas de aquellos templos fílmicos. En los noventa aún mostró retazos de su talento en El último hombre (1996), antes de que le echaran del montaje de Supernova (2000) y se estrellase con Invicto (2002). Porque Hill ha sido sustituido tanto como ha sido sustituto de otros directores despedidos: en su último buen trabajo, Una bala en la cabeza (2013), su protagonista, Sylvester Stallone, le llamó para que se incorporara inmediatamente al rodaje.
Hill ha escrito para otros (John Huston, Bogdanovich, Stuart Rosenberg), ha dirigido guiones de otros y llevó a buen puerto un proyecto como Alien, un libreto que reescribió para Robert Aldrich, que fue quien advirtió de la importancia de la imagen de la criatura en el proyecto (aunque en su caso, propuso usar un orangután afeitado). Pero Aldrich se negó a rodar fuera de EE UU, Fox había alquilado el estudio británico Pinewood y el coguionista de Hill, David Giler, vio en el festival de Cannes de 1977 Los duelistas, del debutante Ridley Scott. “Pensamos que Ridley rodaba bien, que había hecho un buen uso del sonido y que, al ser su segundo largo, podríamos manipularle y no tocaría el guion. Pero lo hizo”, recordaba Hill hace poco.
En su futuro profesional sí entra la escritura de guiones, y se escuda en su condición física para sus pocas ganas de volver a dirigir. “Siempre habrá películas”, aseguraba en EE UU en otoño, al estrenar El cazador de recompensas. “Solo tienen 125 años, y en este tiempo repleto de evoluciones hemos descubierto que todo artista tiene su propio estilo y cada estilo es correcto. No hay maneras buenas o malas. Cada película tiene su verdad, y el efecto de cada director y de cada reparto es profundamente distinto. ¿En qué formato las veremos? Ni idea. Solo sé una cosa sobre el futuro: que el ser humano querrá más historias y que alguien las querrá contar”.
Babelia
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