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Guionistas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿El guionista es la estrella?

Es dudoso que el público conozca los nombres de esa gente cuya imaginación se dedica a parir historias para alimentar películas, series y programas de televisión

I. A. L. Diamond y Billy Wilder, en Nueva York en 1962, a la vuelta de un viaje a París donde habían buscado localizaciones para 'Irma la dulce'.
I. A. L. Diamond y Billy Wilder, en Nueva York en 1962, a la vuelta de un viaje a París donde habían buscado localizaciones para 'Irma la dulce'.Bettmann (Bettmann Archive/Getty Images)
Carlos Boyero

Es dudoso o impensable que el gran público conozca los nombres de esa gente cuya imaginación se dedica a parir historias para alimentar películas, series y programas de televisión. Su nombre pasa rápido en los títulos de crédito. Incluso, en el pasado, alguno con currículo tan largo y notable como Dalton Trumbo, estigmatizado por los cazadores de brujos y brujas, tuvo que firmar sus guiones con nombres ficticios o de otras personas. No existe el gran cine cuyo origen fueran malos guiones, pero sí existen directores que no estuvieron a la altura de las historias que narraban.

Hollywood, las series y las televisiones de Estados Unidos están al borde del infarto por la huelga que han montado los guionistas. En nombre, como casi todas las huelgas, de algo tan humano y transparente, aunque se pueda disfrazar, del ¿qué hay de lo mío? O sea, de la imprescindible pasta. Se supone que los productores están ganando montañas de dinero en la industria del entretenimiento, con una clientela inmensa y enganchada a consumir imágenes no solo en las deprimidas salas de cine, sino en sus propias casas, en sus teléfonos, en sus ordenadores. Y los que se inventan esos argumentos pretenden lógicamente acceder a un pedazo más grande de la tarta. Lo conseguirán. Los espectadores exigen que la maquinaria siga funcionando, que les proporcione sagrado ocio, entretenimiento. Y este es masivo, aunque las películas y las series paridas en Estados Unidos (en otros sitios también) atraviesen una crisis excesivamente larga, que encontrar obras maestras o esa cosa llamada calidad suponga un milagro. Pero la droga sigue poseyendo un inagotable mercado, aunque las adictivas sustancias vengan adulteradas, repitan temáticas y personajes con desvergüenza y mediocridad. Lo único que importa es que el mercado esté abastecido a todas horas.

Si repasas la historia del cine, tan memorable en algunas épocas, descubres que directores geniales nunca firmaron como guionistas. La idea y el argumento se les habían ocurrido a otras personas y no se sabe si los directores reescribieron, añadieron o talaron el texto que habían recibido, pero está claro que lo hicieron suyo, imprimieron su reconocible y maravilloso estilo, lo integraron en su universo. Ocurre con el buceador más profundo de la oscuridad, un tal Hitchcock. Con el aroma poético y la épica que inundan el cine de John Ford. La inmensa energía y la solidez en todo tipo de géneros que caracterizan a Howard Hawks. La gracia, la inteligencia, la sutileza, la elegancia que impregnan el cine de Lubitsch. Y existen guionistas extraordinarios que filmaron sus propias historias y también lo hicieron en compañía de otros escritores, logrando una sintonía perfecta. Es el caso de Billy Wilder y sus sucesivos socios Charles Brackett e I. A. L. Diamond. Joseph L. Mankiewicz, el mitológico creador de Eva al desnudo, también inventó guiones en soledad o en compañía de otros.

Dalton Trumbo, en su oficina habitual, su bañera, con un cigarrillo y un café.
Dalton Trumbo, en su oficina habitual, su bañera, con un cigarrillo y un café.

Hollywood también presumía de haber fichado a unos cuantos escritores geniales para que escribieran películas. Los contratos debían ser suculentos para estos magos de la palabra escrita, nombres gloriosos como William Faulkner, F. Scott Fitzgerald y Raymond Chandler, entre otros. Lo que no está claro es si respetaron sus guiones, cuánto quedó de ellos o si estaban capacitados para que su escritura se adaptara al cine. No sé cuánto va a durar la huelga de guionistas, aunque imagino que muy poco. Ojalá que sirva para renovarles el talento, aunque lo único que les exijan los dueños del negocio es que no paren de currar repitiendo fórmulas de confirmado éxito. Mientras tanto, voy a releer por cuarta o quinta vez el tan divertido como cáustico libro Las aventuras de un guionista en Hollywood, del impagable William Goldman. También Historias de Pat Hobby, en el que Fitzgerald convirtió en tragicomedia su fracasada experiencia en Hollywood. Fitzgerald, siempre con ansia de amor (así tituló alguien su biografía) no solo era lírico, hipersensible, cronista del derrumbe. También podía reírse de sí mismo y hacernos reír a sus lectores.

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