Sílvia Munt: “En los setenta te jugabas acabar en la cárcel por abortar, pero incluso hoy se lleva en silencio”
La directora ilustra en ‘Las buenas compañías’ la influencia del juicio a las Once de Basauri, un grupo de mujeres acusadas de abortos clandestinos en 1976, que alentó las protestas y la lucha por un destino mejor de las jóvenes de Euskadi
Todavía quedan caras b de la historia de la Transición. En el País Vasco no todo fue ETA, terrorismo y conflictos laborales en los setenta. El feminismo español no nació en siglo XXI. Este cóctel se resume en Las buenas compañías, que se estrena este viernes, con la que Sílvia Munt (Barcelona, 66 años) da luz como directora a uno de esos acontecimientos sepultados por la narrativa dominante: el drama de las Once de Basauri, un grupo de mujeres de entre 33 y 46 años que fueron acusadas de abortos ilegales en un proceso judicial iniciado en 1976. En concreto, ocho fueron inculpadas de haberse sometido a uno; la novena, de haberlo intentado (era la única soltera y acabó siendo madre), y una madre y su hija, de haber realizado esas interrupciones del embarazo.
Un total de 1.357 mujeres, muchas de ellas artistas e intelectuales, se solidarizaron con ellas firmando un documento en el que aseguraban que también habían abortado. Mientras, las acusadas, todas de clase obrera, todas sin posibilidades económicas de salir adelante con otro hijo más, acabaron ante un juez, tras numerosos retrasos, en 1982. La Audiencia de Bilbao absolvió a nueve, y condenó a la abortera y a un hombre acusado de inducir a una mujer (que se dio a la fuga en 1976) a la interrupción del embarazo. Como recuerda Munt, “como no había pruebas de que estuvieran embarazadas antes de los abortos, le llamaron delito imposible y seis de las encausadas fueron absueltas”. El Supremo, en cambio, no lo vio así, y después del recurso del fiscal, absolvió a cuatro y condenó a multas y a pena de cárcel al resto. Se acogieron a la amnistía de 1977 y por eso no pisaron la cárcel. En mayo de 1985, justo cuando se estaba tramitando la primera ley del aborto, el Constitucional ratificó la sentencia del Supremo.
Y llegó el manto de silencio, el olvido de la Historia. De vez en cuando aquel hecho ha sido recordado por los medios de comunicación, pero el audiovisual se ha centrado más en contar aquellos tiempos en el País Vasco a través del relato de los años de plomo. O de la droga, o de la terrible reconversión industrial. Hasta que a Munt le llegó el encargo en forma de guion de Jorge Gil. Y tras su exitoso paso por los festivales de Málaga y BCN Sant Jordi (donde se realiza la entrevista), Las buenas compañías llega a las salas centrada no en esas once de Basauri, sino en cómo viven esos meses de 1976 dos adolescentes y sus familias, cómo era aquel violento Euskadi en donde “había ráfagas de ilusión como las de estas chicas, que creen en cambiar el mundo”, dice Munt.
La doble ganadora del Goya (como actriz por Alas de mariposa y como directora del cortometraje documental Lalia) explica sobre esta desmemoria: “A veces aceptamos como normales cosas que en el fondo no lo son”. Munt tenía la edad de sus protagonistas en aquel momento, así que a través de ellas ha plasmado sus sentimientos, su dolor. La directora de teatro y cine aceptó este proyecto frente a otros dos porque sintió el eco de su juventud. “Yo también era hija de padres separados. Yo también tenía una madre a la que quería muchísimo y a la que no quería parecerme en nada. Pasaban muchas cosas que han quedado ocultas... Y que en 40 años lo más que hemos logrado es que salgan a la luz, no que no dejen de ocurrir. Así que homenajear a aquella juventud que daba pasos agarrándose adonde podía me parecía obligatorio”, confiesa. “Ahora no nos acordamos, pero entonces todo era pecado y secreto, culpabilidad eterna para la mujer. Todas lo sufrimos. Hasta mi madre... Murió justo antes de rodar Las buenas compañías y tenía muy metido en su interior esa sensación de soledad, de navegar contra la sociedad”.
Para Munt, “dirigir da libertad creativa”, algo que como actriz no encontraba. “Por eso me volqué en esa faceta, por eso y porque sentía que había sentimientos que quería plasmar. Y por eso compagino teatro, documentales y cine de ficción”, asegura. “Hacer películas de ficción cuesta mucho. El dinero lastra, y a mí se me han caído largos por la negativa de directivos de televisiones, proyectos que acabé reconvirtiendo en documentales”.
Viaje a Londres a abortar
En cuanto al aborto, Sílvia Munt se sabe privilegiada, porque en su caso pudo ir a Londres, apoyada por quien entonces era su pareja: “Con todo, en aquellos años esas acciones se hacían sin comentar a nadie, menos con la familia. Fue duro... Diría que incluso hoy se lleva en silencio. Pero es que en aquellos años setenta te jugabas acabar en la cárcel. Ese silencio no solo se concretaba en el aborto, sino que abarcaba tu sexualidad y sobre qué preferías, tu ideología y tus creencias... A nuestras madres les habían enseñado a callar. Y a nosotras nos movía la rabia”.
¿Qué falsa imagen queda de la Transición? “Que fue cosa solo de hombres. Y, por ejemplo, este grupo de luchadoras hizo mucho. O nos hemos olvidado de quienes alfabetizaron a otras mujeres, a quienes bregaron por la autorización de la píldora anticonceptiva. No salen ni en los libros de izquierdas”. De paso, Munt subraya: “En el machismo del día a día, no hay grandes diferencias entre izquierdas y derechas. Lo he vivido ahora al charlar con líderes de la época para la reconstrucción histórica del filme, y me respondían: ‘Esto, pregúntales a las chicas’. En fin. Cuando dicen eso de que entonces había más libertad, es mentira. Lo que ocurre es que la libertad llegó de golpe y la vivimos a borbotones. Eso sí, gritábamos mucho más”. En su investigación, Munt habló con las mujeres que entonces se manifestaron por el País Vasco en apoyo de las Once de Basauri: “Todas eran chicas, pero me recalcaban que apoyaban a mujeres de todas las edades”. Y que se movieron por un grito de guerra: ¡A por Levi’s! “La compra de vaqueros era la excusa habitual para cruzar la frontera con Francia, donde también se realizaban abortos clandestinos”.
Aquella lucha en favor del aborto puede encontrar un eco en una reflexión que sacude la España de 2023: ¿a quién pertenece el cuerpo de una mujer, quién legisla sobre él? Porque como arma arrojadiza entre bandos se habla de vientres de alquiler, prostitución, dificultad para interrumpir embarazos en según qué comunidades... “Estamos debatiendo sobre cosas a las que no se puede responder sí o no. Yo defiendo que la vida de las mujeres solo les pertenece a las mujeres. Y cada una hace con su cuerpo lo que quiera. Pero cuando en el debate entra que haces lo que deseas con el cuerpo de otra mujer... Yo, en mi caso, jamás estaré de acuerdo. Cada una posee su propia moralidad. Sin embargo, cuando por medio entra el dinero, me hallarás en contra. ¿Sabes qué somos como seres humanos? Vasos comunicantes, y si lo olvidamos...”.
Con todo, con desgarros como las violaciones en grupo o los asesinatos por violencia machista, Munt se siente optimista ante el futuro: “Hay cambios. La víctima sigue siéndolo, aunque ahora, al menos, se la escucha. Y sabe que es víctima. Hace medio siglo, ni eso... Solo eras dolor y silencio a tu alrededor. Mientras el hombre no digiera el empacho que ha tenido por sentirse el centro del mundo, mientras no asuma que esto no es así, seguirá nuestro sufrimiento”.
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