Ramón Masats, fotógrafo: “Me gustaría que mi archivo fuera al Museo Reina Sofía, aunque creo que no les interesa mucho la fotografía”
Cumplidos los 92 años y con una exposición en Madrid que muestra sus imágenes clásicas en blanco y negro y sorpresas en color, el premio Nacional en 2004 es el último de la generación dorada que renovó la fotografía española
Ramón Masats espera la entrevista fumando uno de sus habituales puritos, al sol de la terraza de su casa en Madrid. Nacido en Caldes de Montbui (Barcelona) en 1931, acaba de cumplir 92 años y es el superviviente de la generación dorada de la fotografía en España, la que en los años cincuenta del pasado siglo renovó esta disciplina desde una mirada en blanco y negro, neorrealista, con la que retrataron su época. Masats expone en la Galería Blanca Berlín, de Madrid, hasta el 20 de mayo, 37 fotografías: en blanco y negro, incluidas sus clásicas, y en color, con varias casi desconocidas. “Parece que mis fotos siguen gustando”, dice con su consabida ironía, la que hay en tantas de sus imágenes. En su trayectoria destacan tres libros: Neutral Corner (1962), sobre un gimnasio de boxeadores en Madrid, con textos de Ignacio Aldecoa, para la colección Palabra e Imagen, que había lanzado Lumen; Los Sanfermines (1963) y Viejas historias de Castilla la Vieja (1964), de esa misma serie pero esta vez con Miguel Delibes. Premio Nacional en 2004, es autor de iconos visuales de la segunda mitad del siglo XX español, como la imagen titulada Seminario de Madrid (1960), la del seminarista con sotana que vuela en horizontal para intentar detener un remate a gol, casi una síntesis de aquella sociedad. Una fotografía que adquirió el MoMA. Hoy pueden verse fotos suyas en el Museo Reina Sofía o el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, entre otros.
Por suerte para la fotografía, Masats no quiso ser el hereu en su familia, el llamado a ocuparse del puesto de bacalao que tenían en el mercado del Born (Barcelona). Prefirió el olor de los químicos del revelado. Los Sanfermines fueron su bautismo como fotógrafo, lo contrataron para documentar rodajes de películas, como El Cid (1961), en el que retrató a Charlton Heston quitándose el atuendo de caballero para darse un chapuzón en la playa. A partir de los sesenta dirigió series y documentales, regresó a la fotografía en los ochenta, pero más en color, con libros que mostraban un país distinto. Pese a que colgó las cámaras en 2007, se han sucedido sus exposiciones, reconocimiento a una obra que “posee el distintivo de maestro”, como dijo Caballero Bonald.
Pregunta. En su exposición hay una foto inédita. ¿Sigue revisando material?
Respuesta. Estoy mirando con mi hija mi trabajo en diapositiva en color, y le voy indicando, esta sí, esta no... Cuando veo mis fotos, pienso: “No era mal fotógrafo, eh… ni humilde tampoco... [risas]. Esa foto es de un pie desnudo de un nazareno en una procesión. La encontré y me dije: “¡Coño!, ¿cómo se me había pasado esto?”. Luego, cuando tuve la copia en papel, le dije: “Bienvenida, estás admitida”.
P. ¿Qué le gustaría que, con el tiempo, pase con todo su archivo?
R. Lo tengo claro, por desear, que fuera al Museo Reina Sofía, aunque creo que no les interesa mucho la fotografía, quizás porque es un arte menor. Yo no rechazo que los fotógrafos puedan ser artistas, pero yo he sido más bien un artesano.
P. ¿Por qué quiso ser fotógrafo y profesional desde el principio?
R. Sucedió así y nunca me he arrepentido. Yo había empezado con las típicas fotos a la familia. Luego fui amateur en la sección de Fotografía del Casino de Comercio de Tarrasa (Barcelona). Allí hice la foto de la vaca…
P. ¿Una vaca?
R. Había un concurso de fotografía de animales y yo hice un primer plano del lomo de la vaca, un trozo de la piel. Se montó un revuelo porque decían que eso no era una foto de un animal.
P. ¿En qué momento se dijo ya soy fotógrafo?
R. Cuando fui a los Sanfermines [la primera vez en 1956]: “Esto es lo tuyo”. En 1957, en noviembre, vine a Madrid ya para colaborar en Gaceta ilustrada [la mejor revista gráfica del momento].
P. ¿En qué ha consistido el estilo Masats, ese ojo que casi nadie ha tenido?
R. Ha sido intentar hacer cosas diferentes, la verdad es que yo tampoco sé muy bien en qué consiste. Yo fotografiaba los tópicos porque me interesaban, pero procuraba no hacerlo de la forma habitual.
P. Pero sí sabía cuándo había hecho una foto buena.
R. Era por intuición, yo sabía si había hecho una buena foto. Alguna vez podía pasar que dijera: tendría que haberlo hecho mejor. Pero casi siempre que llegaba a casa y decía que había hecho buenas fotos, al revelarlas era verdad.
P. ¿Cómo se movía un fotógrafo entre la gente en la España de los cincuenta y sesenta?
R. Siempre tuve una forma de acercarme en la que me gustaba que vieran que había un fotógrafo, pero sin llamar la atención, siendo discreto. Entonces a la gente le hacía gracia que le hicieran fotos. Tengo algunas en las que se nota que me han visto y se ponen contentos… Hoy es más complicado, “¿por qué me hace una foto?”. Las personas son más propietarias de su imagen.
P. Estuvo tomando fotos en el rodaje de una película como Viridiana, en marzo de 1961, gracias a su amigo Carlos Saura.
R. A Luis Buñuel no le gustaba mucho que hubiera un fotógrafo por allí, pero no me dijo nada, él iba a su aire y bastante tenía con lo suyo. No se metió conmigo y pude hacer el reportaje. Él era muy amable con la gente del rodaje.
P. Uno de sus libros fundamentales es el que hizo para los textos de Delibes de Viejas historias de Castilla La Vieja.
R. Íbamos en coche, él conducía y me iba enseñando lo que era su entorno, Castilla. Para mí era nuevo porque no había estado nunca en esos sitios y veía a gente de pueblo, que eran muy amables. Delibes era muy buena gente, llevaba una escopeta y, a veces, cuando veía un pájaro pegaba un tiro, ¡yo me echaba para atrás!
P. Poco después usted tuvo su propio coche, un 600.
R. Fue gracias al fotógrafo [José] Ortiz Echagüe, que era director de la Seat. Entonces había que esperar meses para tenerlo. Yo casi no conocía a Ortiz Echagüe, me gustaba, en su estilo [el pictorialismo], pero me gustaba. Como los dos estábamos en la Real Sociedad Fotográfica de Madrid, le escribí una carta diciéndole que necesitaba un coche para mi trabajo... Tardaron muy poco en dármelo.
P. Lo que sí conocía eran los andurriales de Madrid gracias a las reuniones del grupo de fotógrafos que usted bautizó como La Palangana, a finales de los cincuenta (junto a Masats, Francisco Ontañón, Paco Gómez, Gabriel Cualladó, Leonardo Cantero, Joaquín Rubio-Camín...).
R. Quedábamos los domingos para tomar unos vinos y después nos íbamos cada uno por su lado a hacer fotos. Luego nos contábamos lo que habíamos hecho. Era fácil que dos pasásemos por el mismo sitio e hiciéramos una foto, como sucedió con una casi igual de una fachada de una casa que se ve la ventana, la teníamos Paco Gómez y yo.
P. Retrató a Franco en el Pardo, un encargo de la Caja de Ahorros de Huelva.
R. Sí, lo puse cerca de una ventana y yo iba tomando la luz según había sol o sombra. Él me preguntó: “¿Qué hace usted?”. Y yo le contesté que estaba mirando la luz. Me dice: “Usted haga las fotos y yo le voy avisando”. Y así me decía: ¡Que viene el sol!, y yo ponía el diafragma de sol; ¡ahora viene la nube!, y yo ponía el diafragma más abierto...
P. A mediados de los sesenta se pasó a la televisión y al cine, ¿por qué?
R. Me gustaba por ser un lenguaje nuevo. Dirigí una película, Topical Spanish (1970) [sobre un joven que deja el seminario para meterse en un grupo de pop], con guion de Chumy Chúmez, que era un tipo muy divertido. Tengo una foto de ese rodaje ahí… [Masats señala una en la que se le ve a él en una esquina y en otra a una gallina]. Es que la gallina tenía que pasar por ahí y yo la llamaba, ¡pitas, pitas! Persistí y pasó.
P. Al año siguiente dirigió el documental Insular, para Televisión Española, un festín visual, mudo, sobre los colores y formas de Lanzarote, con música de Luis de Pablo.
R. Sí, Adolfo Suárez, que era el director de TVE, nos dijo al director de La 2 y a mí: “Como hagáis otra mariconada como esta, no volváis por aquí”.
P. Cuando regresó a la fotografía, en 1981, con varios libros para la editorial Lunwerg, sus imágenes se volvieron más abstractas, geométricas.
R. Fue una evolución, es que soy un arquitecto frustrado... pero tampoco me ha ido mal. Son fotos que conectan con las primeras que hice en Tarrasa, ya me interesaba menos sacar a las personas.
P. ¿Qué ha sido la fotografía para Ramón Masats?
R. Un amor, me gustó mucho hasta que lo dejé o la salud me hizo dejarlo. Mi último libro fue en color sobre Cuenca [de 2007]. Estaba cansado y me decía: “Voy a dejar de hacer fotos porque como siga mirando a la cámara y no al suelo me voy a dar una hostia”.
Babelia
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