Jessye Norman prohibida: tres discos recopilan grabaciones que la diva rechazó publicar
Universal edita inéditos que la legendaria cantante de ópera estadounidense no quiso que salieran a la luz y que incluyen una extensa selección de ‘Tristán e Isolda’, de Wagner
La soprano estadounidense Jessye Norman (Augusta 1945-Nueva York, 2019) no debía de ser nada fácil en el estudio de grabación. Sus exigencias retrasaron importantes lanzamientos en Deutsche Grammophon como su registro con Pierre Boulez de El castillo de Barbazul, de Béla Bartók. Y esa legendaria intransigencia generó rumores acerca de discos que realizó y después no aceptó publicar, como una supuesta Elektra, de Richard Strauss, con Claudio Abbado y la Filarmónica de Viena.
Esa grabación de Elektra jamás existió, tal como aclara ahora Cyrus Meher-Homji, en Jessye Norman: The Unreleased Masters. Pero el vicepresidente de clásica y jazz de Universal Music Australia ha revelado otros inéditos de la diva en este triple CD que llegó ayer, viernes, a las tiendas y plataformas. El lanzamiento se abre con una grabación inacabada de Tristán e Isolda, de Wagner, que la cantante no quiso terminar y rechazó publicar. Y esa decisión reabre la polémica sobre el control del legado póstumo de un artista en manos de sus herederos.
Norman siempre consideró la Isolda wagneriana como una “fruta prohibida”. Había cantado el segundo acto de la ópera en 1981, en un concierto del festival de Tanglewood, con el mítico Tristán de Jon Vickers. Pero su interpretación se oponía al legendario modelo de Birgit Nilsson, según el crítico John Rockwell en The New York Times: una cantante inmensa pero con un registro superior, dulce y cálido, más proclive a las expresiones líricas que a los alardes dramáticos. Esa opinión coincide con el famoso oxímoron de Jens Malte Fischer, en su libro clásico Grosse Stimmen: Von Enrico Caruso bis Jessye Norman (Grandes voces: de Enrico Caruso a Jessye Norman): “Una soprano gigantesca de metal aterciopelado”.
Entre el 19 de marzo y el 1 de abril de 1998, la cantante grabó una amplia selección de Tristán e Isolda, en Leipzig, con la Gewandhaus y Kurt Masur. La orquesta alemana no pasaba por su mejor momento, tras haber quedado a la deriva y sin director titular. Y la relación de Masur con Norman tampoco era buena. La diva se enfrentó a sus fantasmas en la narración y la maldición de Isolda, del primer acto, para las que hizo múltiples tomas, según recuerda el ingeniero de sonido Wolf-Dieter Karwatky. Pero no conectó mucho con la mezzo alemana Hanna Schwarz, como Brangania, en el primer acto. Y todavía menos con el pobre e impersonal Tristán del tenor Thomas Moser, en el segundo.
La grabación incluye la curiosa participación de un joven Ian Bostridge como marinero. Sin embargo, la tensión y los desencuentros entre Masur y Norman fueron creciendo con el paso de los días. Al final, se optó por añadir el Liebestod (Muerte de amor), que era toda una especialidad de la diva, tras haberlo cantado y grabado con Colin Davis (Philips), Klaus Tennstedt (EMI/Warner Classics) y Herbert von Karajan (DG). Pero los resultados tampoco fueron satisfactorios. Poco después, el productor Cord Garben presentó a Norman una edición de 66 minutos para editar en un CD y la diva se negó a dar su aprobación.
¿Tiene sentido publicar ahora esta infructuosa grabación? Fue una cantante única y con una nutrida fonografía que incluye hitos como contralto (la Rapsodia de Brahms con Riccardo Muti, en Philips), como mezzo (su Yocasta en Edipo rey, de Stravinski, con Colin Davis, en Orfeo), como soprano lírica (su famosa grabación de los Cuatro últimos Lieder, de Strauss, con Masur en Leipzig) y hasta como soprano dramática (su asombrosa versión de Erwartung, de Schönberg, con James Levine, en Philips). La respuesta a la pregunta apareció hace pocos días, en The New York Times, donde el hermano de la diva, James Norman, aseguraba que este lanzamiento ayudará a sus intereses filantrópicos, como la escuela de artes para niños desfavorecidos que lleva su nombre en su Augusta natal.
En realidad, los otros dos discos del set son mucho más interesantes. El segundo fue grabado, entre 1989 y 1992, con la Filarmónica de Berlín y James Levine. Incluye su mejor interpretación de la orquestación de Felix Mottl de los Wesendonck Lieder, de Wagner, que Norman aceptó publicar. Y se abre con los Cuatro últimos Lieder, de Strauss, donde su voz suena más refinada y con un abrigo orquestal mucho más suntuoso que en su mítica grabación de Leipzig. Pero la diva detectó en una de las canciones un pasaje que no le convenció y paralizó la edición de todo el disco, según recuerda Costa Pilavachi, antiguo responsable de A&R de Philips.
El tercer disco es un viejo proyecto ideado por la propia Norman con la Sinfónica de Boston y Seiji Ozawa, en 1994. Se trataba de combinar tres cantatas y escenas líricas relacionadas con reinas de la Antigüedad, como Berenice, Cleopatra y Fedra, en obras de Franz Joseph Haydn, Héctor Berlioz y Benjamin Britten. Una muestra asombrosa de su versatilidad como cantante en tres épocas, estilos e idiomas diferentes. Tanto Scena di Berenice, de Haydn, como Phaedra, de Britten, son nuevas en su discografía, y ambos registros fueron aceptados por la cantante. El problema vino con la difusa toma sonora de la orquesta en La mort de Cléopâtre, de Héctor Berlioz. Eso se ha corregido ahora con una excelente remasterización que envuelve mejor a la cantante. Norman ya había realizado una magnífica grabación de esta obra, en 1981, bajo la dirección de Daniel Barenboim. Trece años después su voz ha perdido frescura y ganado dramatismo. Y la orquesta aporta detalles aterradores, como ese intenso latido de los contrabajos, en el recitativo misurato final, mientras la protagonista abandona este mundo sin perder un ápice de dignidad.
Hoy se puede conocer con bastante precisión el alcance del legado de Norman, pues todos sus documentos se encuentran disponibles en la Biblioteca del Congreso de Washington, en los llamados Jessye Norman Papers. Unos 67.000 ítems entre cartas, contratos, programas, partituras, fotografías y grabaciones, donde se incluyen copias de los masters ahora publicados por Universal. Pero hay más y cualquier edición de su legado póstumo debería someterse a una evaluación crítica que ni la compañía discográfica ni los herederos de la cantante están dispuestos a realizar. Se verá lo que tardan en aparecer en el mercado otros registros frustrados, como su irregular filmación de Viaje de invierno, de Schubert, de 2001, escenificada por Robert Wilson y con vestuario de Yves Saint-Laurent.
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