Rihanna: la madre de todos los espectáculos de medio tiempo de la Super Bowl
La cantante triunfó en su esperado regreso a los escenarios durante el descanso de la final deportiva, que aprovechó para anunciar al mundo su segundo embarazo
Para superar el rito de paso de la estrella de pop global contemporánea ―llenar el puñado de minutos del intermedio de la Super Bowl― hay artistas que llaman a un montón de amigos para no sentirse solos (Dr. Dre, 2022), se mueven sin parar (Shakira y Jennifer Lopez, 2020) o se cambian tantas veces de ropa que uno ya ni sabe (Katy Perry, 2015). Rihanna, no. Rihanna prefirió este domingo tomárselo con calma en el estadio de Glendale (Arizona) en el que los Kansas City Chiefs derrotaron (38-35) a los Philadelphia Eagles para llevarse su tercer título de la NFL.
Tal vez fuera porque, como se supo después, está embarazada de su segundo hijo con el rapero A$AP Rocky. Su figura y ese gesto de acariciarse el vientre al principio de la actuación desataron un alud de comentarios y especulaciones, no precisamente musicales. Una vez hubo terminado el miniconcierto más seguido del planeta, el representante de la artista confirmó las sospechas. De modo que la cantante no solo hizo historia del fútbol americano; sin abrir la boca, también protagonizó el que tal vez sea el anuncio de embarazo con más espectadores de la historia.
Antes de todo eso, Rihanna, 34 años, había descendido de los cielos subida a una plataforma, vestida con un mono rojo, adornada por un aplomo envidiable y rodeada por decenas de bailarines de punta en blanco que recordaban a un ejército de apicultores. Estos sí sudaron la camiseta repartidos por otros ingenios hidráulicos que bajaron y subieron.
Entonces la estrella echó una de sus miradas felinas a la millonaria audiencia y se lanzó a un impasible homenaje a sí misma.
Cantó, sin la ayuda de sus amigos, un popurrí de sus grandes éxitos. Cayeron 12, convenientemente troceados: entre otros, Rude Boy, Wild Thoughts, Only Girl (In the World), Work o We Found Love, antes de lanzarse a una coda que sonó a prueba de escépticos: All of the Lights (sin Kanye West), Umbrella (sin Jay-Z), la canción que la puso en el mapa hace 16 años, y Diamonds.
Durante los 13 minutos que duró el espectáculo, caminó sin prisa por el escenario móvil como una modelo que ya hubiera conquistado todas las pasarelas. Al final, las poleas la volvieron a subir a los cielos, en la demostración definitiva de que, además de ser una artista dotada de carisma y de una voz capaz de cualquier cosa, se ve que carece por completo de vértigo.
Mostró tanto cuajo y tanto desinterés por estar a la altura de la expectación que su actuación había despertado tras siete años sin publicar un disco y cuatro de no tocar en directo, que acabó triunfando por la vía inversa. Fue como si hubiera decidido jugárselo todo a una sola carta. Esa carta decía: “Hola, soy Rihanna, si no te gusta lo que ves, no es problema mío”. Y gustó, vaya si gustó. El estadio enloqueció una y otra vez, con cada cambio de canción, con cada enarcamiento de ceja, con cada leve movimiento de cadera.
Mientras sus fans la esperaban deshojando la margarita de su nuevo disco, un disco que lleva demasiado tiempo grabando y que amaga con titular R9, la cantante ha ahondado en su faceta de empresaria. Haciendo justicia a ese instinto, comercializó en los días previos al partido una camiseta, de edición limitada, que decía: “Concierto de Rihanna interrumpido por un partido de fútbol americano, por extraño que sea”. Tampoco fue extraño entonces que el único momento de su espectáculo en el que le cambió el gesto fuera para retocarse el maquillaje con uno de los productos de cosmética con los que ha entretenido su tiempo alejada de la música, un tiempo en el que su cuenta corriente no ha dejado de engordar: Forbes valoró en 2021 su fortuna en 1.700 millones de dólares.
Nada de lo que hizo Rihanna sobre el escenario de la Super Bowl, que estrenaba patrocinador, Apple Music, sirvió para explicar su cambio de idea al aceptar participar en un espectáculo que había rechazado en el pasado, por la problemática manera en la que la liga profesional de fútbol estadounidense se ha enfrentado al problema del racismo en Estados Unidos. Tal vez haya contribuido que el año pasado el codiciado intermedio del partido se lo dieran a un grupo de raperos encabezado por Dr. Dre (que, este sí, llamó a todos los colegas que pudo), o quizá tenga algo que ver que por primera vez en la historia los dos quarterbacks en disputa por el titulo, Patrick Mahomes y Jalen Hurts, hayan sido jugadores negros.
Al final, la gloria fue para Mahomes.
Esta semana, preguntaron a Rihanna por qué había cambiado de idea. Aseguró que había llegado “el momento adecuado”. “Si voy a dejar en casa a mi hijo [el primogénito, nacido el año pasado], que sea por algo especial. Era ahora o nunca para mí”, dijo. Y en eso, visto lo visto sobre el escenario de la Super Bowl, seguramente pueda identificarse cualquier madre o padre: cuando la familia aumenta, dejarse ver por ahí se vuelve más complicado.
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