Querido Carlos, querido maestro
Me sorprendió que pensaras que no dejas discípulos. Los dejas. Y muchos. La admiración y la inspiración que despiertas en nuestra generación de cineastas es profunda y honesta. Tu influencia se traslada en nuestras películas en mil formas y direcciones distintas
Qué cruel el ciclo de la vida, no por obvio es menos doloroso. Esperábamos ansiosos tu discurso al aceptar el más que merecido Goya de Honor, y con tu ausencia solo nos queda pensarte, celebrarte y darte las gracias todos juntos. Gracias por todo lo que nos dejas, gracias por hacer crecer el cine español, gracias por inspirarnos con tu arte, gracias por ir siempre por delante. Aunque tú solo mirabas hacia el futuro, aunque te importaba poco lo que los demás pensaran de tu obra, el legado que nos ofreces es de un valor incalculable.
Yo te invocaré a menudo. Te invocaré para que me alientes en la búsqueda de mi libertad creativa. Te invocaré para que me recuerdes que nunca me acomode, que experimente y que me aventure siempre hacia nuevos retos cinematográficos. Te invocaré para hallar lo político en lo más íntimo, y para retratar un país sin gritos ni subrayados. Te invocaré cuando quiera filmar personajes ambiguos, cuando quiera jugar con la música, cuando quiera desafiar los géneros, cuando busque la tensión en lo simbólico y el misterio en lo surreal. Te invocaré, hoy y siempre, porque llevo tu cine dentro.
¡Cuántos momentos memorables nos brindan tus películas, qué amplia es tu representación de España, y qué icónico y penetrante se ha vuelto tu imaginario, tanto el real como el simbólico! Por ejemplo, de Los golfos me quedo con las señoras cantando en el mercado donde los chicos venden lo que acaban de robar. De La caza sigo oyendo el silbido de José María Prada bajo el bochorno y el calor. De Ana y los lobos nunca olvidaré la premonición de la muñeca muerta que las niñas encuentran enterrada. De La prima Angélica me quedo con esa llegada al pueblo de José Luis López Vázquez, con el viento agitando los campos y su madre hablándole como de niño. De Cría cuervos atesoro a Ana Torrent cubriéndose la cara de barro después de enterrar el hámster que acaba de matar, y las niñas jugando a interpretar a sus adultos, claro. De Elisa vida mía se me repite la imagen de Geraldine Chaplin vestida de blanco y andando entre los campos de la meseta castellana. De Deprisa, deprisa llevo dentro ese final donde Berta Socuéllamos guarda el dinero en una bolsa mientras suenan Los Chunguitos. Y de El amor brujo me guardo el baile de Fuego fatuo, donde Cristina Hoyos se eleva rodeada de manos flamencas mientras Antonio Gades la busca entre bailarines.
Muy pocos pasarán a la historia como abanderados de la libertad y la vanguardia artística como tú. Qué suerte la nuestra de haber crecido con tu arte. Cuando tuve la oportunidad de entregarte la Biznaga de Honor en el Festival de Málaga, me sorprendió que pensaras que no dejas discípulos. Los dejas. Y muchos. Creo que la admiración y la inspiración que despiertas en nuestra generación de cineastas es profunda y honesta. Tu influencia se traslada en nuestras películas en mil formas y direcciones distintas. Estoy convencida de que ni la historia del cine español ni el cine español contemporáneo serían lo mismo sin tus películas.
Descansa en paz, querido maestro, gracias ahora y siempre.
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