¿A qué suena un cuadro de Wifredo Lam? En La Habana, a jazz afrocubano
El saxofonista Ted Nash ha presentado Jazz x Art, un proyecto en el que jóvenes músicos han compuesto canciones a través de las emociones que provoca contemplar un cuadro
¿A qué suena un cuadro de Wifredo Lam? ¿Cómo traducir en música la experiencia emocional y la inspiración que produce contemplar una obra de arte? Y quizás más importante todavía, ¿cómo el jazz y su libertad creativa puede tender puentes entre artes diversas y abrir la mente a jóvenes compositores y estudiantes? De eso trata la increíble aventura emprendida en La Habana la semana pasada por el saxofonista Ted Nash, miembro de la orquesta de Jazz del Lincoln Center y ganador de varios premios Grammy. El afamado músico norteamericano participó en la 38ª edición del Festival Jazz Plaza de La Habana, que este año fue nuevamente un lujo y tuvo un nivelazo, con casi un centenar de conciertos y el reencuentro del público con notables músicos cubanos que han hecho su carrera en EEUU o Europa y regresaron a actuar en su país.
Con este telón de fondo, en un ambiente colaborativo impresionante, con la participación de músicos de más de 20 países (muchos de ellos norteamericanos de primer nivel, como el pianista Aaron Goldberg o el trombonista Steve Turre) subidos a los escenarios junto a sus colegas cubanos e improvisando conciertos sobre la marcha, tocando unos con otros con la fuerza de la música cubana en el centro de todo, Ted Nash llegó a La Habana sin divismos, humilde, y un proyecto de esos que marcan.
Jazz x Art, que así se llama el taller que impartió en Cuba, comenzó el martes en la sala de arte cubano, donde se exhiben las obras de las vanguardias y la gran exposición transitoria Wifredo Lam indivisible. Los participantes, 15 jóvenes estudiantes de música de la Escuela Nacional de Arte, debieron recorrer primero el espacio con su instrumento y seleccionar un cuadro que les moviese por dentro. Sus profesores también. Cada uno escogió una obra y, delante de la pintura, improvisaron lo que sentían con la instrucción de Nash de que a partir de esa idea debían de componer música para el grupo y trabajarla juntos durante cinco días. Lo mismo hicieron sus maestros.
Yesiney Pérez, con el clarinete en la mano, se plantó frente a Paisaje de La Habana, de René Portocarrero; Gabriela Muriedas hizo lo propio con su trompeta ante Niños, de Fidelio Ponce de León; y Josué Borges improvisó sobre La silla de Lam. La sala de arte se llenó de música, de sentimiento, de colores y de corazón, y Nash, emocionado y convertido él mismo en alumno, acompañó a los jóvenes en su búsqueda. Una maravilla.
Cada cual eligió libremente, también Nash, admirador de Lam. “Lo tiene todo: una técnica increíble, un hermoso sentido del color y, lo más importante, la imaginación. La imaginación es la clave de todo lo que es creativo. Es la libertad imaginativa en el trabajo de Lam lo que espero poder abrazar en mi propio trabajo musical”, explicó.
A partir de ese momento, el grupo se trasladó a la sala donde se exhiben las obras del gran pintor cubano y allí se instaló un delirante y frenético taller de ensayo, liderado por Nash y apoyado por el pianista Alejandro Falcón, el batería Ruy López-Nussa, el bajista Arnulfo Guerra, el saxofonista Alejandro Calzadilla y el clarinetista Janio Abreu, jefe de la cátedra donde estudian los jóvenes.
Rodeados de arte, ayudados por Nash y la experiencia de sus profesores y de estos músicos profesionales, durante cinco días los chavales —que nunca antes habían compuesto— trabajaron en equipo sus ideas y lograron el milagro: 14 temas de los más diversos estilos, incluidos jazz afrocubano, boleros, neo soul, son montuno y hasta swing norteamericano, muchos de ellos con arreglos de big band, que presentaron al público en el patio del museo el fin de semana en una tarde mágica, de esas que no se olvidan.
Cuenta Cathy Barbash, la productora independiente norteamericana, que coordinó y consiguió la financiación para realizar el proyecto, que hace seis años hicieron un taller similar en China coincidiendo con una gran exposición del pintor Rauschenberg en el país asiático. “Fue una gran experiencia, pero esto ha superado todas las expectativas. En China son muy buenos técnicamente, pero cerrados a la hora de improvisar. Aquí el talento es inmenso, todo ha fluido de un modo increíble”, contaba Nash, confesando que la experiencia para él ha sido impactante.
“La música de la tradición afrocubana se combina increíblemente bien con el jazz. Somos hermanos y hermanas del alma. Es importante que usemos las artes para continuar haciendo estas conexiones y generar buena voluntad”, dijo el saxofonista, que en 2010 viajó a La Habana con Wynton Marsalis y la orquesta del Lincoln Center y ofrecieron cinco legendarios conciertos para el público y los estudiantes cubanos.
Nash defiende el arte como fuente de inspiración de la música y recuerda como él lo descubrió cuando tenía solo 10 años y se emocionó ante una pintura de Chagall en el Museo Guggenheim. “Dejé que esta imagen fantástica me llevara de viaje. Fue en ese momento, hace más de 50 años, que comprendí por primera vez el poder transformador del arte. El gran arte puede hacer que tu imaginación cobre vida”.
Siendo ya profesional, Nash ha sido seducido por obras de Picasso, Dalí, Monet o Jackson Pollock, que le han hecho volar y se han convertido en partituras. Los estudiantes de la Escuela Nacional de Arte que participaron en el taller ahora han experimentado algo similar. Dicen que la experiencia les ha cambiado la mente y les ha abierto nuevos horizontes. Y de eso se trataba, de “inspirarles a cultivar nuevas áreas de su propia creatividad y expresión”, según el saxofonista y flautista norteamericano.
El pasado domingo, concluido Jazz x Art, en presencia de sus alumnos Nash se presentó con Falcón y su grupo en la Fábrica de Arte Cubano. Como no, el repertorio escogido y ensayado en pocos días incluyó jazz afrocubano, pero también clásicos de Coltrane, Chic Corea o Jim Hall que Nash adora y ha versionado. Equilibrio perfecto. Y arriba, Lam gozando.
Babelia
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