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El buen jazz cubano vuelve a conmover a La Habana

Tras la suspensión presencial de Jazz Plaza en 2021 debido a la pandemia, los organizadores decidieron este año mantener la convocatoria a toda costa, eso sí, guardando las necesarias medidas preventivas y circunscribiendo las presentaciones a tres escenarios principales

festival Internacional de jazz de La Habana músicos de Nueva Orleans en Cuba
Un grupo de músicos provenientes de Nueva Orleans tocan en las calles de La Habana, en la última edición del festival el 15 de enero de 2020.ALEXANDRE MENEGHINI (Reuters)

Dos años pasaron desde el último festival Internacional de jazz de La Habana, y parece que fue el doble. Ha sido una larga travesía pandémica, sin conciertos ni descargas, un apagón salvaje en todo el mundo pero más en un país como Cuba, donde la música es alimento para vivir y olvidar las penas, y donde tantos y excelentes músicos hay. Ciertamente, la última edición del Jazz Plaza dejó huella, y mucho tuvo que ver la gran cantidad de artistas norteamericanos que asistieron a aquella cita, más de 80, incluidas figuras como Stanley Jordan y saxofonistas de culto como Dave Liebman o Bill Evans, junto a destacadas bandas de jazz de Nueva Orleans. La confluencia de norteamericanos y cubanos funcionó entonces de primera. La Habana entera se convirtió en una gran fiesta musical, llegaron cientos de estadounidenses amantes del jazz a disfrutar del espectáculo (pese a la mala onda que se gastaba Donald Trump) y se levantó un verdadero puente cultural entre ambos países.

La suspensión presencial del festival en 2021 fue de cajón debido a la pandemia. Pero los organizadores decidieron este año mantener la convocatoria a toda costa, eso sí, guardando las necesarias medidas preventivas (mascarilla obligatoria y teatros a media capacidad), y circunscribiendo las presentaciones a tres escenarios principales (los teatros Nacional, Bertold Bretch y América). Como antesala y a modo de aperitivo, el 16 de enero el pianista congolés Ray Lema ofreció un primer y exquisito concierto con la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, dirigida por el director brasileño Joao Mauricio Galindo, en el que voló desde las influencia africanas de su Congo Raphsody hasta un danzón de Caturla, con el sensacional percusionista Yaroldi Abreu en las congas.

festival Internacional de jazz de La Habana
Alexis Triana, funcionario del Ministerio de Cultura de Cuba; Víctor Rodríguez, presidente del Festival Internacional Jazz Plaza; Bobby Carcassés, uno de los fundadores del festival; Indira Fajardo, presidenta del Instituto Cubano de la Música; y la moderadora, participan en la presentación de la nueva edición del evento.Laura Bécquer (EFE)

El 18 de enero arrancó oficialmente la 37 edición del Jazz Plaza con un espectáculo ya clásico protagonizado por el fundador del festival, Bobby Carcassés, e invitados de lujo. La cosa prometía, pero obviamente uno estaba mosca. Se sabía que con omicrón danzando y con lo llovido políticamente el año pasado la presencia internacional podía ser reducida, pero aún así decenas de buenos músicos de nueve países acudieron a la cita, incluidos el saxofonista norteamericano Donald Harrison y Dominic Miller, guitarrista de Sting durante 30 años, quien ofreció en el Nacional uno de los grandes conciertos del festival, presentación virtuosa, delicadísima, sugerente y para enmarcar, que incluso tuvo como invitado en un uno de los temas al tresero Pancho Amat.

Notables fueron las presentaciones de los visitantes, como el pianista holandés Mike del Ferro, el saxofonista finlandés Pekka Pylkkkanen o el bajista argentino Javier Malosetti, que tocaron la misma noche y en el mismo lugar que lo hizo uno de los grandes trompetistas cubanos, Mayquel González, protagonista de otra actuación deslumbrante; y ahí quería llegar: este año lo importante del festival era la música y los músicos cubanos. Lo demás, siendo bueno o muy bueno, como lo de Miller, era casi anecdótico.

La fuerza de la música cubana y el virtuosismo de sus instrumentistas es tal, y el jazz está tan arraigado en la isla, que prácticamente no hace falta nada más. Es cierto que muchos músicos cubanos se han ido del país, pero la fábrica de talento es inagotable. Ahí estuvo para mostrarlo Confluencia de pianos, iniciativa convocada por el joven pianista Rodrigo García, 23 años y todavía estudiante del Instituto Superior de Arte. Acompañado de la Orquesta de Cámara de La Habana y a dos pianos, invitó a los grandes representantes de la pianística cubana de todos los géneros, desde Frank Fernández y José María Vitier, en lo más clásico, a jazzistas consolidados pero de diferentes estilos como Roberto Carcassés, Rolando Luna o Alejandro Falcón, y exponentes de la música cubana popular como Manolito Simonet. Fueron 14 temas, cada uno del artista invitado (y dos de García), que recreó junto a ellos sus mundos partiendo de una filosofía “de borrar las fronteras de géneros en el piano”, y que se editarán ahora en un doble CD –con otro disco de formato similar grabado en 2021 para el festival de jazz que fue suspendido por la pandemia-.

Los conciertos de las bandas cubanas y las descargas que se formaron fueron memorables, imposible mencionarlas todas. El batería Oliver Valdés presentó su primer disco en solitario, Nasobuco (así se llama en Cuba a la mascarilla para protegerse de la covid), un trabajo de envergadura concebido en estos dos años de encierro y en el que hace una increíble versión de El Necio (de Silvio Rodríguez) y un homenaje al desaparecido percusionista Pancho Terry, rey del chéquere, instrumento que el dia de la presentación en el teatro Nacional tocó su hijo Yosvany Terry, gran saxofonista, afincado en Nueva York desde hace años, pero que va y viene.

El trompetista Carlos Sarduy, también formado en las escuelas cubanas y emigrado hace tiempo, protagonizó varios conciertos con Rolando Luna al piano, el propio Oliver Valdés en la batería, y el gran bajista Gastón Joya, que durante años tocó con Chucho Valdés, junto a otros músicos de aquí y de allá. El grupo se llama Groove Messengers y hay que seguirlo. Ernan López-Nussa hizo de las suyas con un elegantísimo concierto al que invitó a la agrupación Raptus Ensamble, una hora y pico de fino jazz y música de concierto hilvanada por el piano de Ernan. Conciertazos fueron también los de Roberto Carcassés, con un preciosa versión de Toni y Jesusito en homenaje al gran pianista Frank Emilio, con Maraca en la flauta, y el de Alaín Pérez, exbajista de Paco de Lucía que regresó a la isla en 2016, dos años después de la muerte del guitarrista flamenco, y que hoy por hoy es uno de los grandes de la música popular cubana; Alain salió a escena con su banda de 14 músicos y el ritmo de Benny Moré en las venas para empezar, habló de lo duro que han sido estos dos años de encierro, sin encontrarse con el público, y cuando le metió a sus clásicos y a las canciones de su último disco, El cuento de la buena pipa, el teatro Nacional se despelotó al completo, todo el mundo bailando como si no hubiera mañana (ni pandemia): catarsis general.

Otros músicos cubanos de allá volvieron a tocar acá, como Dayramir, que ya vino al último festival y rindió entonces homenaje a la orquesta Los van Van desde el lenguaje del jazz, disco que por fin se presenta ahora. La clausura, ayer domingo, tuvo dos momentos estelares: la presentación del saxofonista Germán Velazco, con el quinteto de saxofones y figuras como Maraca y Cesar López de invitados, acompañado de la Big Band de Joaquin Betancourt (más de 20 músicos en escena, muchos de ellos jovencísimos); y el concierto del cubanoamericano Nachito Herrera, afincado en Minessota, quien llegó a La Habana con un cargamento solidario para el sector de la salud y las escuelas de música. Se juntó con la Orquesta Sinfónica Nacional y eligió un programa abarcador, de Rhapsody in Blue a Summertime, de George Gershwin, o Smile, de Charles Chaplin, hasta recreaciones desde el jazz latino de obras de Bach y Chopin, pasando por tributos al pianista cubano Ernesto Lecuona. Una semana de buen jazz cubano, de donde venga da igual, que conmovió a una de las ciudades más musicales del mundo. Falta que hacía.

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