José-Carlos Mainer, ese “gran ordenador del caos”
El historiador y crítico literario es homenajeado en el Instituto Cervantes y entrega en la Caja de las Letras de la institución retazos de su vida y de su obra, incluido un cuchillo que hurtó en El Escorial
“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Estas palabras que Miguel de Cervantes puso en boca del ingenioso hidalgo son también las que figuran en la caja número 1.418 de la cámara acorazada situada en el sótano del Instituto Cervantes de Madrid, donde ayer, lunes, José-Carlos Mainer depositó algunos fragmentos de su obra y vida. El profesor de filología, crítico literario y ensayista incluyó en la Caja de las Letras de la institución un legado que, según él, traza su destino y su vocación. Este depósito guarda ya en sus cajas de seguridad más de 130 cesiones que importantes nombres de la cultura en español han dejado allí desde 2007.
Entre los objetos que Mainer seleccionó se encontraban los tres primeros libros que publicó en sus ediciones iniciales, cartas de amigos escritores —“en las que me comentaban que apreciaban una crítica que había hecho de su obra o discrepaban conmigo”—, notas manuscritas de sus apuntes para las oposiciones a profesor titular e incluso algo tan insólito como un cuchillo —“un hurto que ya prescribió”— que se llevó del comedor de El Escorial hace seis décadas, cuando estaba haciendo un curso en el que se aburría bastante, y que le sirvió de plegadera hasta hace poco. Esta cápsula del tiempo tiene, a diferencia de otras de la sala, fecha de apertura: el 9 de mayo de 2045, que corresponde al centenario del fin de la Segunda Guerra Mundial en el frente Occidental.
Tras introducir esos pedazos de su vida en la caja fuerte, el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, amigo de Mainer, elogió sus distintas facetas y destacó las palabras “vocación” y “admiración” para hablar de él: “Para los que nos dedicamos a la enseñanza y al arte, es una suerte tener una vocación que sea nuestro empleo. Por otra parte, creo que uno de los derechos fundamentales de la convivencia y de la vida universitaria es el de la admiración, y él es una persona a la que hemos admirado generaciones de filólogos”.
A sus 79 años, el homenajeado se ha dedicado ampliamente a la docencia en la Universidad de Zaragoza, su ciudad natal, donde es catedrático, pero también ha sido habitual colaborador con sus críticas para el suplemento cultural Babelia en EL PAÍS, ha publicado ensayos sobre la literatura española como Falange y literatura, Literatura y pequeña burguesía en España (1890-1950), y ha realizado ediciones anotadas de clásicos de la literatura española del XIX y del XX, como Benito Pérez Galdós o Francisco Ayala, convirtiéndose así en “un referente de una nueva historia literaria, así como un renovador de la disciplina”, como señaló Araceli Iravedra, escritora y antigua discípula suya, que participó junto con el ensayista y también crítico literario Jordi Gracia, subdirector de Opinión de EL PAÍS, en el coloquio posterior sobre la obra de Mainer.
La edad de plata (1902-1939) fue su tercer libro, publicado en 1975, cuando el franquismo estaba ya en las últimas y jugar —como hizo— con los colores de la bandera republicana en la cubierta no fue más que una provocación mal vista. Este ensayo, que se ocupa de la literatura española del principio del siglo XX, así como su contexto sociopolítico-ideológico, es su obra más conocida, porque arroja una luz sobre esta etapa ocultada, tergiversada y omitida de la cultura nacional. En palabras de Montero, “supuso la apuesta por la modernización de un país que por desgracia fue cancelada por la Guerra Civil española”.
A pesar de que esta obra fuera reescrita en varias ocasiones, Gracia quiso recalcar su coherencia, a lo que el propio Mainer respondió: “Bueno, yo me lo leí, que es una forma de escribirlo”. Esta broma condensa la filosofía del crítico. “Lo que yo hacía era una forma de convertir algo muy mío, que era leer, entender los libros, discutir con ellos, y trasladarlo a unas hojas escritas para que algunas personas pudieran compartirlo”, subrayó en su intervención inicial.
La catedrática y compañera de vida del filólogo, María Dolores Albiac, le dedicó unas palabras sobre su método de trabajo. “Lo puedo definir como un gran ordenador del caos”, sentenció con una sonrisa después de contar cómo ella decidió abandonar la enorme mesa que empezaron compartiendo —“el portaviones”— al no poder concentrarse con sus carraspeos, sus comentarios en voz alta sobre sus lecturas, sus paseos de una pieza a otra o su Carrusel Deportivo de fondo. Destacó, emulando a Mikhail Baryshnikov cuando le preguntaron sobre Fred Astaire, la singularidad de Mainer en su disciplina: “Todos nosotros hacemos filología, José-Carlos hace otra cosa”.
Cuando Gracia alabó su estilo cuidadoso al escribir un texto informativo e indagó sobre su voluntad de escribir ficción, el crítico admitió que abandonó esas pretensiones bastante pronto, aunque las había tenido: “Siempre me ha gustado escribir bien. Sí que tenía siete cuentos publicados en la revista pamplonesa Pregón, e incluso escribí una novela corta de título lacónico y bastante aburrida que quedó finalista en el premio de la ciudad de Valladolid, pero lo dejé estar y no lo eché de menos, porque el esfuerzo de contar las cosas bien suplía con ventaja lo que yo pudiera escribir”. A esto, Albiac replicó: “Lo que tú escribes se puede leer como si fuera literatura. Ya lo dijo tu amigo Pedro Álvarez de Miranda: ‘Leyendo a Mainer se aprende a escribir”.
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